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Los 'ludwigs' de Picasso

Pablo Picasso. Colección LudwigMuseo Picasso de Barcelona. Montcada, 15-19. .Barcelona. Hasta el 31 de enero de 1993.

Pocas, muy pocas exposiciones de arte contemporáneo, se recuerdan, en la Barcelona de estos últimos años, de la consistencia y la altísima calidad que posee la presente muestra.Si ya de por sí la sola mención de quien es tenido por el artista por excelencia de nuestro siglo acostumbra a ser garantía de cuantas positivas expectativas artísticas se depositen de antemano, el complementar todo ello con una ingente empresa de coordinación museística internacional, que ha permitido reunir 180 piezas -entre dibujo, pinturas, esculturas, cerámicas y obra calcográfica- de las casi 800 que hoy integran la que es la mejor colección picasslana privada del mundo, constituye, sin ningún género de dudas, un acontecimiento extraordinario, único.

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Y, finalmente, si a lo citado se afiade la consideración de que mediante esta apabullante selección se asiste a un auténtico, ni breve ni agotador, resumen (la primera obra, un retrato del padre de Picasso data de 1899, y la última, en agosto de 1972, meses antes de su muerte), lo que fue la trayectoria artística del genio a lo largo de su dilatada vida, es fácil comprender el carácter de excepción, de soberano compendio, que supone esta exposición.

Pero si insólito es lo mencionado, no menos lo es el talante del matrimonio alemán propietario de esta colección -una entre las varias (arte griego, precolombino, ruso, pop art, etcétera) que posee, aunque la única dedicada en exclusiva a un artista-, pues es del todo infrecuente que el dinero a raudales se vea acompañado de conocimientos históricos y de criterios selectivos tan profundos como los Ludwig han demostrado desde sus inicios en el coleccionismo.

Fervor coleccionista

Tal vez por estas causas, ante los picassos de los Ludwig uno tiene la sensación de hallarse, casi, ante los ludwigs de Picasso: tal es el efecto que produce esa amalgama existente aquí entre fervor coleccionista y fervor creador (y es importante señalar en este caso la obsesión coleccionista que el mismo Picasso albergaba), entre el coleccionismo como fórmula creativa, parcelaria si se quiere, y la, creación artística como singular coleccionismo de vivencias traducidas en ecuaciones objetuales.

Una paridad de fervores e inquietudes entre el hacedor de fetiches y el fetichista ésta que los Ludwig, como intelectuales vinculados y partícipes, de alguna manera, de los mismos problemas y pensares que eran propios de los tiempos en que Picasso, gracias a su longevidad, vivió durante su eterna madurez, nunca han negado, sino, antes bien, puesto en realce.

De aquí es fácil deducir otro aspecto modélico que en los Ludwig ha tenido la asunción plena de la figura del coleccionista de arte contemporáneo: una persona identificada de lleno con las mismas alegrías y miserias, dudas y convicciones, sociales y plásticas, que atenazan y sirven de resorte creativo al unísono al individuo que es todo artista.

¿Qué decir, por lo demás, del contenido específico de la muestra?

Que recoge un amplio abanico de temas, desde el eterno femenino a la obstinación preocupante por la muerte, de la joie de vivre a la pesadilla constante que fueron para Pablo Picasso la pobreza, el hambre y las guerras de los hombres....Que en la exposición queda bien a las claras cómo Picasso más que un artista de rupturas lo es de la culminación de una tradición que abre a la par, y de par en- par, las puertas de lo nuevo ... Que es ejemplar en lo que atañe a la contemplación de los hallazgos de las diversas etapas transitadas por el genio...

Esto, a estas alturas está claro, o debería estarlo, para todos aquellos que en algún momento se hayan asomado al balcón abierto que para el paisaje del arte dispuso el malacitano.

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