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Descubrimiento de la nueva Europa

Quinientos años después del descubrimiento de América, Europa está de nuevo ocupada en descubrirse a sí misma. La nueva Europa sigue siendo en gran medida terra incognita. Los conceptos que existen de ella reflejan la realidad tanto como los antiguos mapas del Nuevo Mundo.La idea de una Europa libre, sin fronteras y en paz, como parecía posible tras la caída del comunismo, ha demostrado ser una utopía alejada por completo de la realidad. Aparentemente, la nueva Europa se parece más a la Europa de anteayer: a finales de este siglo, igual que a principios, aparece la fuerza destructiva del nacionalismo.

¿Está Europa realmente condenada a volver a cometer los errores del pasado, o existe la esperanza de que haya aprendido de su dolorosa historia? El horror de la guerra en la antigua Yugoslavia y la incapacidad, hasta el momento, para ponerle fin, llevan al pesimismo. Cuanto más tiempo duren los asesinatos, mayor será el abismo entre el sueño europeo y la realidad de Europa. A medida que van pasando los días y traen consigo la muerte, el sufrimiento y la destrucción, se va perdiendo un poco de la confianza depositada en aquellos valores e instituciones que Europa reconoció en la Carta de París.

Los contemporáneos de esta transformación histórica todavía no son conscientes de la trascendencia de estos enormes cambios. Al parecer, es difícil abandonar modelos de pensamiento conocidos. Los reflejos históricos y las viejas costumbres frenan un cambio imperiosamente necesario en la forma de pensar.

Esta nueva forma de pensar es necesaria no sólo en el Este, sino también en el Oeste. Los efectos de la evolución de Europa del Este se hacen sentir también, de diferentes maneras, en Occidente. Pensemos, sin ir más lejos, en la ola de refugiados procedentes de las zonas en guerra.

En la nueva Europa sólo se puede mantener la seguridad actuando conjuntamente. Ello exige solidaridad internacional y cooperación. No se trata tan sólo de la seguridad militar, sino también de la económica, de la social y de la protección del medio ambiente. El concepto de seguridad, hoy en día, se ha vuelto más amplio. Abarca también los derechos humanos, los derechos de las minorías y su salvaguardia internacional. No basta con hablar del concepto de humanidad, también hay que defenderlo.

Sólo cuando se consiga asegurar una convivencia pacífica entre los distintos pueblos y grupos étnicos europeos podrá existir una Europa plural en la que encuentren su lugar las antiguas naciones y culturas. Esto exige, ante todo, tolerancia y respeto mutuo, una forma de pensar acorde con la tradición humanitaria europea, pero que también tiene que traducirse en la práctica diaria. Esta es, en primer lugar, una cuestión de formación y educación, en la que hay que prescindir de los estereotipos acerca del enemigo y dar más relevancia a lo que nos une que a lo que nos sepaia. También es necesaria la protección legal: hay que castigar de manera eficaz las infracciones y poner fin inmediatamente a los conflictos. Hay que crear urgentemente los instrumentos necesarios para ello. El Consejo de Europa y las Naciones Unidas han elaborado importantes bases sobre las que tenemos que empezar a construir. La nueva Europa tiene que ser la Europa del derecho.

Hoy en día, la Comunidad Europea es -pese a todas las limitaciones- el ancla de la estabilidad en Europa y la principal portadora de las esperanzas en un futuro común europeo. Todo dependerá en gran medida de cómo reaccione la Comunidad ante la nueva situación. Hasta el momento, profundidad y ampliación han sido procesos paralelos en la historia de la Comunidad Europea. Esto deberá seguir siendo así en el futuro si la Comunidad Europea quiere salir airosa del reto de la Europa común. Tiene ante ella una doble tarea: ganar la aprobación y el apoyo de sus ciudadanos para la futura obra de la unificación y, al mismo tiempo, ofrecer al resto de Europa la posibilidad de integrarse en el futuro en la Comunidad.

Si queremos que Europa sea la patria de sus ciudadanos, no debemos dejar que se pierda la riqueza cultural del continente. La nueva Europa no será sólo la Europa de los países, sino también la Europa de las regiones históricas, una Europa federal.

Los arquitectos de esta nueva Europa son conscientes de que no se puede construir ignorando la opinión de los hombres. Es indispensable la aprobación democrática de sus ciudadanos. Ello exige una importante labor de persuasión. La legitimidad de mocrática y un mayor acercamiento al ciudadano resultan imprescindibles. Esto no es tarea exclusiva de la política, sino de todas las fuerzas espirituales de Europa. Hay que conquistar las mentes y los corazones para la nueva Europa.

La nueva Europa no puede ser una fortaleza que se cierre al resto del mundo. Ningún otro continente está tan estrechamente unido al resto como Europa. Pensemos, sin ir más lejos, en las intensas relaciones con América, con el mundo árabe y con África y Asia.

Europa tampoco deberá existir como una isla de prosperidad en un mar de pobreza. Hoy en día, vivimos en un mundo que se ha convertido en una comunidad humana con un mismo destino. La Exposición Universal de Sevilla es -al igual que los Juegos Olímpicos de Barcelona que acaban de concluir- un símbolo de esta unidad.

Austria es consciente de los grandes retos a los que deben hacer frente los europeos hoy en día. Como país situado en el centro de Europa, le interesa en gran medida que la unidad europea llegue a buen término. Hace ya tres años que solicitó la entrada en la Comunidad Europea y confía en que las negociaciones para la adhesión empiecen a comienzos de 1993.

Austria ya ha demostrado en repetidas ocasiones estar dispuesta a contribuir activamente en la tarea de consolidar la Comunidad Europea. Para ello, la cooperación con España tendrá un papel de especial relevancia.

Thomas Klestil es presidente de Austria.

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