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'La seducción', tema central de una muestra en la Accademia Valentino de Roma

Arte galante, 'De Boucher a Warhol', en 61 óleos, tres esculturas y 21 fotografías

A nadie le puede resultar extraño que La seducción sea el título de la segunda exposición que la Accademia fundada por el modista Valentino Garavani ha alojado en su breve vida, desde 1990. Pero la seducción y la capacidad seductora del arte implican un campo tan amplio como toda la historia, y la dificultad consiguiente de seleccionar una muestra que pueda responder dignamente a ese emblema.

Con el subtítulo De Boucher a Warhol, los responsables de la exposición abierta en los salones vecinos a la Piazza di Spagna, en pleno centro de Roma -patrocinada también por Rover-Italia y con la finalidad de recaudar fondos para la lucha contra el sida, objetivo asociado a la fundación de la Accademia- han delimitado ya un primer ámbito temporal, que justifican así: es en los comienzos del siglo XVIII cuando la seducción se convierte "en medida generalizada de aproximación social y principio mismo del arte".La propuesta; formulada de ese modo por Maurizio Calvesi en el texto que se incluye en el catálogo, tiene el inconveniente de dejar fuera tanto a las seductoras ninfas de Boticelli como a la Mona Lisa, mientras cualquiera podría declararse justamente más atraído por una Diana romana, una deidad india o una Madonna de Piero della Francesca.

Los inicios

En cuanto al límite superior del periodo, no hay duda de que los vaqueros apretados de Elvis Presley que se exhiben en esta muestra, en un díptico de Andy Warhol, constituyen el broche sugerente de una historia que arranca en un clima rococó de sedas y puntillas.Entre Boucher y Warhol, hay en los salones de Valentino unos sesenta óleos -dos o tres más deberán llegar en los próximos días-, tres esculturas -dos mármoles de Edoardo Gioia y un bronce de Manzúy, al margen de todo ello, 21 fotografías de firmas tan célebres como las de Cecil Beaton, Justine de Villeneuve o Helmut Newton, y modelos tan irrepetibles como Twiggy o Audrey Hepburn, vestidas por el modista. Esta sección fotográfica está desplegada en una sala propia, de modo que ni se mezcla ni se cruza con la pintura.

El resto de la obra se exhibe en otras cuatro salas, bautizadas con sendos títulos -Mitos, Encuentros, En Sociedad y Sueños- que dan respuestas aproximadamente adecuadas a la distribución del espacio disponible y ordenan una organización por temas. Pero a la hora de recordar lo visto, se impone espontáneamente el orden cronológico.

Descontado el nombre de Watteau, dado que arranca con François Boucher, la muestra presentada incluye obras de varios grandes nombres de la pintura del siglo XVIII, como Lancret, Fragonard, Longhi o el mismo Tiepolo, aunque quizá sea éste el periodo que resulta menos satisfactorio.

Ello se debe, en buena medida, a que ni el entorno ni el estado de conservación hacen justicia a unos cuadros de pequeño formato y primariamen-. te decorativos, entre los que destaca la gracia de la joven que salta del lecho desnuda persiguiendo un invisible periquito, pintada por Jean Frederic Schall, discípulo de Fragonard, en 1780.

Dos buenos ejemplos del neoclasicismo de Francesco Hayez y otro de Pelagio Palagi, la abierta sensualidad de una ninfa atada a un árbol por los pinceles de Ciaranfi, Los amantes de Vincenzo Cabianca, que se exhibe en un rincón de escaso relieve, y dos bellísimos retratos firmados por Vittorio Matteo Corcos y Giuseppe de Nittis, respectivamente, son algunos de los mejores ejemplos que la muestre ofrece de la seducción en la pintura del siglo XIX.

Entrando en el siglo actual, la exposición se llena de grandes firmas y obras importantes de De Chirico, Modigliani, Gustav Klinit, Tamara de Lempicka, Elisabeth Chaplin, Savinio, Delvaux y Max Ernst, procedentes, como los demás cuadros, de colecciones privadas, galerías y museos en su mayoría italianos.

Se puede seguir preguntando por los motivos de la ausencia de un pintor como Gustav Moreau en una exposición de este tipo, o cuestionar si Klimt o Lempicka, como indudablemente Fragonard, no produjeron obra más expresiva de la seducción que la que aquí se exhibe, pero todo ello remite al problema inicial de la amplitud del objeto.

"Es imposible delinear en esta exposición una lectura exhaustiva de cómo el imaginario haya pintado y leído el tema de la seducción", escribe en el catálogo Gioia Mori, otro de los responsables de la selección, como defendiéndose anticipadamente.

Con todo, la exposición tiene gancho y éxito de público. El suficiente como para atraer al avvocato Giovanni Agnelli y a su hermana Susana en una tarde de sábado.

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