Sin favoritos para la Concha de Oro

Cuando tan sólo resta el pase de tres películas para cerrar la competición de esta 39º edición del Festival de San Sebastián, no ha aparecido aún el candidato claro a alzarse con los principales premios del jurado, sobre todo la muy preciada Concha de Oro, que este año equivale además a una compensación en metálico de 32 millones de pesetas.

Las dos películas a concurso de ayer, la australiana Waiting, de Jackie McKimmie, y la suizo-estadounidense I was in mars, de Dani Levy, no parecen contar.Cuando el festival se acerca a su final es hora de establecer un primer diagnóstico sobre sus hallazgos y defectos. El equipo que coordina Rudi Bamet ha encontrado un certamen al borde del colapso y ha pretendido, con resultado desigual, aplicarle una terapia de choque. Los frutos de un tratamiento de estas características ya son visibles: una selección oficial más cuidada que en anteriores ediciones, con un nivel medio aceptable y sin terroríficos altibajos.

No es extraño que el comité de selección pusiera toda la carne en el asador para intentar enmendar los errores, puesto que, copiando una fórmula ya aplicada por el Festival de Barcelona, este año se entregan aquí sendos premios al mejor Filme a competición (32 millones de pesetas) y a la mejor ópera prima (13 millones), ambos a compartir entre productor y director para la realización en los dos próximos años de un nuevo filme. Canal + patrocina un premio al mejor documental, dotado con seis millones y medio de pesetas.

El certamen ha puesto en evidencia aspectos oscuros a corregir sin tardanza: A diferencia de otros años, el cuidado en la selección oficial no ha corrido parejo con el de la segunda sección del festival, esa Zona Abierta que ha visto mermado su público de manera considerable. Llenos como los que se produjeron con proyecciones de filmes independientes de cineastas negros estadounidenses no se han producido este año en ninguna de las sesiones. Tampoco se ha librado de esto la selección oficial.

Precios

Tal vez no sea ajeno a todo esto el fuerte incremento en los precios de las entradas, que pasaron de 500 a 650 pesetas, y de los abonos, de 3.500 a 5.000 para 10 sesiones. Pero la razón profunda hay que buscarla en la debilidad de la propia selección, que ha abundado en exóticos despropósitos y en algún que otro filme estimable que, en algún caso, como el argentino Las tumbas, de Javier Torre, bien hubiese podido figurar en la sección oficial, (en la que, por cierto, no concursó ningún filme latinoamericano).

A todo esto hay que agregar el pronosticado fracaso de secciones paralelas que, como la retrospectiva de Richard Attenborough o la relativa a las relaciones entre la Compañía de Jesús y el cine, han tenido incluso menos espectadores que Zabaltegi.

Así las cosas, los pronósticos sobre posibles ganadores constituyen una incógnita abierta. En el caso de la selección oficial, no existe ningún claro favorito. De momento la crítica acreditada ha valorado la correcta aunque académica película danesa El gran día de baño, de Stellan Olsson, como la mejor vista hasta hoy.

Le sigue a corta distancia la española Alas de mariposa, de Juanma Bajo Ulloa, que, no obstante, cuenta más en los pronósticos para el premio a la mejor ópera prima.