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Freni y Zeffirelli repiten su éxito en 'La Bohème'

Parece un milagro, en un panorama tan lleno de éxitos efímeros como es el de la ópera de hoy, que un cúmulo de aciertos pueda perdurar durante casi seis lustros. Y, sin embargo, la entrega del público de la Opera de Roma a 'La Bohème' protagonizada por Mirella Freni y con la dirección escénica de Franco Zeffirelli -la misma producción que triunfó en La Scala de Milán en 1964, como lo había hecho en la Opera de Viena, con pequeñas variaciones, un afio antes- demuestra que esto es así.

El primer milagro indiscutible es la Freni. Treinta y siete años después de su debú en los escenarios y al culminar una carrera íntimamente asociada, en el disco y el teatro, a este personaje de Puecini, conserva la incomparable claridad de la voz media para hacer de Mimi un personaje obstinadamente frágil. Apenas una pequeña dureza en el registro alto perceptible en el primer acto, cuando la orquesta arropa menos a la soprano, alguna dificultad para modular hacia el píanísimo y una breve nota de apoyo para alcanzar un agudo desde el incómodo lecho del último cuadro dejan señal de los años que han pasado.Cómo Mirella Freni ha podido lograr esto, tras surcar los torrentes melódicos de una Adriana Lecouvreur y las alturas dramáticas del Don Carlos, el Ernani o el Otello verdianos debe de ser un secreto bien guardado y quizá, por desgracia, intransferible. Freni dará en junio un concierto en La Zarzuela y los madrileños tendrán ocasión de comprobarlo.

Se echa de menos en estas representaciones de la ópera de Roma a Gianni Raimondi, el tenor, ya jubilado, que en Milán y en Viena hizo el Rodolfo con la Freni, antes que Carreras y Pavarotti. El mexicano Francisco Araiza tiene una voz bella, pero tan pequefia que obligó al director musical, el israelí Daniel Oren, a ajustar continuamente la orquesta a su medida. Oren sale, con todo, airoso de la prueba, ya que sus predecesores en el podio de esta Bohème han sido figuras de la talla de un Von Karajan o un Carlos Kleiber.

El milagro de la durabilidad de la producción de Zeffirelli lo ha explicado el propio director en términos muy racionales: "No hay director de escena comparable a Puccini. Señala todo, hasta el más pequeño detalle". La conjunción lograda aquí entre la música y el teatro es histórica, y difícilmente repetible.

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