_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La utopía desarmada

Jorge G. Castañeda

Los últimos tiempos no han sido buenos para la izquierda en el mundo, ni mucho menos en América Latina. El derrumbe del bloque socialista, el imperativo del ajuste económico y la ola neoliberal le han hecho la vida de cuadritos. El persistente drama cubano y la impresión de que una época ha negado a su fin, así como la ausencia aparente de una alternativa específica y creíble, constituyen todos ellos factores que han contribuido a generar una impresión de obsolescencia o falta de pertinencia de la izquierda en muchos países de América Latina.Y sin embargo, a través de un proceso doloroso y contradictorio de autoanálisis y rectificación, aquel segmento del espectro político que logró mantener su presencia en la vida política latinoamericana contra viento y marea a lo largo de los años comienza ahora a recobrar el rumbo en el mundo de la posguerra fría. La Conferencia sobre Alternativas en América Latina, un foro de candidatos presidenciales en 1993-1994, celebrada en la escuela Woodrow Wilson, de la Universidad de Princeton, el pasado fin de semana, ilustra tanto el camino que la izquierda ya ha recorrido en un intento por volver a la palestra, así como el trecho que aún le queda por avanzar.

La conferencia de Princeton puso de relieve la fuerza real de la izquierda, así como sus contradicciones perennes. La presencia misma de personalidades de alto perfil tales y como Lula, de Brasil; Cuauthémoc Cárdenas, de México; Antonio Navarro Wolff, de Colombia, y Rubén Zamora, de El Salvador, fue un fiel reflejo de una transformación importante: hoy la izquierda latinoamericana tiene liderazgos conocidos y reconocidos, algo de lo cual, con la excepción de Fidel Castro en Cuba y de Salvador Allende en Chile, durante los años sesenta había carecido. Asimismo, el hecho de que académicos norteamericanos especializados en asuntos de la región de la talla de Albert O. Hirschman, Abraham Lowenthal y Jon Womack, entre muchos otros, se hayan reunido para discutir el futuro y el programa de la izquierda en América Latina, muestra que esta última sigue siendo un factor importante en la vida política de la región, y que es tomada en serio por quienes cuentan. Con toda razón: Lula va ganando en varias encuestas que buscan pronosticar el resultado de los comicios presidenciales brasileños del año entrante, y la candidatura ya anunciada de Cárdenas puede encontrar un eco semejante al de 1988, en vista de las crecientes dificultades que ha enfrentado el régimen del presidente Carlos Salinas de Gortari.

No obstante, la reunión de Princeton también subrayó lo que le falta hacer a la izquierda para consumar su aggiornamento. Su mejor desempeño fue sin duda en materia de democracia. En el debate dedicado a ese tema, los candidatos ya mencionados, junto con Luis Maira, el secretario general del Partido Socialista Chileno, y Pablo Medina, secretario general y fundador de Causa R en Venezuela, se mostraron seguros de sí mismos y bien informados. Buena parte de la izquierda latinoamericana contemporánea proviene de las luchas libradas contra el autoritarismo y las dictaduras de decenios pasados: es el caso de Brasil, de Chile, de México y, en parte, de Colombia.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Todos los dirigentes que acudieron a la reunión están firmemente comprometidos con los procesos electorales de sus respectivos países y con la expansión y el florecimiento de la sociedad civil. En lo que a esto respecta, su pasado es impecable, y sus intervenciones durante la conferencia, incluyendo la respuesta afirmativa, clara y explícita que hizo Cárdenas a una pregunta en tomo a su posición ante la observación internacional de las elecciones presidenciales en México el año entrante, reflejan la firmeza de las posiciones expresadas. Hasta las contradicciones reales de la izquierda en materia de democracia se encararon de manera abierta, como cuando, ante la pregunta insistente relativa a su postura frente a Cuba, el ex guerillero, Navarro Wolff dijo: "Perdí la mitad de una pierna en la guerra; los cubanos me pusieron una nueva. Para mí, es muy difícil hablar de los problemas de Cuba".

En lo que toca a las relaciones con Estados Unidos, todos los participantes expresaron su beneplácito por la llegada al poder de la Administración de Clinton en Washington, pero parecieron carecer de una visión global del tipo de vínculo que quisieran ver surgir en la era posterior a Reagan y Bush. Más allá de la denuncia del tinte ideológico y de la falta de recursos de iniciativas como la de la Empresa de las Américas, la izquierda parece tener varias asignaturas pendientes en la elaboración del tipo de Gran Acuerdo que las dos mitades del hemisferio podrían concluir.

Tal vez el cambio más interesante y de mayor alcance potencial en este ámbito pueda hallarse en la misma asistencia de los dirigentes al encuentro de Princeton. De un tiempo a esta parte, la izquierda latinoamericana ha comenzado a llevar su lucha "a la boca del león", es decir, justamente allí donde se toman buena parte de las decisiones que afectan a sus países y pueblos: en EE UU. En lugar de limitarse a denunciar la intervención norteamericana -que con gran frecuencia es preciso denunciar-, ahora ha comenzado a operar políticamente en EE UU.

Esto se vio en la conferencia: la mayoría de los invitados latinoamericanos se dirigió al público en inglés y con el aplomo y la soltura que provienen de la experiencia de encontrarse en situaciones semejantes en repetidas ocasiones. La izquierda de América Latina ha empezado a proponerse tejer alianzas ya no contra EE UU, sino en EE UU, aunque también contra determinados sectores e intereses dentro de esa nación. El hecho de que Mario Vargas Llosa, profesor visitante en Princeton este año, y conocido por sus posiciones diametralmente opuestas a las de los participantes, haya asistido al primer día entero de la reunión, y haya dialogado con los invitados durante el almuerzo, fue un indicio de las posibilidades que abre esa nueva postura de la izquierda.

En materia económica y social, sin embargo, las dificultades aún vigentes resultaron palmarias. Si bien la izquierda ha rebasado las posturas hipernacionalistas y antimercado de antaño, la formulación de alternativas precisas -por ejemplo, al dilema planteado por las disyuntivas sustitución de importaciones-libre comercio, o la del Estado grande-Estado chico- deja algo que desear.

La izquierda ha recentrado sus posiciones, sin duda. Así lo muestran el énfasis que pusieron Lula, Navarro Wolff y Rubén Zamora, por ejemplo, en la competitividad y la integración regional: el Mercosur, en el caso de Brasil; un reconstruido Mercomún Centroamericano, en el caso de El Salvador, y la creciente integración económica entre Colombia y Venezuela, en el caso de Navarro Wolff.

Asimismo, Cárdenas aclaró su postura frente al Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Expresó su rechazo al convenio actual tal y como lo negociaron los Gobiernos de Bush, Mulroney y Salinas, pero se manifestó a favor de un acuerdo que incluyera convenios paralelos significativos de defensa del medio ambiente y de los derechos y las normas laborales, un mecanismo de financiamiento compensatorio, el principio de negociaciones sobre la movilidad laboral y un dispositivo de solución de disputas abierto a todos los temas y a todas las partes.

Pero estas manifestaciones representan sólo respuestas puntuales a tendencias vigentes, no una visión cabal de un futuro diferente. La izquierda latinoamericana ahora tiene que avanzar hacia la reconquista de lo que tuvo y de lo que ha perdido: una utopía reconstruida, que moviliza a sus adeptos, pero que también convence a sus adversarios que es posible convivir con la izquierda en un mismo país, en una misma región.

es profesor visitante de la Universidad de Princeton y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_