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43º FESTIVAL DE BERLÍN

El cine europeo sigue convirtiendo a la Berlinale en un cementerio de películas

Indicamos en una crónica anterior que, a falta de buen cine estadounidense que ofre cer, la Berlinale, 93 decidió dar ocasión de mostrarse a la vitalidad del cine europeo. Pero sigue sin llegar buen cine dé América, mientras esa supuesta vitalidad del de Europa es la de los cementerios. La sucesión de películas distorsiona la vieja consigna del circo y convierte en un "más mediocre todavía" a cada filme que se proyecta.

De Estados Unidos llegó -¿a través de qué enchufé?- tina película dirigida por Barry Levinson e interpretada por Robin Williams titulada Juguetes. Se sabía que fracasó estruendosamente en su país el pasado diciembre; se sabía que era pretenciosa, trivial, tonta e impotente, pero, sin embargo, llegó.Fue la estampita americana a un soporífero funeral europeo. Para empezar -y continuando el hilo de una crónica anterior sobre la vitalidad del cine europeo traído a Berlín tenemos el filme noruego El telegrafista, que tiene buena base: el célebre relato de Knut Hamsun Soñadores. Una buena base, pero sólo eso. Del sólido cimiento literario emerge una endeble película, de la que sólo escapa hacia arriba una intensa escena erótica, que no basta para sostener el armazón de todo lo demás.

Luego llegó la comedia alemana Todos los medios son buenos, que hizo partirse de risa al público alemán, mientras los no alemanes oponíamos sin excepción a sus carcajadas una perpleja cara de funeraria: ¿de qué se reirá esta gente? ¿Racismo humorístico por nuestra parte? Parece que no. Las noticias que nos llegan a posteriori de la cosa dicen que se trata de humor alemán cerradamente local y localista: algo así como contarle a un Finlandés chistes de Lepe o estrenar en Moscú El robobo de la jojoya sin subilítulos, a ver si los rusos se parten de risa con Martes y Trece.

Luego, con más ambiciones intelectuales, lo que agrava las cosas, llegó la holandesa Venganza a crédito, que es en realidad un ladrillo al contado y con el recargo de todo tipo de retorcimientos y sadismos morales y psíquicos entre un marido y una esposa que, por lo visto, se divierten mucho sufriendo y haciéndonos sufrir.

Cómo estará la fiesta en este patio, que tuvo que llegar nada menos que de los chinos de Taiwán una comedia -nada del otro mundo, pero una comedia de verdad- titulada La noche para que los asistentes a esta muestra de mala vida del cine europeo no saliéramos del Kongresshalle con pinta de supervivientes de un naufragio.

Porque luego le llegó el turno a la alegre Italia con el Diario de un vicio, de Marco Ferreri -que tuvo hace unos días un leve ataque cardiaco y se ha excusado por su ausencia de Berlín-, y aunque la película se muere de ganas de tener gracia, en realidad no tiene ninguna, pues el tedio sigue haciendo estragos en el cine de Ferreri, que se repite una y otra vez sin aliento y cada vez con mayor desgana. Y la apatía de Ferreri nos contagió, nos adormiló y, finalmente, nos anestesió por completo.

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