La URSS, un rostro desconocido
La URSS ha desaparecido y ahora Occidente -que tardó en percatarse de la existencia de las fuerzas centrífugas en las Repúblicas, según el autor- se siente sorprendido e intranquilo. La solución pasa responder con realismo y ayudar económicamente a la periferia, frente a la cómoda rutina de tratar con el Centro.
LLa situación objetiva creada hoy en un país denominado Unión Soviética nos permite decir que. en realidad ese país no existe. Es posible empeñarse en mantener la ilusión de su existencia, pero ello no ofrece ninguna perspectiva histórica.
Es de lamentar que este hecho aún no se comprenda debidamente en la vida política del país, y especialmente fuera de sus fronteras. Mas los que quieren mantener relaciones futuras con la Unión Soviética tienen que comprenderlo. Los acontecimientos críticos del 19 al 21 de agosto de 1991 demostraron en toda su desnudez que un sistema basado en la monolítica ideología comunista, en el miedo y en el totalitarismo ha perdido el derecho moral y político a existir. Hoy muchos se extrañan de que ese sistema se haya mantenido estos últimos años, desgarrado por problemas políticos, sociales y nacionales.
Pero su existencia obedecía a una lógica, determinada en gran medida por la posición de los países occidentales. El claro empeño de ese sistema en los últimos tiempos de mirar cara a cara a la realidad condujo a que, bajo el pretexto de "considerar el punto de vista de Occidente", el régimen logró camuflar su modo totalitario de organizar la vida social.
Si somos sinceros, esa Unión Soviética tradicional era cómoda para Occidente en el sentido de que era predecíble, e incluso el aumento periódico del poderío bélico soviético asustaba sólo hasta cierto punto. Durante largos años, el enlace monocanal con la Unión Soviética creó la impresión de que era un país conocido.
Pero eso era únicamente el aspecto exterior, y cuando en el país se inició un proceso de democratización más profundo, Occidente se encontró en la situación del hombre que en una ciudad desconocida se empeña en vano en hallar los nombres conocidos de las calles.
Hoy tal situación está muy clara. En estos últimos años, apostando por Gorbachov, por el Centro, no sólo los sociólogos y los periodistas, sino también los políticos prágmaticos, no se percataron de que ha surgido una nueva fuerza: los lideres de las repúblicas, que fueron incrementando rápidamente su poder en los marcos de la soberanía adquirida, Y los intentos de Occidente de influir en ello, incluso recurriendo al problema de la ayuda económica, no dieron ningún resultado serio. Tampoco podían darlo, porque el centro, cada vez más, iba transformándose de simple limitador en enemigo del progreso y de la democracia.
Mientras las repúblicas, en primer lugar Rusia, se manifiestan a favor de una propiedad privada con plenos derechos, el centro se manifiesta en contra, y Occidente, que vive en el mundo de la propiedad privada, apoya al centro.
Rusia se opone a que se preste ayuda financiera y material a Afganistán y a Cuba, y para ese objetivo no concede un solo rublo de su presupuesto de 1991, pero Occidente ayuda a Gorbachov, y parte de esa ayuda se transfiere en silencio de la URSS a esos países.
Ejemplos como éstos hay muchos, y considero que son testimonio de que la profundidad de muchos de los cambios que se producen no ha sido entendida en muchos países de Europa y del mundo.
Se escapa el tren
Y sólo ahora, cuando el desmoronamiento de la vieja URSS es un hecho consumado, muchos socios extranjeros se sintieron alarmados al ver cómo se les escapaba el tren.
Es natural que todo lo que ocurre en la URSS intranquilice al Viejo y al Nuevo Continente. La estabilidad de la URSS y de su política siempre ha sido un factor serio de la política mundial. Contra ese miedo sólo hay un remedio: el realismo. Occidente debe tener el coraje de reconocer que tiene ante sí un país completamente distinto, una Unión Soviética desconocida, cuyo número de piezas que lo integran aún se desconoce. La URSS de hoy se parece al cubo de Rubik, que, al hacerlo girar, todos los elementos permanecen en su sitio, pero el color ha cambiado.
El Estado unitario está siendo decididarnente sustituido por una comunidad de repúblicas soberanas. Si en este caso logramos preservar un espacio económico único, habrá pocos motivos para dudar de la estaibilidad de ese modelo. Pero ello dependerá en buena medida de si los países occidentales comprenden la necesidad de ayudar directarnente a las repúblicas o si siguen buscando, por comodidad, el Centro. Quiero decir que, pese a todos los cambios, la democracia no sobrevivirá en un país harribriento.
Hoy, ayudando a la democracia en las repúblicas, Occidente puede ayudar objetivamente a que aparezca por fin el nuevo Tratado de la Unión. Y es necesario objetivamente comprender que se requiere un sistema de multicanal de cooperación para que la nueva comunidad soviética pueda al Fin hallar su propio camino hacia la Comunidad Europea, hacia el Conjunto de la civilización.
La gran era de la perestroika y de la glasnost, iniciada hace seis años por Gorbachov, hoy deberá dar paso a la era no menos importante de una democracia estable, y ello es muy difícil de lograr en un país con unas tradiclones democráticas rnínimas y donde la mayoría de la población desconoce la Declaración de los Derechos Humanos. Ya está claro que el centro es incapaz de crear tal democracia y que, por ello, tiene que ser empresa común de las repúblicas.
Mucho va a depender de la velocidad con que la nueva dernocracia logre crear una base económica sobre la que levantar una sociedad auténticamente cívica. Por lo menos, para los gobernantes de Rusia, ésta es una de las tareas principales para el próximo periodo.
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