La pista siria
LAS DECISIONES del Consejo de Seguridad de la ONU contra Libia se están cumpliendo en todo el mundo. Interrumpidas las comunicaciones por aire con Trípoli, el coronel Gaddafi se esfuerza por buscar una solución de compromiso, y con dicho objetivo ha viajado ayer a El Cairo para entrevistarse con el presidente Mubarak. En esta situación, no es exagerado decir que la publicación por el semanario norteamericano Time de una información, fruto de cuatro meses de investigaciones, culpando del atentado de Lockerbie no a Libia, sino a agentes sirios, es una verdadera bomba. No se trata, en efecto, de una revista marginal; Time es un órgano estrechamente ligado al establishment de Washington y nada propenso a criticar la política exterior del presidente Bush.Basándose en un informe del FBI al que ha tenido acceso, la tesis del semanario es que el atentado contra el avión de la Pan Am fue una venganza, financiada por Irán y realizada por agentes sirios, por el derribo, en julio de 1988, de un aerobús iraní por misiles lanzados desde el barco- Vincennes, de EE UU, en el golfo Pérsico. Según esa versión, la introducción de la bomba en el avión, que luego estallaría sobre Escocia causando la muerte de 270 personas, no se realizó en Malta por dos agentes libios -tesis oficial actual de ,EE UU y el Reino Unido-, sino en Francfórt. En -el atentado se hallarían implicados el traficante sirio Al Kasar y Ahmed el Jibril, jefe de un grupo palestino radicado en Damasco. Es obvio que lo publicado por Time es una versión de los hechos de la que se puedediscrepar. Pero está claro que incluso en los servicios de espionaje de EE UU ha habido diversas tesis sobre el atentado: en una primera etapa, Siria e Irán figuraban como culpables, y solamente más tarde, cuando EE UU tuvo fuertes intereses políticos y militares, se optó por un tipo de relación de guante blanco con respecto a Siria e Irán. Las indagaciones se concentraron entonces sobre Libia.
Es significativo asimismo, como declaró Marina Larracoechea, hermana de la única víctima española del atentado, a EL PAÍS, que la gran mayoría de los familiares de las víctimas de la catástrofe, que han seguido con particular atención todas las investigaciones, no cree en la responsabilidad de los libios. Todo ello obliga a insistir sobre el carácter excepcional, sin precedentes, de las decisiones tomadas por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en esta cuestión, y ello, bajo una presión muy fuerte de Estados Unidos. Es cierto que -como ha recordado el Tribunal Internacional de La Haya- cumplir las decisiones de la ONU es la obligación prioritaria de todos sus miembros. Pero en este caso, el Consejo de Seguridad ha tomado decisiones que no son propiamente políticas. Se parecen más a una sentencia judicial, ya que se exige la entrega por un país de unos ciudadanos suyos contra los cuales no existen pruebas irrebatibles. Es más, después de la actitud adoptada por el semanario Time está claro que se duda de esa culpabilidad en círculos bien informados de Washington.
No es un buen inicio para el creciente papel que cabe esperar de la ONU, y que puede desempeñar en la actual fase de la vida internacional, que el Consejo de Seguridad haya decidido actuar dando por buenas las tesis oficiales de Washington y Londres, cuando estas tesis aparecen cada vez más frágiles ante la opinión pública mundial. El papel del Consejo de Seguridad no puede consistir en tomar medidas contra países a partir de indicios de que algunos de sus nacionales son culpables de actos terroristas.
En la situación presente cabe esperar que den resultados positivos los esfuerzos de los países árabes por encontrar una solución de compromiso. Y que para las personas acusadas de actos terroristas, que obviamente, deben ser juzgadas y condenadas, se encuentre y habilite una jurisdicción internacional que pueda actuar de una forma que ofrezca plenas garantías de imparcialidad y equidad.
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