Acuerdo con fórceps
EPPUR SI muove! La cumbre comunitaria de Edimburgo dejó anoche desbloqueado el proceso de construcción europea, alejando el fantasma de la ruptura de la Comunidad Europea (CE) y su prosecución a diez en lugar de a doce. In extremis y con fórceps, los principales escollos -ratificación danesa, perspectivas presupuestarias- han sido removidos y salvados, tras una reunión maratoniana, salpicada de una enorme tensión. Cierto es que para lograrlo se han empleado toneladas de ingeniería financiera y jurídica y que la resultante son unos acuerdos frágiles, de mínimos. Pero ahí están. El Tratado de la Unión Europea firmado hace un año en la ciudad holandesa de Maastricht, aunque renqueante, sigue vivo. Se ha impuesto al fin la conocida máxima según la cual un mal acuerdo es mejor que el desacuerdo. Y se ha impuesto, como casi siempre, en una negociación de órdagos al borde del precipicio.Al final, una de las peores presidencias semestrales de la CE, la británica, que ahora termina, se salvaba por los pelos. Cicatera y autorreferencial, la presidencia de John Major pasará a la historia como la que menos consenso logró suscitar en sus primeras actuaciones; la que regateó más papeles, distribuyéndolos con tardanza; la que más parsimonia aplicó a los asuntos conflictivos y menos propuestas conciliadoras imaginé. El resultado es que, a pocas horas de la cumbre, prácticamente todos los asuntos decisivos estaban completamente abiertos y sujetos, por tanto, a una peligrosa negociación de última hora y a tumba abierta. La dinámica de la reunión de ayer y anteayer, interrumpiéndose y prolongándose hasta horas avanzadísimas para lo que se suele en estos encuentros, es suficientemente significativa.
Siendo todo ello cierto, también lo es que, paradójicamente, los resultados han sido -aunque mediocres- importantes para el clima de la construcción europea, aquejada de un escepticismo rampante desde el referéndum negativo de Dinamarca. Seguramente los factores decisivos para lograr el desbloqueo han sido la necesidad de Major de evitar la catástrofe, que le hubiera arrastrado en el remolino anticomunitano en que se ha convertido el patio trasero de su política interna; la creciente afirmación en los días previos a la cumbre de que la alternativa de una Europa a diez era un escenario alternativo inmediato al bloqueo sistemático del proceso de Maastricht por los dos países recelosos; una cierta recuperación del eje franco-alemán y de la firmeza de la Comisión; y la necesidad de dar salida a todos los problemas conjuntamente, o a ninguno, estrategia en la que se empeñó acertadamente, tercamente, España, como cabeza del grupo de los países de la cohesión. A todo ello cabría añadirle como telón de fondo la persistencia de la inestabilidad monetaria, que actuó como recordatorio de los malos presagios que comporta la desunión.
En realidad, todos los grandes asuntos estaban interrelacionados. Se ha avanzado en la perspectiva de la ampliación -las reuniones de aproximación comenzarán el próximo trimestre-, pero eso exigía compromisos claros para consolidar la profundización, es decir, plazos de ratificación para el Tratado de la Unión que han quedado, al menos como compromisos implícitos de Dinamarca y el Reino Unido, para antes del próximo verano. Al mismo tiempo, la subsidiariedad -un concepto incorporado en Maastricht- ha quedado descrestada de sus acepciones anticomunitarias y como criterio al que ajustarse en el desarrollo del propio tratado. Y las perspectivas financieras de un mercado único, aunque se cifren a niveles muy elementales, eran imprescindibles para abordarlo decididamente.
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