El hijo del inspector
Una actriz es una mujer que con 14 horas de diferencia pasa desapercibida en un bar lleno de hombres y a la mañana siguiente congrega a una multitud de admiradores frente a una ermita de la que sale bajo una tormenta de arroz vestida de novia: un traje sastre de seda verde-gris, con falda un pelín corta, altos tacones que realzan unas piernas no demasiado estilizadas y sin embargo famosas, gran sonrisa y un sombrero de ala corta que parece pensado para su nariz perfecta, su óvalo, sus labios. Qué labios. Se ha dejado las gafas en el hotel y con sus ojos negros va adonde quiere.La ermita donde se desarrolla la última escena y el primer día de rodaje es la de Santa Devota, patrona de los monegascos y que podría ser de los especuladores urbanísticos: ahogada en un rincón de segunda, a sus lados se erigen farallones de edificios diseñados con escuadra, y por encima le pasa una autopista, marginada del cuidadoso encuadre que Blake Edwards se prepara en un rincón.
El hijo de la pantera
El hijo de la pantera rosa, octava entrega de una feliz serie interpretada por el difunto Peter Sellers, parte del supuesto de que Sellers, el inspector Clouseau, hubiera tenido un hijo con aquella princesa india que aparecía en la primera entrega. El hijo es Roberto Benigni.
Largo, lento y tedioso, un rodaje, cualquier rodaje, pone a prueba el talento de los actores y aumenta el respeto del público. Se han levantado a las 6.30 de la mañana y hasta las 12 no comienza el primer ensayo del día: la salida de la iglesia. El público atento puede ver cómo Edwards inventa uno de sus múltiples gags. Primero, tienen que salir y ser vitoreados por los invitados, que les rocían de arroz. Edwards pide a los comparsas que lo hagan con ganas. Y poco a poco, va separando de los demás al hijo, Benigni, para que arroje el arroz con más ganas aún, y luego la bolsa, hecha una pelota, a su padrastro. La secuencia termina informando tanto como un torturado monólogo de Tennessee Williams y Claudia y su novio reciben más arroz que un restaurante de domingueros en la costa española. Cada una de las veces se tienen que inclinar para sacarse todos los granos que se les han metido en pelo y ropa. Y cada una de las veces, al terminar, Claudia sigue riendo, contagiada por la comedia.
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