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Tribuna:
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Sarajevo

Me temo que mientras estoy escribiendo estas líneas el problema de Sarajevo está Ilegando a su final. A un final rubricado por la tragedia, la sangre y el sufrimiento. Hablo de Sarajevo y con ese nombre me refiero también a todos los lugares de Bosnia o antes de Croacia, donde en nombre de una nación, de una raza, de un pueblo se cercan, se combaten, se deportan, se da muerte a los que son de otra raza, de otro pueblo, de otra religión.Todas las noticias que nos llegan parecen confirmar hasta la evidencia que si Sarajevo no cae en poder de los serbios agresores antes del invierno, al llegar éste morirán miles y miles de bosnios, hablan de más de cien mil, víctimas del frío y del hambre. Y nada nos dicen de otros enclaves bosnios que están corriendo en estos momentos la misma o peor suerte, porque de ellos ya ni se habla.

Las fuerzas de las Naciones Unidas, los cascos azules de la ONU, que fueron a Sarajevo para "asegurar la ayuda humanitaria", se han convertido en el patético paradigma de la impotencia y en el ejemplo de todo lo que no debe hacerse cuando se actúa en el nombre de la autoridad internacional, de la justicia y de los derechos humanos, tantas veces mencionados y muchas más escarnecidos.

Y esa impotencia de las fuerzas de la ONU, de los cascos azules, no hace más que poner de manifiesto que los países de la Comunidad Europea y las grandes potencias que dominan el Consejo de Seguridad de la ONU consideran no vital para sus intereses el terrible problema humano de la antigua Yugoslavia, y que en su solución no quieren correr ningún riesgo, ni siquiera aquellos que serían perfectamente soportables. Una vez más estamos ante las consabidas condenas, los bloqueos económicos más o menos completos cuya ineficacia a corto plazo, y del corto plazo se trata en este caso, es de sobra conocida por los mismos que los imponen. Una vez más lo que se llama realismo, cuando conviene, en política internacional, el miedo a perder unas elecciones, la natural pereza y el egoísmo de naciones y dirigentes, ha impuesto su realista y pragmática solución. Y no durante un tiempo razonable y, corto en el que hubiera sido lógico agotar todos los medios de presión diplomática y económica para acabar con el conflicto, sino ya, a las alturas a las que estamos, de modo y tiempo que desgraciadamente parecen definitivos.

Los que piensan de una manera realista y pragmática creo que se equivocan. Las Naciones Unidas, y lo que es peor, lo que llamamos Europa, la Comunidad Europea, han permitido que en una de sus partes, precisamente en la que ha hecho estallar conflicto tras conflicto durante este siglo y la I Guerra Mundial, impongan su ley el racismo, el uso de la fuerza más brutal para lograr las limpiezas étnicas, de la fuerza y de la superioridad en armas para imponer fronteras, han permitido el uso del terror como el medio de conseguir que miles y miles de hombres, mujeres y niños abandonaran sus lugares de residencia secular, han permitido la matanza indiscriminada de mujeres, niños y hombres civiles. Y lo que han permitido, ese autoritarismo racista, homicida, que impone deportaciones étnicas masivas, crímenes y terror, no es otra cosa, como anuncia Dahrendorff cuando reflexiona sobre La revolución en Europa, que el retomo del fascismo.

No han sido capaces, ni las Naciones Unidas ni los europeos, hasta ahora de evitar la tragedia que se ha abatido sobre los bosnios y, sobre todo, sobre los musulmanes bosnios; no hemos sido capaces de evitar la tragedia de Sarajevo; pero si además no somos capaces de doblegar el triunfo y las conquistas de aquellos que han hecho revivir con sus acciones el fascismo, entonces ya podemos decir que el realismo pragmático internacional se habrá equivocado una vez más, porque habrá permitido que se instale en triunfo en una parte de Europa una infección que nos amenazará a todos, que ya nos amenaza. Y siempre será después más duro, más sangriento y más difícil atajarlo. La debilidad en la defensa de la democracia y de los principios que son su fundamento siempre ha costado después a esas democracias "sangre, sudor y lágrimas".

Y desde luego no comparto ni las razones militares ni las políticas que se han aducido para no imponer la ley internacional y el fin de la violencia en Bosnia-Herzegovina. Creo que agotada la vía diplomática y ante la inminencia de la catástrofe que ya parece inevitable o el avasallamiento total de una minoría como la musulmana, una acción militar aérea, naval y terrestre con fines claramente delimitados (neutralización de la artillería pesada y blindados, neutralización de la fuerza aérea serbia, ocupación de las colinas que rodean Sarajevo, imposición a los contendientes de una zona de separación mientras se negociaba el final de la contienda y las bases de la paz futura) era perfectamente soportable por las fuerzas que se podían poner a disposición de las Naciones Unidas con bastantes menos hombres, efectivos y coste económico que los utilizados y causados en la guerra del Golfo.

Y lo mismo digo por lo que respecta a las razones políticas que quizá puedan resumirse en la frase no nos metamos en el avispero yugoslavo, porque cualquier solución que queramos imponer será precaria y sujeta a cambios violentos. Porque creo que una acción política apoyada por la fuerza militar necesaria hubiera frenado en seco el autoritarismo y la agresión, y unos y otros contendientes hubieran tenido que aceptar los términos de una paz negociada bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Por otra parte, el no meterse en el avispero yugoslavo, a lo que está llevando es a que al final se llegará a una solución impuesta por la fuerza de las armas de uno de los contendientes y, por tanto, a medio y largo plazo, a una solución precaria en la que se incubarán nuevas violencias.

Todos creíamos cuando cayó el muro de Berlín que empezaba una nueva era en las relaciones entre naciones, una era de paz en la que las Naciones Unidas iban por fin a desarrollar su misión de arreglar los conflictos entre naciones pacíficamente y oponerse, incluso por la fuerza, a cualquier agresor en el cumplimiento de su carta fundacional y de la Declaración de los Derechos Humanos. Se podía iniciar ya el camino hacia ese reino de los fines que eran los de los seres racionales y libres que ajustan su conducta a la norma que pueda convertirse en ley universal para todos los hombres, porque usarían de su libertad respetando la libertad de los demás, como dijo Kant.

No ha sido así. El rebrote violento de los nacionalismos excluyentes -lo que Toynbee consideraba la peor lacra del mundo moderno-, el hambre y las guerras tribales de Somalia, lo que pasa en Sarajevo, ha ,venido a recordarnos hasta qué punto la violencia y la sinrazón siguen siendo raíces profundas de la condición humana.

La única esperanza de todos los Sarajevos y Somalias presentes y futuros es que las naciones todas del mundo, y en el Sarajevo actual sobre todo las naciones europeas, sepan cumplir con decisión, coraje y lucidez el cometido que la historia y su voluntad, libremente expresada en la Carta de las Naciones Unidas, les impone. Si no lo hacemos en esta trágica hora, estaremos socavando los cimientos de una paz y de una prosperidad en crisis, que sólo sabríamos defender con ciegos, equivocados y suicidas egoísmos nacionales. Si triunfan la violencia y el racismo en Sarajevo y el hambre en Somalia, si los dejamos'triunfar, serán culpables las naciones que pudieron haberlo evitado, sus gobernantes, incluso sus ciudadanos. Nadie será inocente.

es abogado del Estado.

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