La suciedad
LOS DESPERDICIOS que produce hoy cada persona se han multiplicado en los últimos años. Residuos sólidos o líquidos, según sus denominaciones técnicas, son simplemente basura de la que nadie tiene una idea concreta de cómo desembarazarse; la habitual es arrojarlos, a ser posible lejos de uno mismo. El aumento de consumo, y el lujo de los objetos de "usar y tirar", el ornato de los envases y envoltorios que no suelen ser biodegradables, crea esta montaña de desechos. Pero no ha crecido la voluntad de desprenderse legalmente de ellos, que es lo que siempre se ha llama do limpieza. En las ciudades, los alcaldes nuevos o los que aspiran a ser reelegidos aumentan los equipos de limpieza -a veces, con otra contaminación: la del ruido nocturno-, pero lo abandonan en cuanto han de disminuir los gastos o aplicarlos a otra forma visible de su existencia. Fuera, no hay defensa: las cunetas de las carreteras, el campo mismo con sus acampadas temporales, o el grupo familiar que engendra con alegría la paella, la come con fruición y deja los excedentes de sus condimentos, formando grupo alrededor de la hoguera, como en los tiempos primitivos. Queda por último la suciedad que se genera por motivos laborales, reivindicaciones salariales que desembocan -en aeropuertos o grandes centros hospitalarios preferenternente- en el imperio del desperdicio. Hay multas. No suele haber personas que las apliquen; ni castigados, que, finalmente, las paguen. En realidad, sería preciso que la noción de limpieza, y la madre de ella que es la del respeto a los demás, se inscribiera con fuerza. No se nace con eso, ya se sabe; se enseña, se inculca. No somos una excepción. Hay barrios enteros de grandes ciudades sometidos a ese horror de forma deliberada por generaciones que no sólo no tienen la limpieza corno norma, sino que utilizan la suciedad corno revulsivo para la sociedad que, dicen, les ha convertido a ellos en basuras humanas. En cualquier caso, hablamos de la suciedad del ciudadano normal, del que no respeta la sociedad porque no tiene sentido de los demás. No sobran multas ni represiones; pero tampoco bastan.
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