Tensa y magnífica intriga
Más vale borrar de la memoria al fantoche, protagonista de la mediocre Wall Street -que le valió un Oscar vergonzoso a Michael Douglas- si se quiere apreciar en lo que vale su creación de un pobre diablo a la deriva, débil y blando, llamado Nick Curran, un sujeto antípoda de aquel arrogante jugador de Bolsa: un policía gastado por el lado sucio de su oficio, pero que sigue adelante, a remolque de la vida y de esa muerte en vida que es la resaca de la droga profunda: un tipo acabado que de pronto resurge aferrado a un clavo ardiendo: el empeño por resolver un mórbido y complicado caso que le cae en las manos y que poco a poco le entra en los hígados. Es un individuo bien intuido y compuesto, cuya verosimilitud hace rectilínea a la torcida e incluso retorcida historia que cuenta -con maestria de oficio, sobre todo en la habilísima escritura del guión- esta película absurdamente polémica, instinto básico, que se benefició publicitariamente con las disparatadas protestas de algunos grupos homosexuales de Estados Unidos cuando se estrenó allí. Es probable que tales grupos buscaran con malas mañas notoriedad, pues de otra manera no se entienden sus algaradas ante una película en la que la función de la homosexualidad es estrictamente dramática, sin que haya detrás de ella nin gún juicio moral positivo o negativo.
Instinto básico
Director: Paul.Verhoeven. Guión: Joe Eszterhas. Fotografía: Jan de Bont. Música: Jerry Go1dsmith. Estados Unidos, 1992. Intérpretes: Michael Douglas, Sharon Stone, George Dzunza, Jeanne Tripplehom, Leilani Sarelle, Dore,thy Malone. Estreno en Madrid: cines Lope de Vega, Amaya, Benlliure Novedades, Aluche, Florida, Excelsior, y, en versión original subtitulada, California y Renoir Cuatro Caminos.
Es una historia esquina inquietante, a la que sus propagandistas consideran un thriller psicológico, para acudir al imán que esta calificación se ganó en manos de Alfred Hitchcock. Si en Instinto básico hay psicología, lo es de pacotilla, amañada para abastecer de reveses y derechos a una intrincada intriga. Pero lo que en esta historia importa no es la verdad de los dibujos psíquicos de sus personajes, con los que Joe Eszterhashace juegos malabares -prestidigitación que le ha proporcionado tres millones de dólares: el guión mejor pagado de la historia del cine- con las interrelaciones entre los tipos y la urdimbre que poco a poco éstos devanan, llena de buenos trucos e ingeniosos fuegos de artificio argumentales: sucesivos desenlaces que no son tales, sino recursos escalonados y destinados no a ilustrar al respetable sobre los comportamientos perturbados y perturbadores de la gente, sino a cautivarlo con las armas de una primorosa aventura, de una brillante ficción. Buena, legal, magnífica- diversión.
Nace una 'estrella'
Paul Verhoeven, con tan buen oficio detrás de la cámara como Joe Eszterhas detrás de la pluma, acepta las nunca canceladas reglas de la puesta en escena transparente y huye de la tentación de hacer estilo con la geometría argumental del guión: lo eleva con sabiduría a la pantalla y ésta se tensa y engatusa, de manera que se devioran con avidez las dos horas de duración de Instinto básico y una vez pasadas incluso saben a cortas. La película no es ni quiere ser un monumento de cine moderno -su factura carece de pretensiones innovadoras- y su condicion de juego -jugar es asunto muy serio es tan evidente que su truquería no engaña, ni miente a la manera indecorosa de Batman vuelve, ese pedreste manual del arte de vender neveras góticas a esquimales despistados.Otro capítulo de la galería de atractivos de este excelente filme de entretenimiento es la revelación de Sharon Stone no sólo como mujer con una fotogenia y un anzuelo sexual tan fuertes que han hecho de ella, casi de la noche a la mañana, una estrella, o, en la turbia jerga de su oficio, un animal cotizadísimo en el zoológico de Hollywood, sino -y esto es lo que importa- como una grande, generosa e inteligente intérprete: libre y conocedora de sus recursos y por tanto de sus limitaciones, cosa indispensable para superarlas-, los gradúa con tanta soltura que, además de vencer, convence; además de inquietar, conmueve. Ver simplemente -con el añadido de verle interpretar- a Sharon Stone es un espectáculo en sí mismo.
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