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Las últimas lecciones de humanismo

José Miguel de Barandiarán, a sus 101 años, camino de los 102, ha seguido sorprendiendo a extraños y conocidos con una y mil lecciones del saber y la bonhomía que siempre y a lo largo de su vida le han caracterizado.El año 1988, José Miguel creaba, junto con Eusko lkaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos, y por iniciativa de ésta, la Fundación Barandiarán a fin de estudiar e investigar su vida y obra y difundirla en ámbitos internacionales. José Miguel, con su característica humildad, nos comentaba: "Yo no me merezco tanto. Yo sólo he hecho lo que debía y lo que sabía, trabajar e investigar sobre la realidad más cercana y conocida, que es la cultura de mi pueblo". Y es que el sabio antropólogo de Ataun siempre ha repetido que difícilmente se puede investigar sobre una realidad que no se conoce y no se vive. Que la ciencia debe ser ante todo empírica antes que teórica, que difícilmente se puede hacer ciencia general y universales sin comenzar a construir la casa por lo más cercano, por lo más concreto y lo más próximo.

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En esta línea y sentido siempre José Miguel ha sido un hombre sumamente respetuoso y receptivo al hombre concreto que acudía a su casa. ¡Cuántas horas de su vida no ha perdido, o regalado, como se quiera, a los demás! La puerta de Casa Sara de Ataun siempre ha estado abierta a toda clase de personas e ideologías. Desde los niños de las escuelas e ikastolas hasta los jóvenes licenciados de Antropología y Derecho, desde los paisanos y vecinos de su pueblo hasta los Reyes de España, desde los judíos y emigrantes a los que ayudó en numerosas ocasiones hasta los exilados y presos que a él acudieron en muchos momentos. Y es que a él le interesaron las personas concretas, y las atendió y escuchó con suma atención y cariño.

Hace unos meses, entubado en la residencia de Nuestra Señora de Aránzazu y ante su sobrina Pilar, que siempre le cuidó, me decía: "Gracias a ésta he hecho todo lo que he hecho en mi vida. Siempre me ha cuidado con ternura y cariño. El cariño es muy importante en la vida". A mí se me hicieron agua los ojos y el corazón me dio un vuelco de alegría. El sabio de Ataun me acababa de dar otra lección de humanismo. José Miguel siempre estuvo atento a la enfermedad de cualquier conocido, al dolor y a la muerte de cualquier ser humano, y a la alegría compartida de la buena noticia acerca de su familia o de las personas queridas. José Miguel, pese a sus años, siempre estuvo atento y lúcido a la marcha de la Sociedad de Estudios Vascos y a la de la sociedad vasca en general. Le preocupaban últimamente las muertes violentas, la falta de respeto a las ideas, de los demás y la falta del sentido religioso de la vida en algunos sectores jóvenes de la población vasca. Pero él, pese a todo, ha sido un hombre, esperanzado, optimista, positivo, en palabras de su discípulo Julio Caro Baroja. Ha sido un anciano creyente en la marcha de la humanidad hacia el progreso, que se ha adaptado magníficamente a los cambios y a las grandes evoluciones del siglo XX como buen científico: "Ahora se vive mucho mejor que antes. Ahora los investigadores y los científicos poseen muchos más medios económicos y tecnológicos que antes. Ahora hay equipos enteros de investigadores, cosa que antes no había". Son palabras que el científico ha repetido muchas veces.

José Miguel de Barandarián fue un enfermo bueno y obediente, al decir del servicio del hospital de Donostia. Él perteneció por derecho propio a esa población de hombres buenos y de científicos entrañables que lo han dado todo por su pueblo: Manuel Lekuona, KoIdo Mitxelena, Jorge de Riezu, Ignacio María Barriola, Carlos Santamaría, Adrían Celaya, Francisco Salinas, Julio Caro Baroja, Andrés de Mañaricúa. A todos ellos muchas gracias por su labor, consejo y bonhomía.

Edorta Kortadi es secretario de la Fundación Barandiarán.

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