Nueva caza de brujas
Hay mucha gente que no ha entendido bien -y con cierto fundamento lógico, al menos aparente- por qué los miembros de la Academia de Cine, encargados de designar cada año a la película española que ha de concurrir para competir en los Oscar de Hollywood, eligieran para esta función al filme Tacones lejanos; y que unos meses después esas mismas personas, a la hora de decidir cuál era la mejor película española del año se inclinaran no por la película de Pedro Almodóvar, sino por Amantes, última obra de Vicente Aranda.Aparentemente se trata de un contrasentido, pero sólo aparentemente. ¿Por qué? Los miembros de la Academia de Cine son profesionales de su medio y no es un contrasentido -sino todo lo contrario: un síntoma de coherencia- que emitan juicios basados en deducciones de esa profesionalidad. Son en efecto personas que por oficio conocen el terreno que pisan y que están al tanto de qué es cada cosa y de cómo funciona cada mecanismo dentro del enrevesado mundo que hay detrás de los escaparates de la industria del cine, comenzando por el norteamericano.
Una película como Amantes, obra que se caracteriza por su absoluta sinceridad en la representación de la crueldad humana y en la que se visualiza con explicitud una relación sexual, no tiene absolutamente nada que hacer en el escaparate televisivo hollywoodense. Quien esté al tanto de los criterios que emplean las comisiones de académicos californianos que eligen (de entre las varias decenas que se presentan) las cinco películas de habla no inglesa que aspiran al Oscar, sabe sin lugar a dudas que Amantes no pasaría nunca la primera criba: es más, a la media hora sería interrumpida su proyección por la comisión de turno y se daría orden al proyeccionista de que pasara a la película siguiente.
Si algún resto queda -y quedan muchos, cada vez más, aupados por la ola de puritanismo y reaccionarismo que invade Estados Unidos, con su consecuente caza de brujas- del turbio y pudibundo Código Hays, que amordazó al Hollywood de mediados de los años 30 e hizo estragos en su cine en las décadas siguientes, es el que anima a los notables de la Academia que seleccionan a las películas foráneas. De haberles proyectado Amantes, no es un disparate pensar que hubieran quemado el cine. Sirva, como botón de muestra, enterarse de lo que ahora le ocurre a esta admirable película en los territorios de la libertad callejera norteamericana, para imaginar lo que le hubiera ocurrido en el coto cerrado de su gente menos libre.
Babelia
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