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Tribuna:SOBRE LAS ELECCIONES EN PARAGUAY / 1
Tribuna
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Continuismo autoritario o democracia

El generalizado, aunque lento, ascenso del sistema democrático en los países de la región acaba de sufrir un rudo golpe en las elecciones del domingo 9 de mayo en Paraguay. Es éste el hecho que me interesa destacar, más allá de sus implicaciones y efectos en el ámbito local: su proyección negativa y desalentadora sobre el panorama político de nuestra América. Lo que sucede en un país no es un acontecimiento aislado, cerrado sobre sí mismo; concierne a la totalidad de la región y afecta, para bien o para mal, al proceso de su integración en el que nuestros países se hallan empeñados a pesar de tantos escollos y dificultades.En las elecciones paraguayas, presidenciales y legislativas, se daba por descontada la victoria de una de las dos agrupaciones opositoras -el Encuentro Nacional, liderado por Guillermo Caballero Vargas, y el Partido Liberal Radical Auténtico, por Domingo Laino. Estas formaciones concurrieron por separado a la liza electoral. Fue un error táctico y estratégico de la oposición y una de las causas de la derrota, puesto que el caudal humano unificado de la oposición democrática es superior, cuantitativa y cualitativamente, al del continuismo autoritario en el que siguen predominando la filosofía y los métodos del dictador Stroessner, su fuente y su marca de origen.

A este error de la oposición democrática, por una vez mayoritaria en la escena nacional, se debe sumar el minucioso sistema de fraudes, adulteraciones y anormalidades de todo orden que comenzaron antes de las elecciones y que continuaron durante y después de cerradas las urnas.

Flagrantes anomalías

El suspenso que mantuvo en vilo al país se resolvió finalmente con el triunfo de la fórmula oficialista, compuesta por Juan Carlos Wasmosy y Ángel Roberto Seifart; un triunfo que fue contestado por la oposición. Observadores internacionales, una legión de más de doscientas personalidades, entre ellas el ex presidente norteamericano Jimmy Carter, el secretario general de la OEA, Joáo Baena Soares, que fueron a Paraguay presidiendo delegaciones, así como parlamentarios españoles y delegaciones de otros organismos internacionales como el Parlamento Europeo y Latinoamericano, supervisaron estos comicios en lo que estaba al alcance de sus ojos. Constataron, pero no pudieron denunciar con pruebas en la mano las flagrantes anomalías que se cometieron durante el trámite de las urnas (la presencia de millares de votantes difuntos, personas que en una misma mesa votaron decenas de veces amparadas por adulteraciones en los padrones).Luego de cerradas las urnas, éstas fueron enviadas no a la Junta Electoral Central (según establece la ley electoral), sino a la junta de gobierno del partido oficialista, donde quedaron toda la noche sin custodia ni control de las autoridades electorales y de los representantes legales de los partidos de la oposición. Un fuerte cordón de seguridad les impidió el acceso al local para cumplir su misión. Fueron sustraídos subrepticiamente millares de votos: el Partido Liberal Radical Auténtico denunció la sustracción de un 10% a un 20% de votos, otro tanto el Encuentro Nacional, y un porcentaje equivalente fue denunciado por los legisladores.

Antes del acto electoral, Carter había declarado: "El fraude puede ocurrir, pero no ocurrirá sin que se sepa". Los hechos desmintieron al ex presidente, experto, sin embargo, en la fiscalización de estas lides. Los fraudes ocurrieron. Los más evidentes fueron constatados por los observadores, pero no pudieron ser evitados. Una de estas formas de fraude, de gran repercusión en el ámbito local, fue el cierre de fronteras para impedir la entrada de paraguayos en condiciones legales de votar. Carter declaró: "Resultó irónico que los observadores internacionales de Asia o de Suráfrica fueran bienvenidos al país y que los ciudadanos paraguayos, que viven aquí y que están calificados para votar, fueran detenidos en las fronteras con Argentina y Brasil". Carter declaró también, sin muchos circunloquios, a un político oficialista, de seguro con cierta intención irónica y reprensiva, que las elecciones paraguayas debieron haber tomado ejemplo de las elecciones municipales y legislativas cubanas -a las que él había asistido como supervisorpor su limpieza, corrección y transparencia.

No fue solamente el cierre de fronteras. Se interrumpió policialmente en el interior del país la circulación de los presidentes y apoderados de los partidos opositores para el control y vigilancia de las urnas en los departamentos y regiones, otra flagrante transgresión constitucional.

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Intimidación

La anormalidad y el fraude que torcieron y frustraron el rumbo del proceso de la transición hacia la democracia, los resultados de las elecciones y, por ende, el curso futuro de la incipiente y frágil democracia paraguaya, se produjeron antes, de manera ostensible y provocativa. Pueden enumerarse tres vías principales: la campaña de intimidación de las Fuerzas Armadas a través de sus más autorizados voceros, la amenaza, directa a los funcionarios públicos en toda la escala jerárquica -su ejemplo más notorio fue el caso del ministro de Educación y Culto, Raúl Sapena Brugada, quien, en su afán de mantener su ministerio en el marco específico de sus funciones institucionales, fue obligado a dimitir por la cúpula del poder-, y por último, la campaña de desprestigio de los líderes de las agrupaciones partidarias opositoras con mayores posibilidades de triunfo. Resulta casi innecesario mencionar, por obvios y rutinarios, fraudes menores como la compra prebendaria y en dinero de votos renuentes, de dirigentes vacilantes o disidentes provocados por las rencillas internas del partido, etcétera.El primer fraude que habría de repercutir en la marcha de los sucesos se produjo en las internas coloradas, donde el ganador, Luis María Argaña, fue defenestrado (como en la defenestración de Praga, que desató la Guerra de los Treinta Años) por una confabulación de la cúpula del poder en favor del candidato oficial, Juan Carlos Wasmosy. Aragaña fue arrojado por la ventana y Wasmosy fue entronizado en su lugar. En este caso, el orden de los factores podía alterar el producto.

A partir del golpe militar que hace cuatro años derrocó a la dictadura del general Alfredo Stroessner, un dilema de hierro pesó sobre la sociedad paraguaya: ¿constituía realmente el golpe de un sector de las Fuerzas Armadas una apertura decisiva y definitiva hacia la transición democrática del país luego de 35 años de la más larga y sanguinaria dictadura de América Latina? ¿O era simplemente un intervalo de distensión tras el cual el poder, controlado por los militares golpistas, caería de nuevo por su propio peso en el continuismo autoritario modelado y consolidado por Stroessner?

Continuismo autoritario o democracia. Éste fue el dilema de hierro que atenazó a la ciudadanía paraguaya. Las elecciones del domingo 9 de mayo despejaron la incógnita poniendo una cruz sobre la palabra democracia pero beneficiándose con el camuflaje de sus apariencias formales.

Augusto Roa Bastos es escritor paraguayo.

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