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Venció el cine

Es agradable romper una rutina. El comentario que cada año provoca la lista de los oscars es, desde hace muchos, casi siempre el mismo: vencen los intereses industriales y el gran derrotado es el cine. Pues bien, este año ha ocurrido lo contrario, pues triunfó en toda la regla la que es, a distancias astronómicas sobre sus competidoras, la mejor película, y su triunfo vulnera la parte rastrera de la ley del negocio, que es la que suele prevalecer.

El silencio de los corderos, que lleva más de un año de explotación, no necesita este respaldo para redondear comercialmente lo que ya ha redondeado por sí misma. Sus competidoras sí lo necesitaban, pero se han quedado, como Dios manda, en la cuneta. Por fin en los oscars prevalece el cine sobre el cálculo mercantil que habitualmente lo instrumentaliza y maneja con desvergüenza.

Es verosímil que esta avalancha tenga que ver con el entusiasmo que esta formidable película ha despertado en muchos miembros eminentes de la Academia, como Billy Wilder, que la proclamó como una obra cumbre. Los deteriorados criterios con que últimamente se otorgan los oscars necesitaban una rehabilitación para recuperar la credibilidad perdida, y éste puede ser el caso.

Las obras insuperables, intensas, densas, divertidas, magistrales, no abundan ahora en Hollywood; y dejar escapar sin su respaldo una obra de la talla de El silencio de los corderos hubiera sido mortal para la ya escasa credibilidad de la academia californiana. ¿Por qué? Porque la película de Demme, Hopkins, Foster y todo el equipo de iluminados que la hizo posible es de las que crecen con el tiempo, y ya, con un año y dos meses de existencia, ocupa un lugar en la identidad de Hollywood, equiparable a la de las grandes obras del propio Wilder. Un lugar en el genio de Hollywood, que parecía extinguido, y que El silencio de los corderos se ha encargado de demostrar que no, que todavía -aunque sea con cuentagotas- sobrevive. Hollywood, al reconocerla, reconoce su supervivencia. No premiar esta prodigiosa película hubiera sido, para Hollywood y desde Hollywood, poco menos que suicida.

El resto de los oscars están bien donde están. Bugsy, al ganar el premio al mejor vestuario, queda perfectamente definida y reducida al ridículo que lleva dentro. Lo mejor de la película Thelma y Louise es, en efecto, el admirable guión de Callie Khourie. La fotografía y el montaje de JFK son su más notable filigrana. Y los premios técnicos, todo para Terminator 2: la chatarra llama a la chatarra, como mucho más arriba, en El silencio de los corderos, el cine llama al cine.

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