Hacia los 19
EL ACUERDO concluido esta pasada madrugada entre la Comunidad Europea (CE) y la Asociación Europea de Libre Comercio (EFTA) constituyendo el Área Económica Europea -el más amplio e integrado espacio económico del mundo- se presenta como un ambicioso proyecto: 400 millones de consumidores y la consolidación de Europa como la primera potencia comercial del planeta, liderazgo que ya ostentaba la CE por sí sola. El acuerdo diseña una entidad más amplia que una clásica área de libre comercio de mercancías porque supone la incorporación de los siete países de la EFTA, aunque con determinadas cautelas, a las cuatro grandes libertades de la CE -libre circulación de mercancías, capitales, bienes y servicios- y al acervo comunitario.Se trata, en suma, de practicar la idea de un espacio económico europeo común, que puso en circulación hace un par de años la Comisión Europea. Es más lo que une a los 12 países comunitarios con Suecia, Noruega, Finlandia, Austria, Islandia, Suiza y Liechtenstein que lo que les separa de ellos. Además, la progresiva incorporación de los contenidos de las directivas comunitarias a la legislación de algunos de estos países viene ampliando en estos últimos años esa ligazón.
El lanzamiento de la idea del mercado único supuso un serio revulsivo para la EFTA. Los países miembros de esta organización, que desde entonces se veía sumida en el estancamiento, si no en la parálisis, han terminado convenciéndose de que el proyecto comunitario es el que tiene mayor atractivo y potencialidad a medio plazo para competir lealmente con las otras dos grandes potencias económicas: Japón y Estados Unidos.
Las negociaciones entre la CE y la EFTA han sido arduas. Países como Islandia y Noruega eran reticentes a abrir sus ricos bancos de pesca a otras naciones, mientras Suiza, por ejemplo, se resistía a asumir enteramente requisitos ineludibles como la libre circulación de personas, uno de los pilares del Mercado Común y del futuro mercado interior comunitario. Los austríacos, por su parte, están divididos y la oposición se ha apresurado ya a solicitar un referéndum. Mientras, Noruega realiza un particular viaje de ida y vuelta para desandar el camino que le llevó a dejar la CE hace 18 años y Suecia afronta un cambio de modelo después de cuatro decenios de primacía socialdemócrata.
La ampliación del espacio europeo a los países ricos del norte de Europa puede inducir un mayor desequilibrio territorial entre el norte y el sur de Europa a favor del norte. Desde el otro lado de la mesa de negociaciones, los países del sur de Europa -especialmente España, Portugal, Grecia y, en ocasiones, Italia e Irlanda- han mantenido hasta el último momento sus exigencias de aumento de las dotaciones para compensar su debilidad en asuntos como el retraso en infraestructuras y los desequilibrios macroeconómicos que arrastran sus economías (déficit público, inflación, balanza comercial, y corriente, principalmente), cerrándose finalmente un acuerdo cifrado en torno a los 260.000 millones de pesetas para un periodo de cinco años.
Las conversaciones con la EFTA ahora culminadas se han desarrollado a un ritmo más ágil que el de otros procesos negociadores emprendidos por la Comunidad; era lógico dada la relativa homogeneidad económica de los dos bloques que ahora se asocian y la capacidad de atracción del proyecto de la CE en la nueva escena internacional. Conviene subrayar que la nueva área, sin constituir estrictamente una ampliación de la CE por integración de otros países, se ha diseñado sobre algunos de los parámetros fundamentales de la Comunidad. Culminar y desarrollar este acuerdo supone un avance extraordinario en el camino en círculos concéntricos hacia la más completa unidad europea.
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