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Somos las cucarachas de Silicon Valley

La alianza de Trump con los magnates de la tecnología representa un poder sin precedentes sobre la humanidad

Los fundadores de Meta, Mark Zuckerberg; de Amazon, Jeff Bezos; el consejero delegado de Google, Sundar Pichai, y el dueño de X, Elon Musk, entre otros, durante la toma de posesión de Donald Trump.
Los fundadores de Meta, Mark Zuckerberg; de Amazon, Jeff Bezos; el consejero delegado de Google, Sundar Pichai, y el dueño de X, Elon Musk, entre otros, durante la toma de posesión de Donald Trump. CHIP SOMODEVILLA / POOL (EFE)
Eliane Brum

Todo lo que uso para escribir y difundir este artículo y lo que usted está utilizando para leerlo (si no lo está leyendo en papel) está controlado por los multimillonarios de Silicon Valley que apoyan explícitamente a Donald Trump, donaron dinero para las celebraciones de su regreso al poder y estuvieron en primera línea en su investidura. La otrora “mayor democracia del mundo” es, desde el 20 de enero, una oligarquía o, mejor dicho, una multimillocracia, un gobierno de multimillonarios para multimillonarios, en el que los magnates de la tecnología del siglo XXI se unen a los accionistas superricos de las corporaciones de combustibles fósiles y otros sectores que emergieron en el siglo XX. Estos multimillonarios controlan nuestra vida como en ningún otro momento de la historia y tienen el poder de determinar nuestra muerte. El 20 de enero, el mundo cambió y nuestra existencia se encogió.

El supersecretario Elon Musk (X, Tesla, Space-X), el hombre más rico del mundo; Mark Zuckerberg (Meta), que con su atuendo desenfadado ha anunciado que dejará de moderar las redes sociales que controla para que todos tengan la libertad de predicar el odio y el exterminio; Jeff Bezos (Amazon). Pero también superricos como Sundar Pichai (Google) y Tim Cook (Apple), entre otros. Son quienes dictan las reglas del mundo en el que todos hemos pasado a vivir, trabajar, relacionarnos, hablar, comunicarnos, amarnos. Y las dictarán aún más con el avance de la inteligencia artificial. En Trump II, los autoproclamados genios creativos de Silicon Valley se han quitado la máscara de hombres cool para aplaudir a uno de los peores seres humanos de la historia.

Ese mundo de internet en el que vivimos está aquí mismo, en este planeta, que en 2024 mantuvo por primera vez una temperatura media de 1,5 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales durante 12 meses, provocando los fenómenos climáticos extremos que coparon las noticias y declaraciones de los científicos que decían que estaban “desesperados”. Los principales culpables del calentamiento global son las corporaciones de combustibles fósiles y así se pronunció Trump en su investidura: “Vamos a perforar, baby, a perforar. Estados Unidos [...] tendrá más petróleo y gas que cualquier país de la Tierra. Y lo vamos a utilizar. Lo vamos a utilizar. Bajaremos los precios, volveremos a llenar nuestras reservas estratégicas hasta arriba y exportaremos energía estadounidense a todo el mundo. Volveremos a ser una nación rica. Y es ese oro líquido bajo nuestros pies el que nos ayudará a conseguirlo”.

Con este discurso, Trump decretó que Estados Unidos, históricamente el mayor contaminante del mundo, abandona el Acuerdo de París, en el que los países se comprometieron a realizar acciones para limitar el calentamiento global a 1,5 grados, el único parámetro considerado seguro para la vida. Lo que Trump anunciaba allí, ante los sonrientes multimillonarios de Silicon Valley, era que utilizaría un poder de muerte más amplio e irreversible que cualquiera de las armas empleadas en cualquier época de la historia humana, un poder de destrucción solo comparable a una guerra atómica, en la medida en que los productores fósiles son productores del calentamiento global.

Hay que hacerse una pregunta sencilla: ¿qué ocurrió en 2024 para que los multimillonarios de Silicon Valley estuvieran tan descontentos como para curvarse ante Trump y apoyar el colapso de la Tierra?

Un estudio de Oxfam publicado esta semana muestra que en 2024 cada multimillonario engordó su fortuna personal a un ritmo tres veces superior al del año anterior: casi dos millones de dólares al día. En el caso de los diez más ricos, entre ellos Musk, Zuckerberg y Bezos, 100 millones de dólares al día, mientras más de 3.500 millones de personas viven por debajo del umbral de la pobreza con 6,85 dólares al día. Algunas de las cuales son migrantes a quienes Trump ha prometido expulsar, otras son refugiadas climáticas cuyo mundo quedó devastado y llaman a los muros de los países que han provocado y siguen provocando el colapso climático. Esta minoría de 2.769 multimillonarios, casi el 70% de los cuales están en el Norte Global, se enriqueció mientras los fenómenos climáticos extremos mataban y destruían en el año más caluroso de la historia.

Pero, aun así, los multimillonarios no están contentos. La violenta y obscena desigualdad que representan no les molesta, se sienten magnánimos por destinar calderilla a sus fundaciones filantrópicas. El problema es que cada centavo que el Estado gasta en políticas públicas para los más débiles y los más pobres les ofende. Cualquier regulación o límite impuesto por el interés público es un ultraje a su superioridad intelectual y moral, a su genialidad emprendedora. No quieren que ningún Estado regule su libertad de lucrarse ni limite su control sobre la vida de la humanidad. Para ellos, somos cucarachas devorándonos unas a otras en unas redes sociales que se han convertido en el coliseo contemporáneo. Si nos comportamos como ellas en lugar de votar a quienes nos desprecian y condenan a nuestros hijos, quizá tengamos una oportunidad de sobrevivir.


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