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El 'Don Carlos' de Pavarotti, condenado en la Scala por la inquisición verdiana

Las voces escogidas por Muti para la inauguración de la temporada dividen a los 'tifosi'

"II Brabante e la Fiandra a me tu dona" ("dame el reino de Brabante y de Flandes"), suplica un exaltado Don Carlos a Felipe II al final del segundo acto de la ópera verdiana. Sobre la palabra "dona", Pavarotti falló clamorosamente el agudo. Los comentarios se difundieron entre el público que el lunes asistía a la inauguración de la temporada milanesa. Bajó el telón y cayeron desde el loggione (gallinero) los primeros abucheos. Ya no hubo manera de enderezar el estreno: ni siquiera el prestigio de Ricardo Muti pudo con ello. Y es que en la Scala el fundamentalismo verdiano mantiene siempre las espadas en alto para preservar las esencias del melodrama italiano.

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En el entreacto, una enfurecida Renata Tebaldi declaraba: "Estas cosas me sacan de mis casillas. No es posible que por una nota fallida esta gente pueda hundir todo un espectáculo. En mis tiempos eso no ocurría". Al decir de las crónicas, ocurría, señora Tebaldi. Y eso forma parte de la grandeza y miseria de este teatro, donde Verdi es algo más que un compositor de óperas: es una gloria nacional, cuya memoria guardan intransigentes sacerdotes de la patria.Italia vive graves momentos de incertidumbre moral. La escasa presencia de políticos y la moderación generalizada en los vestidos en esta inaguración de temporada dan cuenta de que el mensaje de austeridad ha calado hondo. En este contexto, Verdi representa el valor sólido Tras dos años de abstinencia, en que Muti ha impuesto títulos poco apreciados por esta afición como Idomeneo o Parsifal, ahora el compositor de Busseto ha vuelto por la puerta grande y con una ópera que precisamente pone el dedo en la llaga de una sociedad en profunda crisis: la de Felipe II, que es una gran metáfora sobre toda sociedad en la que el poder político impone unas leyes que coartan las libertades.

'Big' Luciano

Sobre esta necesidad de referencias jugaba también el reparto de los personajes. Big Luciano no iba a ser el esbelto veinteañero hijo de rey que la partitura exige, pero sí pondría su voz de ángel al servicio de la gran vocalidad verdiana. Flanqueando al tenorissimo, lo mejor del mercado italiano: Daniela Dessi (Elisabetta), Paolo Coni (marqués de Posa), Luciana d'lntino (Éboli). Más Samuel Ramey (Felipe II) y Alexander Anisimov (Gran Inquisidor) dando el toque de importación.Al margen de la stecca (fallo) del segundo acto, y de otra que se produjo en el dúo con Elisabetta del cuarto, ambos reconocidos con humildad por Pavarotti y justificados por sendos errores a la hora de tomar fiato (respiro), il maestro no estuvo en la parte de Don Carlos. Dio correctamente su primera aria, Io la vidi, pero pasando por encima de ella, como si no lograra meterse en el drama de un personaje al que la razón de Estado impide amar a la mujer deseada. Naturalmente, la transparencia de la vocalidad pavarottiana, el timbre y ese instinto natural para buscar los apoyos de la frase estaban ahí, pero faltaba el desgarro del personaje.

Vocalmente, el gran triunfador fue Samuel Ramey (y un extranjero triunfando con Verdi en la Scala es mucho, mucho triunfo). Esa aria que abre el tercer acto y que los italianos suelen cantar cada mañana cuando se afeitan (Ella giammai m'amó) fue dicha desde una lejanía estratosférica: el mismo rey se manifiesta ahí víctima de las razones de Estado que él mismo ha dictado. Ramey hizo un estupendo tándem con Anisimov en el impresionante pulso que mantienen el poder político y el religioso. Un Coni atenazado por las responsabilidades del estreno pasó sin demasiada pena ni gloria. Cumplió correctamente Luciana d'lntino, cuya O, don fatale fue recompensada con comedidos aplausos.

Daniela Dessi no tiene una voz excesivamente. interesante, pero conoce a fondo la partitura. Fue bien al principio, luego se contagió del inhóspito clima de contestación: atacó con miedo su gran. aria del cuarto acto y acabó con dificultades sobre la frase "se ancor si piange in cielo, piangi nel mío dolor" ("si aún se llora en el cielo, llora tú sobre mí dolor)". Fue entonces cuando un loggionista dejó caer, gritando a pleno pulmón, la artillería más pesada de la velada: "Es Verdi el que llora esta noche, señora". Demoledor.

Una pena que todo ello enturbiara la sabia labor de Muti a la batuta: su Don Carlos es ancho de tiempos, bien contrastado, cuidado en los matices. La orquesta suena compacta: con Verdi es la mejor de todas, ahí sí que nadie puede toserle. Al final, todos a una salieron a recoger los improperios y los bravos de un público desmelenado, dividido, cuyas fracciones se lanzaban pesados insultos. Pero esto es la Scala: un patio de colegio y a la vez el primer teatro lírico del mundo.

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