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LA MUERTE DE DON JUAN DE BORBÓN

"Lo que ha hecho por España es 'demasiao... "

Los ciudadanos que despidieron a don Juan elogian su capacidad de renuncia y sacrificio

"Cuando todo el mundo quiere tener y tener más, él supo renunciar". Esta era la idea central de casi todos los comentarlos que se hacían en la cola que, ya a mediodía de ayer, cuando llegó al palacio de Oriente el féretro de don Juan de Borbón, se extendía desde la puerta de Santiago hasta la cuesta de la Vega y el Viaducto, a lo largo de la calle de Bailén. A las ocho de la tarde bajaba gente por la cuesta de la Vega para sumarse a la cola en la estación del Norte. "Le tenemos que querer", decía una señora, "porque ha sido de lo más español". Le pregunté a un chico con aire "bárbaramente joven" por qué estaba él allí. Dijo: "O sea, porque lo que don Juan ha hecho por España ha sido demasiao .Había en la cola toda clase de gente. Vi a algún político conocido y también a algunos aristócratas que aguardaban de perfil su turno para entrar en palacio. Una dama que supuso que yo tenía que conocerla me dijo en voz baja: "Yo, aquí, como una más". Pero no se puede decir que la cola de la capilla ardiente del conde de Barcelona fuera "una cola monárquica". Había gente de toda condición que, más allá del gusto capitalino por las pompas fúnebres, venía a rendir homenaje al hombre cuya mayor virtud, y aquí los moralistas no se privaban de condenar de paso y por vía de comparación la avidez de poseer propia de nuestra época, fue saber renunciar.

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Desde la plaza de la Armería, los periodistas vimos llegar, poco antes de las doce de la mañana, a los presidentes de las principales instituciones del Estado: el Gobierno, el Congreso de los Diputados, el Senado, el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial, y a los enlutados familiares, que esperaron la llegada del féretro que venía de Pamplona acompañado por la familia. real.

Ceremonia sencilla

La plaza de la Armería estaba adornada en sus balcones con el escudo de España y, a su lado,, el del conde de Barcelona y los de los demás títulos de los Reyes. La ceremonia en el interior de palacio, por lo que contó Asunción Valdés, jefa de prensa de la Casa Real, fue sencilla: el acto del pésame y una misa sin homilía oficiada por monseñor Estepa, vicario general castrense. Hacia la una y media de la tarde habían salido de palacio los Reyes y sus acompañantes y empezaba el. desfile de los ciudadanos que iban a rendir su homenaje al conde de Barcelona.

Se llega a la capilla real por la majestuosa escalinata que Carlos III mandó construir a Francesco Sabatini, el arquitecto italiano a quien se deben tantas obras del Madrid dieciochesco, y se da la vuelta luego a la galería que circunda por arriba el patio del Príncipe en esta ocasión lleno de coronas de flores. Una de ellas dedicada a don Juan por "El Pueblo Gitano".

La capilla es una soberbia construcción neoclásica de mármol rojo y negro debida a Juan Bautista Sacchetti y Ventura Rodríguez, con cuadros de Bayeu y de Mengs, y un tabernáculo de bronce y piedras duras, obra de Domenico Montini.

La capilla no tiene más que una puerta, que se ha dividido en dos partes para la entrada y salida de los visitantes. El féretro está colocado a uno de los lados del altar, cubierto por la bandera de España, el manto de la Virgen del Pilar y el birrete de la Orden de Santiago, con cuyo hábillo ha sido amortajado don Juan de Borbón.

Los sucesivos turnos de vela correrán a cargo de generales y almirantes, grandes de España, órdenes militares y miembros de las casas del Rey y del conde de Barcelona. El paso de gente por la capilla ardiente era constante y la cola de la calle de Bailén se mantenía invariable por la llegada de muchos madrileños que querían tributar su postrer homenaje al hombre que contribuyó decisivamente, con su sacrificio personal, a hacer posible la transición de la dictadura a la monarquía parlamentaria.

"Si no lo hago por él, ¿por quién lo voy a hacer?", me dijo una señora que andaba con dificultad, con ayuda de un bastón, y que llevaba tiempo esperando para entrar en el palacio. En un momento dado se produjo un pequeño tumulto porque los guardias obligaron a la gente que aguardaba cola a subir a la acera y había quien protestaba por haber perdido el puesto que le tocaba.

"Hay que ver lo que sufrió"

"A mí, lo que me da pena", decía un señor, "es que el mérito de este hombre se le reconozca sólo después de su muerte". "¡Ésa es la desgracia de España!", dijo otro. "¡Que no les hacemos caso a las personas hasta que se mueren!". "¡Hombre, claro!", terció una señora. "Es que si no, no seríamos españoles". Un caballero ya mayor recordó que él había leído una vez una cuarteta que más o menos decía: "Antigua la cosa es: / A los héroes y a los justos / los matamos a disgustos y los lloramos después".

"No me gustaría haber estado en su pellejo", me dijo una chica. "Por lo que me ha contado mi madre, hay que ver lo que sufrió don Juan teniendo que aguantar a Franco".

Había una unanimidad general. La misma que en estos días se ha expresado en la sociedad española por parte de todas las personas, cualesquiera que sea su forma de pensar en política, en que don Juan de Borbón se había sacrificado para dar a los españoles, en la persona de su hijo, una monarquía democrática. "Lo que él hizo, la paciencia que él tuvo que tener, no lo hizo para él. Don Juan sabía que él nunca reinaría", explicaba alguien en la cola.

Se alababa también el hecho de que don Juan no hubiera cedido sus derechos dinásticos hasta que se vio que la monarquía encarnada en su hijo don Juan Carlos sería una monarquía democrática. Y la gente comentaba igualmente la discreción que el conde de Barcelona supo mantener siempre, lo mismo durante su exilio que en los últimos años en España.

Otros se lamentaban de haberle conocido tarde, sobre todo porque, durante el franquismo, se hizo en torno a él un vacío. Un señor con aire más bien republicano, a quien me encontré en la cola antes de entrar en la capilla real, me dijo: "Mire usted, una cosa son las ideas y otra las personas". Y un chico de melenas que estaba en la cabecera de la cola cuando yo salía sentenció: "A mí es que me caía muy bien".

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