Las ciencias sociales en el CSIC, a la deriva
Que nuestro país ocupa en el desarrollo de las ciencias sociales un nivel internacional muy inferior al que le correspondería de acuerdo con los índices internacionales que gustan utilizar los tecnócratas que conciben el desarrollo y la modernidad como una continua carrera a no se sabe bien dónde, es una obviedad de tal calibre que probablemente no se necesite abundar más en ello. Pero lo más preocupante es que no haya ninguna voluntad política de reorientar su deriva.Una muestra de lo anterior lo tenemos en los avatares del tan traído y llevado, pero aún nonato, Centro de Ciencias Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
En su historia más reciente, un par de años, la anterior presidencia del CSIC intentó la saludable tarea de racionalizar la dispersión de centros con la idea de, por una parte, ampliar y optimizar el uso de los recursos económicos, materiales y humanos, y, por otra, establecer líneas de investigación estratégicas que articularan grupos de trabajo con una mínima masa crítica. Este intento parece haber pasado a mejor vida, y en su destino han conspirado la ausencia de una política científica, los intereses históricamente consolidados y la restricción presupuestaria que se nos acaba de echar encima.
Como suele suceder, cualquier reestructuración que implique una nueva asignación de medios, personal, promociones, etcétera., implica una respuesta corporativa de ciertos segmentos de la anterior estructura, directamente proporcional a los cambios que se pretenden introducir. El problema en este punto es, por ausencia de una política científica a medio plazo, claudicar en el empeño y, no habiéndose consolidado las reformas, dar marcha atrás hacia un indefinido limbo en el que no sucede nada o, mejor dicho, no sucede nada bueno para la investigación científica.
Un ejemplo de este limbo científico lo sufrimos las personas que trabajamos en el Centro de Investigaciones sobre la Economía, la Sociedad y el Medio (CIESM), antes Instituto de Economía y Geografía Aplicadas, donde, naturalmente, una gran parte vio con buenos ojos las reformas que en su día se enunciaron. Entre estas reformas se incluían: a) el avance hacia un centro único -se hablaba de un centro sin paredes- de ciencias sociales eminentemente multidisciplinar; b) la ampliación de la diversidad metodológica e ideológica; c) la consolidación de los equipos de apoyo técnico; d) la superación de las rupturas disciplinarias heredadas de las titulaciones académicas; e) la incorporación de nuevas líneas de investigación socialmente relevantes; f) el establecimiento de convenios con empresas y la Administración; g) la ampliación paulatina de la plantilla sobre la base de la promoción de los becarios posdoctorales, contratación de doctores con solvencia investigadora y, eventualmente, la ampliación del número de investigadores-funcionarios.
Pues bien, del Centro de Ciencias Sociales no sabemos nada, excepto que algunos nos identificamos com miembros del mismo en nuestras tarjetas de visita (pero ni los guardas jurados del CSIC ni la burocracia sabrían dar referencias del mismo), ni tampoco del futuro de cada uno de los institutos, mientras que sobre los objetivos científicos que se pretendían se ha corrido un estúpido velo.
El problema es que por medio hay no sólo una función social que realizar, sino personas que libre y voluntariamente, a veces relegando oportunidades igualmente atractivas (y sin duda mejor pagadas), y portadoras de un nivel de formación elevado, decidieron dedicarse a la investigación. Y no nos estamos refiriendo tanto a los que somos funcionarios (y que por ello estamos en una posición de cierto privilegio), cuanto a los que sinceramente creyeron en el proyecto que se ofrecía y se incorporaron con contratos como doctores vinculados al CSIC.
Pasó el verano, nos cambiaron al presidente del CSIC y los presupuestos se hicieron restrictivos. Y sin que ello resulte escandaloso para muchos, se anuncia la cancelación no sólo de los contratos pendientes de firma, sino incluso de los que están en vigor. Este recorte se hace sin valorar ni el carácter estratégico de la línea de investigación, ni la trayectoria investigadora de los perjudicados, ni su propio rendimiento en el CSIC. Así, y es un ejemplo, se está cancelando un contrato de un investigador cuya obra publicada se aproxima al centenar de referencias, incorporado a un departamento que en su día se identificó como estratégico del Centro de Ciencias Sociales (el Departamento de América Latina y el Caribe), y que en tan sólo nueve meses de existencia ha obtenido, en competencia abierta (y no con otros mecanismos de asignación), una financiación próxima a los 11 millones de pesetas, lo que en principio no parece un mal récord.
Junto a la parafernalia del V Centenario, para la que no parecen existir las restricciones financieras, indigna comprobar la inexistente voluntad política de consolidar un instituto de investigación científica en el CSIC dedicado a los problemas actuales del desarrollo de América Latina y el Caribe.
Promoción objetiva
Tampoco parece lógico que se argumente restricción presupuestaria para liquidar los contratos de doctores vinculados como colaboradores científicos (el nivel más bajo entre la escuela de científicos del CSIC), al tiempo que se convocan plazas de profesores de investigación (el nivel superior de la citada escala), a menos que se trate de alguna otra intencionalidad que sólo podemos entrever, acostumbrados como nos tienen a leer con antelación los resultados de los concursos a la vista de los tribunales designados por la presidencia del CSIC, ya que no existe en este punto ningún intento por buscar procedimientos más objetivos en cuanto a la promoción de los que aquí trabajamos ni para contratar a los que efectivamente laboran desde los escalones más bajos, profesionalizándose en este oficio.
Lo más preocupante no es que este sistema de promoción venga a incrementar la microcefalia del organismo, en detrimento tanto de las justas aspiraciones de ascenso de los investigadores de nivel inferior como de la incorporación de los doctores (lamentablemente, no demasiados) que quieren seguir una carrera científica, sino que el marco general de la política de plazas (quizás porque no se explicita y se hace en ausencia de líneas estratégicas) se nos antoja arbitrario.
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