Ucrania y la nueva unión
EL 18 de octubre, después de muchos retrasos, se firmó el acuerdo entre las repúblicas de la antigua URSS para realizar una política económica común. Hubo sólo ocho firmantes: Ucrania y Azerbaiyán decidieron a última hora aplazar su decisión. Así, los miembros de la antigua unión se hallan en las siguientes situaciones: Estonia, Letonia y Lituania, separadas y con su independencia reconocida. Moldavia y Georgia, ausentes de las discusiones sobre la nueva unión. Ucrania y Azerbaiyán, partícipes en los debates, pero reacias a la firma. Las repúblicas que ya han establecido un nexo entre sí para la política económica son Rusia, Bielorrusia, Armenia y las cinco de Asia central (Kazajstán, Kirguizistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán).Las peripecias de esta firma evidencian las dificultades, gigantescas que se oponen a que nazca una unión heredera de lo que era la URSS. Ya ha pasado el momento en que se podía pensar -como quería Gorbachov- en sustituir la vieja unión por la nueva. La Unión Soviética ha dejado de existir. Queda su presidente, gracias sobre todo al prestigio internacional de Gorbachov, pero lo que preside es un ente en defunción. Persisten -y aquí sí habrá continuidad con los órganos nuevos que pueden nacer- unas estructuras militares, diplomáticas, monetarias. Pero hoy las decisiones principales son tomadas por las repúblicas; son ellas las que han negociado el acuerdo económico y las que preparan un pacto político susceptible de dar nacimiento a los órganos de una nueva asociación.
En esta etapa de extrema fluidez, Rusia desempeña el papel decisivo. Con sus recursos, población y la vitalidad democrática demostrada frente al golpe, sobre ella descansa todo el peso de la transición. De ella depende en primer lugar lo que vaya a surgir en lo que ayer fue Unión Soviética. Ante esta misión excepcional, aparecen en la propia dirección sus a discrepancias sobre el método más acertado para engarzar dos épocas históricas: a los que piden que Rusia se proclame "heredera legítima" de la URSS se oponen los sectores más cautos, que ponen en primer plano la necesidad de establecer lazos confederales con otras repúblicas.
El peligro de la arrogancia rusa se refleja en lo que está ocurriendo en Ucrania. Las tendencias a forzar la máquina del nacionalismo en Kiev no reflejan hoy el temor al centro, que cada vez cuenta menos, sino más bien una reacción ante el temor de un peso excesivo de Rusia. Pero el distanciamiento de Ucrania pondría en entredicho todo el proyecto de nueva unión. Si se separase, Ucrania -mayor que España, segunda gran república eslava, con 52 millones de habitantes-, el centro de gravedad de la nueva unión se desplazaría al Este, y Rusia sería empujada hacia Asia.
Ucrania, que, sólo en periodos muy breves ha contado con Estado propio, plantea además un delicado problema si opta por la independencia: el de las armas nucleares instaladas en su territorio. Sin embargo, el acuerdo de Bush y Gorbachov sobre desarme podría favorecer una solución sensata. Los ucranios aspiran a ser territorio desnuclearizado y aceptan, por tanto, que se destruyan las armas nucleares situadas en su república. Por razones obvias, políticas y técnicas, tal operación deberá realizarse por los órganos del Ejército soviético capacitados para ello, con el control internacional previsto en el Tratado START. Por otra parte, resulta absurdo que, antes incluso de tener presupuesto, el Parlamento de Kiev haya decidido crear un ejército de 450.000 hombres, mayor que el francés. Esta obsesión militarista no es casual.
Si fracasan los intentos de crear una nueva unión, la consecuencia más peligrosa es que empiecen a estallar conflictos entre repúblicas, incluso guerras al estilo de la yugoslava. Rusia misma tiene problemas graves de nacionalidades en su territorio: los chechenes ya se han proclamado independientes. El caso ucranio es aún más grave, con 11 millones de rusos dentro de sus fronteras. Lo mismo que Crimea, con mayoría rusa, pero incorporada a Ucrania en 1954. Algunos hablan ya de guerra de Crimea entre rusos y ucranios. Además de razones económicas y militares, fuertes razones políticas justifican los esfuerzos por crear una nueva unión, que sea el marco indispensable del arbitraje y las concertaciones capaces de contener los conflictos que se apuntan.
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