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Tribuna
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Instinto de libertad

Se celebran unas jornadas sobre Triunfo, llenas de nostalgia. Un tiempo que pasó y es difícil que vuelva: la historia no se repite, sólo se imita, y no siempre para bien. Triunfo marcó una época y, a pesar de la desilusión de muchos españoles, parece que cabe su recuerdo esperanzado. La España que esperábamos y tanto hicimos porqué viniera no llegó del todo, pero no hemos de perder la esperanza de que llegue algún día, a pesar de los negros nubarrones que la envuelven. Por ahora sólo vinieron retazos de lo que anhelábamos.Yo había empezado a escribir en 1953. Comencé a dirigir una revista católica de avance y a escribir en el diario Informaciones. Después publiqué en el dominical del Ya algún artículo que concitaba las iras de parte de sus lectores demasiado clericales. Y me vino así el primer encontronazo con la jerarquía, por un escrito mío sobre el significado del papado. Y de nuevo el silencio, hasta que un día Ezcurra me vio en la televisión, en un debate sobre el próximo concilio -era 1961-, polemizando con un canónigo. Y me vino la oferta definitiva: el director de Triunfo, que era entonces una revista casi de cine, que quería convertirla en un semanario cultural, me llamó para pedirme un artículo sobre el próximo concilio. Aquello supuso que durante 21 años no dejé la pluma para hablar de esa inquietud religiosa abierta, que estaba en las conciencias de muchos españoles que no podían hablar en aquella paz de los sepulcros que nos deparó Franco durante 40 años.

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Agnósticos

Entré así en un mundo para mí nuevo: eran los que allí escribían pocos, principalmente Haro Tecglen, que había yo conocido en mis años de Informaciones, cuando él era corresponsal en París. Después se fue ampliando la plantilla, y viví un ambiente religiosamente casi agnóstico que se interesaba más por la religión que aquellos fieles de siempre que apoyaban el silencio de las cabezas pensantes de aquellos años.

Una España oculta se me descubrió, sobre todo por las numerosas cartas que recibía de los lectores. Era para mí un mundo nuevo desconocido: España no era como nos decían las consignas del régimen. El hábil comentario de sus plumas con innumerables conocimientos, los comentarios de libros con clave, los reportajes, entrevistas y crónicas que todos escribíamos, y la intuición de Ezcurra para saber dónde encontrarnos e impulsarnos, constituyó la revista que sin duda ha sido una parte de la historia memorable de nuestro país. Y, como complemento, la publicación de Tiempo de historia, que cubría el mismo mensaje desde otro punto de vista: el de lo sucedido hace años o siglos, presentando una proyección significativa para el momento que mal vivíamos.

Creíamos, como Juan XXIII y contra el antiliberal Pío Nono, en la libertad, fuera y dentro de la Iglesia. Creíamos en el pueblo español y sabíamos que su instinto era mas perspicaz que el de los gobernantes de entonces, y quizá de muchos de otros tiempos más progresistas. Pensábamos que el hombre corriente, el hombre de la calle, tenía mucho que decirnos para acertar en nuestro camino político. La democracia -en una palabra- era la vía que nos sacaría de los atolladeros en los que estábamos. No nos dejábamos avasallar por el autoritarismo imperante, para nosotros era más importante la conciencia que la orden del superior.

Gentes de progreso, de apertura a nuevos horizontes, de afán de libertad, de justicia social de verdad y de convivencia sin discriminación alguna éramos los que allí estábamos luchando con la pluma por un mundo distinto y para todos, sin vencedores ni vencidos. Se fomentaba un arte -en todas sus manifestaciones- de renovación auténtica, un pensamiento político nuevo, un conocimiento de los deseos de nuestro pueblo, una lucha por una sociedad justa y sin discriminaciones, el desarrollo y el respeto a una religiosidad más evangélica y una verdadera libertad de creer lo que la conciencia nos dicte, sea religioso o no su dictamen. Eso fue lo que tan diferentes ideologías, allí presentes en la revista, queríamos conseguir con nuestra pluma, siempre incisiva, pero sabiendo sortear los vericuetos de la poco inteligente censura que dominaba.

Esto es lo que yo encontré en aquel equipo de Triunfo, concordante con los anhelos que difícilmente había podido satisfacer en otros medios. Era Triunfo, desde 1961, un islote al que querían asirse los náufragos de la libertad y de la justicia en España, que al fin resultaron la mayoría de los españoles.

Enrique Miret Magdalena escritor y teólogo, colaboró en Triunfo durante 21 años.

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