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Golpe al celibato obligatorio

Juan Arias

Ha hecho bien la Iglesia norteamericana al no seguir negando la evidencia frente a esos miles de casos de abusos sexuales contra menores por parte de otros tantos miles de sacerdotes que ahora deberían someterse no sólo a las penas del derecho canónico, sino también a los tribunales de justicia, como todos los mortales.¿Pero sólo el clero norteamericano se ha manchado de ese pecado?

Es impensable que sólo en aquel país haya eclesiásticos que abusen de esos niños y niñas, algunas hoy ya mujeres que denuncian haber sido violadas por esos sacerdotes en su infancia. ¿No será que en Norteamérica los obispos han tenido más coraje en enfrentarse con los hechos que en otras partes, donde quizás ese cáncer siga oculto?

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Ha hecho bien el Papa Juan Pablo II en pedir perdón por un escándalo de esa envergadura. Y en recordar el texto evangélico en el que el fundador de la Iglesia dice a sus discípulos que al que abusa de un niño habría que colgarle una piedra de molino al cuello y después arrojarlo al mar. Pero no basta. En dicho texto -tan importante que aparece narrado por tres de los cuatro evangelistas- se añade que "si tu ojo es objeto de escándalo es mejor arrancarlo".

Ahora bien, lo menos que puede decirse en casos semejantes es que pierde todo su valor y razón de ser el celibato obligatorio, si es cierto que les cuesta tanto cumplirlo a miles de sacerdotes, los cuales acaban incluso cayendo en tales aberraciones creando tantas víctimas inocentes.

¿No sería mejor que el Papa, además de exigir responsabilidades a esos sacerdotes y a sus obispos, se decidiera a abolir la obligatoriedad del celibato? O, en el peor de los casos, que les aceptase la petición de reducción al estado laico a quienes lo soliciten, sin procesos ni años de espera, como sucedió durante el Pontificado de Pablo VI.

Si, según el evangelio, es preferible arrojarse al mar o quedarse mutilado antes que abusar de un niño, con mayor razón podría decirse que es preferible arrojar a las ortigas una ley que es solamente eclesiástica y no divina, antes que exponer a miles de curas a abusar vergonzosamente de unos inocentes que sus padres les han confiado precisamente por su condición de consagrados.

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