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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El enigma del Ejército Rojo

EL EJÉRCITO Rojo ha sido considerado durante medio siglo como el más poderoso del mundo. El argumento esencial invocado para instalar armamento nuclear en Europa fue el de que era inevitable frente a una superioridad aplastante. Todo eso es hoy historia antigua. Desde 1985, la llegada de Gorbachov permitió realizar una serie de medidas fundamentales para el desarme: primero, la destrucción de las armas nucleares de alcance medio; después, los acuerdos de reducción de armas convencionales en Europa, y hace medio año, la firma en Moscú del Tratado START reduciendo en un tercio los armamentos estratégicos nucleares de EE UU y la URSS. Ahora es evidente que la fase de optimismo pacifista se ha clausurado con el hundimiento de la URSS y con los terremotos que han sacudido el mundo en 1991.¿Qué ocurre con el ejército ex soviético? Es una pregunta prioritaria en estos momentos: son cuatro millones de hombres, dotados de armas de todo tipo y sumidos en un proceso de desintegración nada controlado. La Comunidad de Estados Independientes (CEI), ideada por Yeltsin y Kravchuk para evitar una ruptura radical entre Rusia y Ucrania después de que ésta decidiese su independencia por referéndum, tenía como objetivo esencial mantener la cohesión de las Fuerzas Armadas. Pero muy pronto, Ucrania, con la presión del nacionalismo radical en el Parlamento de Kiev, colocó en primer plano su reivindicación de crear su propio ejército.

En la reunión del mes pasado en Minsk entre los 11 jefes de Estado de la CEI, Ucrania -seguida por Bielorrusia, Moldavia, Uzbekitán, Azerbaiyán y Turkinenistán- manifestó su voluntad de crear un ejército propio. Se llegó así a un compromiso, peligrosamente ambiguo, diferenciando las fuerzas estratégicas, que conservan un mando único en la persona del general Sháposhnikov, y las fuerzas convencionales, que podrán transfórmarse en ejércitos nacionales.

Sin embargo, el Gobierno de Kiev ha tomado medidas que parecen desbordar lo acordado en Minsk. Ha pedido a los oficiales de las tropas estacionadas en Ucrania que juren fidelidad a este país, cuando más del 50% de dichos oficiales son rusos. Más aún, hizo la misma petición a los oficiales de la flota del mar Negro, cuando el general Sháposhnikov -basándose en lo aprobado en Minsk- considera que dicha flota forma parte de las fuerzas estratégicas y que, por tanto, debe permanecer bajo su mando.

Cabe considerar casi como un milagro que el Ejército Rojo haya encajado prácticamente sin reacción el desmoronamiento del país. Ello se explica sin duda por la, endeblez de la ideología comunista, que debía ser el cimiento de su cohesión y que se esfumó sin pena ni gloria. Sustituirla por un credo nacionalista no es un proceso rápido.Pero en los momentos presentes crece el descontento militar, incluso por razones materiales: temor a que las pensiones no sean garantizadas por las nuevas autoridades, carencia de viviendas cuando tienen que desplazarse... En vez de sector privilegiado, como han sido hasta ahora, los militares se sienten seriamente subestimados.

¿Afecta la disgregación militar a las armas nucleares? En teoría, no. Yeltsin y Sháposlinikov tienen el control de las armas estratégicas. Sin embargo, en cuanto a las 15.000 armas de corto alcance, situadas en unidades en diversos lugares de la ex URSS, existen razones fundadas para pensar que el control es mucho más peliagudo. No puede descartarse el riesgo de que puedan ser empleadas en conflictos bélicos entre repúblicas o vendidas a terceros países. Por ello EE UU hace los mayores esfuerzos para acelerar su destrucción -que las repúblicas dicen desear-, prestando ayuda técnica y financiera. Al final, sólo Rusia permanecería como potencia nuclear. Pero un proceso de ese género dura varios años. ¿Qué va a ocurrir mientras tanto? Todo ello explica quelos Gobiernos occidentales, a la vez que establecen relaciones con las nuevas repúblicas, tiendan a conservar una potencia militar que les permita hacer frente a nuevas eventualidades. Al menos, mientras no se aclare un horizonte que por ahora más bien parece oscurecerse.

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