Conexión irregular

Es indiscutible que la música de Count Basie, Duke Ellington y, en general, la de las florecientes big bands de los años cuarenta no merece el frío encierro del soporte discográfico, sino que debe mantenerse permanentemente bien aireada y viva sobre los escenarios. Otra cuestión, discutida siempre hasta la saciedad, es cómo hacerla creíble ahora que las circunstancias y las mentalidades han cambiado tanto, al menos en apariencia.La P-B Swing Connection hizo un debú titubeante en 1991 con una grabación algo ingenua y se sospechó que se acababa de sumar al panorama una de esas bandas semiprofesionales de escaso carácter y casi nula convicción, especializadas en remedar el ambiente lúdico y bailable tan en boga hace 50 años. Sin embargo, supo cambiar a mejor y hoy elude con suficiencia la descalificación inmediata. De esta rápida transición le quedan posos, irregularidades que hacen su espectáculo algo desconcertante.

De entrada, le sobra una puesta en escena tirando a tosca, con forzados efectos cómicos y afectadas presentaciones. Tampoco le hace ningún bien el trabajo del nuevo batería neoyorquino Jerry Moye, buen conocedor de la gama de recursos de los percusionistas de big bands, pero incapaz de darles vuelo y un mínimo de flexibilidad; su baquetear reina con descaro y exige un esfuerzo adicional del oyente para relegarlo, siquiera por un momento, al segundo plano que merece. Otro misterio sin resolver es por qué la orquesta no insiste en cierto tipo de arreglos que se amoldan perfectamente a su personalidad.

Melodía de Lester Young

Sin duda, lo más destacable que hizo en la jornada de clausura del duodécimo festival del San Juan Evangelista fue Tickle toe, maravillosa melodía compuesta por Lester Young, a la que los tres saxofonistas supieron infundir rigor histórico, precisión y luz. También mereció especial atención el medley dedicado a Ellington (In a sentimental mood, Prelude to a kiss, Star crossed lover), con un Frank Wess eminente a la flauta -lástima que este histórico músico se pasase casi todo el resto de la sesión con el saxo tenor entre los labios, sólo obediente a la ley del mínimo esfuerzo- y un Oriol Bordás cómodo aunque demasiado literal con el alto en su papel de imitador de Johnny Hodges.Dominique Vernhes, con un bonito sonido al tenor, y Patrick Artero, que supo esbozar a través de su fliscorno la sonrisa entre pícara y risueña típica del gran Clark Terry, fueron los otros correctísimos solistas que la banda dejó ver en el San Juan Evangelista. Hasta ellos fueron tragados por la tierra cuando el repertorio giró hacia derroteros festivos. Entonces pareció como si encender la chispa del contagioso ritmo shuffle, tan engañosamente fácil, fuese patrimonio de músicos de otra época.