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Emblema de la vanidad

Leonel MouraGalería Oliva Arauna. Claudio Coello,

19 Madrid Hasta el 30 de noviebre

En el reloj astronómico de la catedral de Estrasburgo, sin duda uno de los más bellos y complejos jeroglíficos de la vanidad nunca realizados, una figura de la muerte culmina el conjunto y allí, con un mismo gesto, al golpear su campana con una tibia, marca la cadencia del tiempo. De hecho, la presencia de relojes es uno de los tópicos recurrentes entre los símbolos que componen esos bodegones de objetos que denominamos vanidades.'

El reloj, como emblema de la vanidad, es también el artificio sobre el que Lionel Moura centra la sugerente instalación presentada en su actual muestra personal madrileña. El artista portugués construye su "discurso de la verdad" a partir de tres elementos que conllevan cargas simbólicas en cierto modo complementarias. El primero de éstos es el de los ya citados relojes, que Moura ha incluido en gran número, y en los que poco importa la sincronía, pues no remiten a un tiempo concreto sino que actúan como metáfora de una inercia imparable.

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El segundo es una imagen de prensa muy ampliada, de lectura a lá vez específica y abstracta, que sirve de fondo y espacio a la composición. Nos muestra a un grupo de aves, en el instante de alzar el vuelo, súbitamente espantadas por algún accidente. El desenfoque de la imagen, incrementado por lo forzado de la ampliación, acentúa su inquietante sensación de instantaneidad.

El tercer elemento lo conforma una serie de nombres ilustres, creadores fundamentales en campos y periodos muy diversos, acompañados en cada caso, entre paréntesis, por las fechas que les limitan, como en la canción, "de la cuna a la tumba". Ese estereotipo, que acostumbra a identificarlos y situarlos en el tiempo, contiene, en su aparente asepsia, una carga letal, la confirmación de la fragilidad implícita en su carácter funcional.

El mismo estereotipo que supuestamente garantiza, en palabras y cifras la memoria inperecedera de ¿ada personaje, esa suerte de vida tras la muerte reflejada en una convención tipográfica, se torna cada vez mássospechosa a medida que nos percatamos, a través del cruce entre la reiteración mecánica del recurso y la cadencia inerte del tiempo, de hasta qué punto esos modernos y profilácticos emblemas de la fama se han trivializado para convertirse en meros signos convencionales, logotipos del espectáculo de la cultura al servicio de cualquier manipulación banal. Mas la vanidad no se refiere aquí a aquellos entes ilustres que desaparecieron en el curso del -tiempo, sino a quienes, desde el presente, usan de ellos voces sin sentido, comercio de fantasmas.

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