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El 'bus' de los descarriados

Francisco Peregil

"Que un hombre de edad como yo, con experiencia y muchos anos, se haya enganchado... vale; pero este mocoso que apenas ha descubierto la vida... No me canso de repetirle que lo deje ya" El que así hablaba era un anciano, abuelo del chaval, sentado a su derecha. Le escuchaba, en frente de ellos, en la parte trasera del autobús, la asistenta social. Los dos eran toxicómanos, decían que querían desengancharse y se iban a hacer la prueba del sida. El anciano se engachó al quedarse viudo, y el nieto al deambular tanto por la calle.El Isidrobús fue comprado por la Comunidad de Madrid para que todas las tardes, a las seis, excepto lunes y martes, saliese desde el hospital Gregorio Marañón y regresara a la una y media de la madrugada. Desde el 27 de mayo, cuando se puso en funcionamiento, ha regalado 40.500 jeringuillas y 15.200 condones. Por sus pasillos han pasado más de 1.500 personas. De ellas, un 75% aproximadamente resultó portadora del virus del sida. Los resultados de los análisis se entregan en dos semanas.

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Unos días suben cien, otros diez, y algunos, como el pasado jueves, sólo sube una persona. Aquel día, el autobús recaló en Leganés, donde tuvo un mal recibimiento: tras apostarse en un descampado para informar a los toxicómanos, la policía efectuó una redada. Los drogadictos asociaron el autobús a la policía, y todo el que sube allí desde entonces se arriesga a soportar la mácula de ser tachado como chivato del pueblo.

Los más marginados

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Los que suben al autobús suelen ser los yonquis más marginados, los que nunca han subido las escaleras de un organismo oficial para desintoxicarse, ni desean hacerlo.

En el vehículo se les da una ficha con un número -anonimato garantizado- y a los 15 días esperan en el descampado, puntuales, sus resultados.

En los últimos meses se ha incrementado notablemente el número de drogadictos, sobre todo mujeres. Para ellas, la prostitución es sólo una anécdota más; duermen en el portal de su casa, en los bancos de las plazas de sus pueblos, en coches abandonados, y una vez a la semana, cuando sus padres no están en casa, suben a ducharse.

Uno de los lugares donde se da mayor afluencia de drogadictos es la avenida de Guadalajara (San Blas), frente al poblado de Los Focos. Allí se subieron el abuelo enganchado y su nieto.

Mientras los doctores les explicaban los distintos centros asistenciales disponibles, ellos, como la mayoría de los heroinómanos, juraban y prometían que querían desengancharse para siempre y que no iban a tocar la droga nunca más. La asistente social escuchaba.

Al rato, el anciano se levantó y le dijo al nieto: "Bueno, niño, vamos a pillar".

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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