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SEVILLA EXPO 92

Del botafumeiro al oso asturiano

Los ingredientes más dispares diferencian los pabellones autonómicos

Sin ánimo de competir con los grandes, pero con evidente pugna interna, los pabellones autonómicos de la Exposición Universal de Sevilla han derrochado imaginación y dinero para mostrar al mundo la idiosincrasia de cada comunidad autónoma vista con los propios ojos. Galicia se identifica con una maqueta a escala de la catedral de Santiago de Compostela y el auténtico botafumeiro, mientras Asturias construye su pabellón como un juego que sigue las huellas del oso.

Los pabellones autonómicos están agrupados en torno al lago de España, y un recorrido a través de ellos no presenta los inconvenientes que amargan la visita a los edificios más taquilleros. Entrar es un gesto inmediato porque la afluencia de público no es masiva.Ante el pabellón de Aragón, donde se exhibe, entre otras joyas históricas, un manto de la Virgen del Pilar, azafatas que lucen uniformes multicolores invitan al visitante con una sonrisa. El edificio es discreto.

No resalta con un golpe de color como el de Euskadi, donde la ikurriña da color hasta a los pomos de la puerta principal. Aquí, los deseos de identificación inmediata se manifiestan en la arquitectura exterior del edificio, convertido en una ikurriña. Los vascos exhiben un documental del país en pantalla de 360 grados, que no acaba de adaptarse a las condiciones del cuerpo humano. Pero es lo que más éxito tiene.

En la planta inferior, una cuidada exposición habla de la presencia de los vascos en el Descubrimiento, en el contexto de un encuentro entre Europa y América. Dentro de los europeos, se supone, se incluyen también los españoles.

Asturias y Navarra se han decidido por un toque ecologista. En el primer caso es el bosque asturiano, y más concretamente el oso, la verdadera estrella. El edificio, muy vertical y con delgadas columnas de las que cuelga aquí y allá un oso de juguete, resulta bastante chocante. Los azafatos, impecablemente vestidos con chaquetas de tonos pastel, inician al visitante en un recorrido marcado por las huellas de un oso irnaginario, que hace pensar en un parque de atracciones. Pero no. Ahí está la historia de Asturias, su pasado, su presente y hasta un esbozo de futuro. La nota intelectual y artística del edificio la ponen los retratos de todos aquellos que han recibido el Premio Príncipe de Asturias. Frente a ellos, las fotografías de otros asturianos famosos, o que así se sienten. La cantante Massiel, el periodista Ramón Sánchez Ocaña, la que fuera presentadora de TVE Angeles Caso y un largo etcétera.

El río truchero de Navarra es corto pero sabroso, y concentra el maximo interés de los que visitan este pabellón. Pasa igual con el submarino de Isaac Peral que exhibe la comunidad de Murcia. Pero en este pabellón hay que hacer otro alto para ver detenidamente el autogiro de De la Cierva. En Murcia se han agotado los folletos en español, pero quedan todavía en inglés, con un Discover Murcia en la portada.

La joven que atiende el mostrador del pabellón de Cataluña -tallas románicas y pintura moderna, además de una imagen de la industria ya no tan pujante- se lamenta ante unos visitantes que quieren comer en el restaurante de la planta alta: "Lo siento, hay una comida de empresa y está completo". Un niño le pide en catalán que le ponga un sello a su pasaporte de la Exposición Universal. Estos pasaportes se venden en las tiendas de souvenirs a 500 pesetas y, al parecer, han sido todo un éxito.

Campanas medievales

Paseo adelante se ven las campanas medievales que aporta el pabellón valenciano, colocadas en el exterior y que, según la placa explicativa, repicaron en el momento del Descubrimiento de América.

Un poco más lejos se alzan las velas de un barco inmóvil que es el pabellón de Baleares. Blanco y con una especie de estanque con aguas que simulan el tono turquesa del Mediterráneo por esas latitudes.

En Castilla-La Mancha se puede ver de cerca la complicada trama que permite elaborar todavía los encajes de bolillos. El edificio es modesto y no atrae mucho público. Frente al esquemático pabellón de Madrid una pareja discute. "Tú dirás lo que quieras", dice él convencido, "pero esto parece un andamio".

Hay mucho que ver también en los pabellones de Cantabria, Castilla y León, La Rioja -con homenaje a sus bodegas-, Extremadura y Canarias.

Al final del camino está el de Andalucía. Un edificio rematado por una especie de torre-observatorio de color azul. Azules son también los frescos de la bóveda interior, pintados por Guillermo Pérez Villalta. Ver las pinturas, que corresponden al techo del restaurante del pabellón, vale la pena, aunque no tanto la comida.

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