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Sexta 'profanación' de Norma Jean Mortenson

Cada cinco años se produce en todo el mundo un macabro ritual de desenterramiento simbólico de la actriz

Desde el 5 de, agosto de 1962, y cada cinco años -todos los terminados en 2 y en 7-, en este mismo día, los medios de comunicación, las agencias de reportajes filmados, escritos y fotográficos -la última oferta ha sido, hace unas semanas, la venta como cosa nueva de una vieja fotografía de su autopsia-, los programadores de televisión y los editores de libros de encargo inician el desenterramiento metafórico de Norma Sean Mortenson. Profanar cíclicamente el nicho discreto del Westwood Memorial Park de Los Ángeles, donde intentan, sin conseguirlo, descansar los restos de Marilyn Monroe, se ha convertido por ello en un rito de proporciones planetarias, inesquivable como noticia y que tiene aires de un deporte de masas macabro y con el partido en fecha fija.Nembutal

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El 5 de junio de 1962, con John y Robert Kennedy -que encontraron en ella a su amante de relumbrón durante sus cazas golfas en las junglas de moqueta de Nueva York y Los Ángeles- en la presidencia y la fiscalía general de Estados Unidos, respectivamente-, y Marilyn de cuerpo presente, la sentencia de la primera profanación de Norma Jean no pudo ser otra que "suicidio de mujer aria por sobredosis" de Nembutal, un barbitúrico del que el sueño de la actriz pendía y del que aquel mismo día había recibido recambio de manos de su médico de cabecera.

Se archivó el caso, no sin que en la autopsia se produjeran omisiones y que, más tarde, en la elaboración del informe forense y en la custodia de las pruebas de convicción, se descubrieran juegos malabares con algunos análisis clínicos, lo que abrió paso a un rumor en las capillas de fontaneros de las cloacas de Hollywood: se habló de una operación de limpieza a cargo de un equipo de barrenderos del servicio secreto de la Casa Blanca. "La chica sabía demasiado", dejaron caer: "Las almohadas hablan".

El 5 de junio de 1967, con John Kennedy en los libros de historia, comenzó a escribirse en voz baja el argumento de un rentable thriller sobre un supuesto asesinato de Estado en la carne de Marilyn. El veneno sólo se susurró, pues Bob Kennedy, el malo de la única película de Marilyn que ella no interpretó, corría como un gamo a ocupar la vacante dejada por su hermano, asesinado un año y tres meses después de la muerte de su amante. Quienes, como Frank Sinatra, hablaban por los codos en los cenáculos aún callaban públicamente. Hubo que esperar al 5 de agosto de 1972 -ya lejano el asesinato del segundo Kennedy- para que se dijeran en voz alta las cosas que la almohada de la cama de Marilyn en su casa de Brentwood oyó: entre ellas, la trama de un atentado contra FP del Castro.

Pasó otro lustro: el 5 de julio de 1977, los colegas enterados osaron por fin hablar a los periódicos ávidos. Se pronunciaron sesgadamente los nombres de los supuestos asesinos. Pero lo cierto fue que tales nombres, hasta ahora innombrables, salieran por fin a voces a la luz desde la penumbra del top secret. Según unos fueron los propios Kennedy para fastidiar a la CIA; según otros, la propia CIA para fastidiar a los Kennedy. Caricaturesca intriga política de alcoba, para mantener rentable el despojo de una mujer explotada hasta en su tumba.

Secretos

Incluso salió a relucir un rocambolesco diario de tapas rojas, en el que Marilyn apuntó, como buena espía, los indecibles secretos de Estado murmurados con acento bostoniano sobre su almohada de seda virgen. Un editor ofreció dos millones de dólares en mano por el misterioso librito rojo. Pero éste no apareció. ¿Fue barrido por los barrenderos de la Casa Blanca o era otro recurso dilatorio para mantener abierta la puerta de la mina de oro del productivo thriller? A la luz de posteriores profanaciones, parece que lo segundo.

Hasta el 5 de julio de 1982 todo quedó en nuevas habladurías o en reportajes redactados con ambigüedad calculada para mantener otros cinco años más el fuego verde. Se incubaron para la siguiente profanación libros de caldo de cultivo para una encuesta, destinada a echar más basura sobre la memoria de los Kennedy. Era el esplendor de Reagan, y esto no sólo era creíble, sino que era creíble que encontrase estímulo muy arriba. La insidia se sembró y, aunque fracasé, sus ecos perduraron: eso era lo buscado.

La investigación volvió al punto de partida: suicidio. Pero la vieja certeza no duró. En 1987 -los barrenderos kennedianos y de la CIA ya habían sido barridos- salió a relucir el picudo perfil de la Mafia y su ametrallamiento a Marilyn, no con balas untadas con ajo siciliano, sino con el disparo sin agujero de salida de un supositorio con sobredosis de Nembutal para no dejar otras huellas. Y ahora, en 1992, ya no es Kennedy ni la CIA el asesino, sino el enemigo mortal de Kennedy y la CIA: el capo mafioso Giancana, que sirvió en bandeja la sexta -por ahora: esperemos a 1997- profanación del descanso de una mujer cuya vida transcurrió en saltos mortales que le llevaron a la celebridad tras sufrir las más bestiales y despiadadas agresiones.

Son por ello impopulares -no se venden, no tienen culpable- las versiones de quienes, como Norman Mailer y Arthur Miller, dicen la prosaica -única radical e indigerible- verdad del enigma: que no hay tal enigma. Quien mató a Marilyn fue Norma Jean, su verdadera identidad, víctima indefensa de una brutal opresión que ella definió con no menos brutal precisión: "Me gustan los negros porque conozco la esclavitud en mi propia carne". Terroríficas palabras en boca de la grandiosa rubia de la dorada California.

Si se lee la vida de Marilyn -se ha vertido tanta tinta amarilla que no es fácil- se verá que estuvo desde antes de nacer sembrada de muerte. Su nacimiento es el último acto de una serie de míseros abortos caseros de su madre, enferma mental y aterrada por la soltería. En sus dos primeros recuerdos, su abuela demente intentó estrangularla. Recorrió la adolescencia tras las huellas de su padre desconocido. Su madre murió en un manicomio. Fue adoptada por varias familias y uno de sus padres postizos la violó. Su famoso trémolo de voz era una tartamudez traumática dominada, no curada. Se elevó a la cúpula de Hollywood desde debajo de los vientres de sus dueños. Una opaca tragedia de este tiempo: nido de desequilibrios comunes, atroces, que le hicieron ir de un suicidio histérico a otro, hasta que en uno se quedó. Fue asesinada, pero decir la identidad de su asesino no es tarea de policías ni periodistas, sino de patólogos sociales.

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