Cataluña necesita el catalán
Es chocante el tono tabernario adoptado por José Antonio Gabriel y Galán en su artículo reciente sobre la amenaza que a su juicio se cierne sobre el castellano en Cataluña (EL PAÍS; 10-1-92). "El idioma, a mí, que no me lo toquen", exclama enfurecido y desafiante. Y si se lo tocan, ¿qué medidas piensa adoptar? ¿Se echará al monte, como en los buenos tiempos de la Guerra de la Independencia? ¿O se propone, como mínimo, entrarle a tortas a quien no esté dispuesto a hacerle caso? La verdad es que su estilo polémico le recuerda a uno en más de un respecto al de aquel "bellaco" romano del Arcipreste cuyo "puño cerrado" debía significar, no la omnipotencia divina, como lo entendió el pacífico sabio griego, sino "tal puñada / que en tiempo de su vida nunca la vies vengada". No menos chocante, de todos modos, que el estilo polémico del escritor extremeño es su entendimiento de la naturaleza del problema. Claro está que, para justificar su enfado, no apela más que al hecho (presumimos que es en efecto un hecho) de que en Cataluña, "al parecer, en las oposiciones a cátedra prima la licenciatura en catalán el doble que cualquier otro título". La precisión con que se nos describe el presunto hecho no es excesiva, pero en la mente de Gabriel y Galán debería bastar para dar indicio de la enormidad contra la cual él se revuelve. Frente a esa enormidad, por otra parte, no exhibe más que un argumento: según él, un ciudadano catalán "que sepa-catalán y castellano es culturalmente más rico que el que sólo sepa catalán". El argumento es irrebatible, aunque, por desgracia, no está formulado de modo que resulte totalmente válido, ya que debería aplicarse, no sólo al catalán que sólo sepa catalán, sino también al catalán que sólo sepa castellano o que se olvide del catalán que sabe. Y es en esa aplicación donde surge el problema. Ya que salta a la vista que lo que los catalanes de hoy día necesitan para obedecer a lo que les exige el argumento en cuestión es sólo su plena aculturación en catalán.En el proceso de "normalización lingüística" en curso en Cataluña, lo verdaderamente importante es conseguir que todos los catalanes, cualquiera que sea su lengua materna (catalán, castellano, o ruso, si a mano viene), -además de saber su lengua materna, lleguen a encontrarse con que es un hecho normal en la vida de la sociedad de que forman parte el uso sin restricciones y a todos los niveles de la lengua catalana. Es posible, aunque altamente improbable, que la consecución de este objetivo al cabo de un periodo que no puede ser sino dilatadísimo (de dos o tres generaciones, por lo menos) acarree que el empleo efectivo del castellano entre los catalanes haya mermado, aunque también es posible que suceda todo lo contrario. En cualquier caso, no es ésa la cuestión que se plantea la deseada normalización lingüística sino, repito, la de establecer el uso normal del catalán en todos los aspectos de la vida en el seno de la sociedad catalana en una medida que sea por lo menos comparable a la vigencia que indudablemente tiene el empleo del castellano en cualquier comunidad autónoma española monolingüe, por ejemplo, aquella en que ocupe su tiempo el ciudadano Gabriel, y Galán. Las dificultades con que tropieza un proceso semejante son enormes. Algunas tienen su origen en la, herencia secular de desidia e indiferencia que han legado a las actuales las generaciones de catalanes que las precedieron, una herencia cuyos réditos no se han extinguido, ya que forma parte del ser mismo de quienes, viejos o jóvenes, conviven hoy día en Cataluña. Otras dificultades tienen su origen y fundamento en el pasado inmediato, que no por haber quedado atrás en términos cronológicos ha dejado de formar parte del presente. Otras, en fin, surgen del actual ordenamiento jurídico, que no permite, por ejemplo, que los llamados DNI y los pasaportes se expidan en Cataluña en la lengua propia del lugar (mi pasaporte canadiense, en cambio, es bilingüe de cabo a rabo, lo mismo que los cheques que se -me envían cada mes e igual que las monedas y billetes y, en general, todo el papeleo emitido por el gobierno federal de aquel país, que, en este aspecto por lo menos, es evidente que es mucho más civilizado que éste español. Aunque, para desazón del señor Gabriel y Galán, que verá en ello otro atentado a su idioma, debo consignar que los papeles que los ciudadanos catalanes entregamos cada año a Hacienda, un coto cerrado de la administración central, sí que están redactados también en catalán: no cabe duda de que, lo mismo que aquel emperador romano que descubrió que no tenía por qué oler mal el dinero recaudado con los impuestos procedentes del uso de las latrinas, nuestra administración ha sabido apechugar con cualquier precedente ominoso que acaso conlleve el empleo del catalán en ocasión del cobro de sus dineros). De todos modos, no es la inacción, claramente culposa, de la administración central el obstáculo más grave para la consecución del objetivo que se han propuesto alcanzar los catalanes, sino el pesó mismo de lo heredado del pasado remoto o reciente, cuya inercia se está mostrando invencible. Tanto más cuanto que la acción del gobierno autónomo no puede ejercerse de modo que no se amolde al consenso de la sociedad en conjunto y de cada uno de sus miembros. Dicho de otra manera, la normalización no puede ser impuesta sino que sólo cabe promoverla. De todos modos, hay un sector de la vida catalana donde el poder autonómico puede establecer las bases del futuro, y además está autorizado a hacerlo, y este sector es el de la enseñanza. Que se consiga, sin violentar a nadie, que ésta se lleve a cabo en todas partes y a todos los niveles en catalán y sólo en catalán (con las excepciones naturales, como, por ejemplo, la enseñanza del castellano) es lo único que tal vez lleve, dentro de cincuenta o muchos más años, a la plena normalización del catalán.
En cuanto al castellano, todos los temores con respecto a su pervivencia en Cataluña me parecen infundados. Los intelectuales españoles" de quienes quiso hacetse vocero insolente el señor Gabriel y Galán (entre los cuales, curiosamente, él no parece ni siquiera concebir que puedan incluirse los ídem catalanes, quienes en su opinión, por lo tanto, no serían españoles) pueden descansar tranquilos. Y no porque la Constitución haya establecido que todos los ciudadanos tienen la obligación de saberla (y no digo de conocerla, ya que a las lenguas no se las conoce ni siquiera de vista a menos que se las sepa), pues lo que esto significa no va más allá de reproducir a un nivel distinto el principio jurídico según el cual la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento. De un modo semejante, el dichoso artículo de la Constitución no pasa de establecer el principio legal según el cual la ignorancia de la lengua española no exime a los ciudadanos de entenderla.
Pero lo mismo vale para los no ciudadanos; por ejemplo, para cualquier grupo más o menos incómodo de gamberros ingle ses a quienes la policía esté dispuesta a acorralar: donde las preciosas palabras castellanas de esta última no ejerzan la acción persuasiva que les sea pro pia, ya se encargarán las porras de darse a entender en su lugar. No es pues, la Constitución la que garantiza la pervivencia del castellano en Cataluña, sino, entre otras muchas cosas, el hecho de que, en el ámbito español, Cataluña es un país relativamente emprendedor y diligente, y este hecho, combinado con el otro hecho de que el mercado inmediato donde los cata lanes pueden sacar provecho de su diligencia es el español y lo seguirá siendo por tiempo indefinido, ya basta para asegurar la enseñanza del castellano en las escuelas catalanas (lo mismo sucederá en Estonia, Letonia y Lituania con respecto al merca do ruso, y por lo tanto, al aprendizaje del ruso en las es cuelas respectivas.).
Si en lo que he escrito para ilustrarle el señor Gabriel y Galán encuentra descaro, no me dolerá, pues es sólo para acabar de sacarlos de quicio, a él y a sus amigos los "intelectuales españoles por lo que me ha parecido que valía la pena que me pusiera a la tarea. Y para que, una vez sepan todos ellos cómo está hecho el mundo según las luces de que dispone un simple ciudadano catalán, desistan de quejarse.
es escritor.
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