Las fotos de Annie Leibowitz dan testimonio en París de la fugaz brillantez de los ochenta
La fotógrafa refleja en su obra de la pasada década el culto a la superficialidad y la riqueza
Colgadas en el parisiense Palais de Tokio, las fotografías de la norteamericana Annie Leibowitz son un brillante testimonio de unos tiempos, los años ochenta, que, aunque todavía no se hayan enterado los que atrapan con retraso todos los trenes, ya se fueron para siempre. Eso sí, como revelan esas fotografías que ahora se exhiben en París, la de los ochenta fue una década estupenda para los que pudieron disfrutarla. Una década en la que un amplio puñado, de gente ganó mucho dinero con mucha rapidez y lo invirtió casi todo en el cultivo de su propia imagen.
Una de las 145 fotos expuestas por Leibowitz simboliza a la perfección el oropel y la fugacidad de los ochenta: la del matrimonio Ivana y Donald Trump, sentados en una suite del neoyorquino hotel Plaza, con una botella de champaña delante de sus narices. Vestidos como para ir a la ópera, los Trump desbordan salud y prosperidad. La barroca decoración de la suite es tan dorada como el corto traje de Ivana y la abultada cartera de Donald. Hoy los Trump están divorciados. Su matrimonio está tan muerto como los años ochenta. Mientras el mundo sigue dividido entre individuos y países muy ricos e individuos y países muy pobres, los happy few que protagonizaron la pasada década se las ven y se las desean para pagar sus deudas. La realidad recupera sus derechos. El odio, la miseria y la guerra salen de los guetos tercermundístas en los que, incluso en los ochenta, siempre estuvieron presentes, para alcanzar al mismísimo Occidente. Hay guerra en los Balcanes y sangrientos disturbios en Los Ángeles.
Entre los famosos fotografiados por Leibowitz en los ochenta, sólo el rostro introvertido y atormentando del actor John Malkovich rompe con el beato optimismo de aquellos tiempos. Recostado en un sofá, mirando con inquietud el presente y el futuro, Malkovich anuncia ya los años noventa. Su retrato de 1984 es decididamente contemporáneo.
Fueron los ochenta años de culto al éxito y el dinero, a la ropa y otros signos exteriores de riqueza, a la superficialidad y la ausencia de ideas, a los regímenes dietéticos y el deporte. Una de las fotografias de Le¡bowitz muestra a Magic Johrison, la estrella negra del baloncesto norteamericano, con el torso desnudo, un simple calzón cubriendo sus vergüenzas y un balón pegado a una de sus manos. Hay algo verdaderamente mágico en el modo como Johnson ha convertido su mano en un imán del que no puede desprenderse el balón. Pero el deportista está hoy alcanzado por el sida, y todo el mundo sabe cuál es el estado de ánimo de sus hermanos de raza de Los Ángeles.
Burlándose del mundo con contagiosa simpatía, la actriz Whoopi Goldberg saca su negro rostro de una bañera de leche en otro de los retratos. No lejos, el corpulento actor Arnold Schwarzenegger monta, desnudo el torso, un puro en la boca, un hermoso caballo blanco. Más allá, el modista Christian Lacroix se exhibe como un dandi en la terraza de Arles. Son tres imágenes que resumen la despreocupada pasión por el humor, la fuerza y la elegancia de aquella época.
Leibowitz es una gran artista. Se ha hecho famosa porque fotografia gente fárnosa, pero también por la compleja puesta en escena de sus retratos, por la complicidad que logra establecer con sus personajes, por la inteligencia y la fuerza de su trabajo. Hasta el próximo 27 de julio, la exposición del Palais de Tokio permite constatar que, durante dos décadas, los setenta y los ochenta, no sólo fotografió la cultura norteamericana contemporánea, sino que, al hacerlo, contribuyó decisivamente a esa misma cultura.
Nacida en 1949, la propia carrera de Leibowitz es un perfecto ejemplo del transcurrir de los tiempos. En los setenta, la fotógrafa trabajó para Rolling Stones, la inquieta revista de la contracultura. En los ochenta fue la estrella del mensual Vanity Fair, cuyo título es ya todo un programa, y de las campañas publicitarias de American Express. Lo suyo sería que ahora trabajara en una publicación consagrada a la fiebre de los suburbios.
Babelia
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