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El historiador Paul Preston pinta a Franco como un dictador frío

Andrés Fernández Rubio

Paul Preston, prestigioso historiador e hispanista de 45 años, que enseña en Londres, ha escrito 1.600 páginas sobre Franco que en diciembre aparecerán en España publicadas por Grijalbo. Como avance, hoy dictará una conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, titulada La política de la venganza. Preston sostiene que Franco montó, con la frialdad de un actor escudado en su personaje, una enorme maquinaria de terror. "Los réditos de las matanzas y ejecuciones entre 1936 y 1943, los disfrutaría hasta su muerte", dice.

Preston, al aproximarse a Franco, se ha preguntado qué hacía un niño tímido y aislado, con una madre ensimismada por las deterioradas relaciones con su marido y un padre ausente, que va a una academia militar muy dura, con novatadas brutales, él que era tímido, bajito y de voz atiplada. Y la respuesta es que Franco . "va creando una serie de personalidades falsas", dice Preston, "como escudos, y decide al entrar en la academia que va a ser el héroe del desierto, se cree ese personaje y lo vive. Construye su personalidad como un guante. Va cambiando de papel: en la guerra civil es el cruzado medieval, y, después de la guerra, el sucesor de Felipe II".Paul Preston explica que la actitud de la izquierda ha sido siempre el desprecio hacia Franco por su mediocridad ("a veces decía chorradas imponentes"). Pero considera que esa postura, que sirvió como válvula de seguridad, no desvela la cuestión de cómo mantuvo su dominio "si fuera tan tonto y falto de talento".

La curiosidad condujo a Preston a una nueva incógnita: ¿cuál es el secreto del poder de un hombre que es capaz "de cosas inconcebibles" como, en 1940, ponerle una fábrica a un timador austríaco que le vendió el secreto de la gasolina instantánea, producida -a partir de las aguas especiales de un río español? El autor del fraude acabó en la cárcel, pero para entonces la prensa ya había anunciado que España se disponía a ser exportador del alquímico milagro energético.

Ese irrealismo de Franco, continúa Preston, estaba acompañado por un rasgo equilibrador: "Fue el hombre cauteloso que, nunca ponía un paso delante del otro sin ver dos pasos más allá. Nunca dejó de tener la astucia de un gallego de provincias, junto a esas grandiosas visiones de sí mismo, personalidades que se distorsionan con la inmensa adulación circundante, con unas comparaciones que, desde el Cid a Carlomagno o Napoleón, corromperían a cualquiera que lo leyera en el periódico, y más si ya se tiene propensión a ello".

Lo que le mantuvo fue ese elemento de astucia, "su capacidad increíble de saber el precio de cualquiera, su mano izquierda en la manipulación de la gente". Preston considera que el propio Franco era comprable, y que "hubiera sido relativamente fácil que la república lo comprara, aunque como se autovaloraba muy alto, el precio hubiera sido muy elevado".

A este siniestro perfil Preston añade la crueldad, "que se ve, evidentemente, en la represión, pero también en su manera de hacer la guerra, una guerra de desgaste con un coste muy alto en las vidas de sus propios soldados, porque le interesaba machacar al enemigo". El historiador duda mucho de que Franco pudiera realizar operaciones militares de gran estilo, pero incluso en ese supuesto "Franco tendría el inconveniente de lograr rápidamente una rendición, y ello dejaría al enemigo sano y salvo, lo que contradecía sus intenciones de machaque".

Preston confirma dos historias: la del legionario que se quejó del rancho y fue inmediatamente fusilado por orden de Franco, y la de la entrevista con un periodista americano en Tetuán, en 1936, en que Franco declaraba su propósito de librar a España de la República y demás males "cueste lo que cueste". El periodista replica: "Eso sería fusilar a media España". Y Franco repite: "Cueste lo que cueste".

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