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Lugares comunes sobre la crisis soviética

Hay una parte de la opinión pública que generalmente sólo pesa de forma marginal: las cartas de los lectores. Sólo otros lectores las toman a veces tan en serio como para protestar por su publicación y anunciar una decisión firme de no volver a leer un diario que publica cosas tan atroces o tan necias. Sin embargo, en esas cartas aparecen a menudo lugares comunes que, pese a no tener credibilidad para un especialista, revelan bien un sentir popular quizá muy difundido. Este es también el caso de las opiniones que suscitan la crisis de la Unión Soviética y el fracaso del golpe del 19 de agosto.1. El fracaso del golpe significa el triunfo de la perestroika. No, más bien significa su final. Releyendo recortes de prensa y textos publicados desde 1985 parece evidente que la perestroika no era, en la concepción inicial de Gorbachov, un proyecto de restauración del capitalismo y de establecimiento de una democracia multipartidista, menos aún de desmantelamiento de la URSS como Estado unitario. Ha sido la vida, por utilizar una expresión habitual del líder soviético, la que le ha llevado a esta vía que se diría sin retorno, en la que cualquier posible Unión Soviética tendrá un carácter mucho más confederal, y estará basada en la democracia multipartidista y en la economía de mercado, independientemente de que éste funcione bien o mal. Incluso si se produjera un nuevo golpe, y triunfara, difícilmente podría ya invertir el proceso histórico.

2. El triunfo de la perestroika significaría combinar mercado y democracia con las conquistas sociales del comunismo. En la visión inicial de Gorbachov, probablemente, ésa era la apuesta. Pero se diría que ése era un proyecto que no podía salir bien. Mantener el pleno empleo o un sistema general de prestaciones sociales exige una inmensa capacidad de creación de riqueza (de acumulación de capital o de reproducción ampliada, si se quiere expresarlo así), que la Unión Soviética perdió en los años setenta. Ahora no es posible ya combinar unos servicios y prestaciones sociales decorosos con la implantación de la economía de mercado, pero tampoco mantenerlos sin economía de mercado, porque la actual economía soviética está en bancarrota. No hay que hacerse ilusiones: los cambios en la economía soviética van a tener un inmenso precio social. Pero también lo tuvo el proceso de industrialización bajo Stalin, y ahora cabe esperar, al menos, que no se produzca un inmenso genocidio.

3. El intento de golpe podría haberse evitado con una mayor ayuda occidental. No: el desabastecimiento era un pretexto para los golpistas, que lo que trataban era de evitar el derrumbe del poder central y en particular la pérdida del monopolio de ese poder por el PCUS. El golpe se intentó dar para abortar la firma del nuevo Tratado de la Unión el día 20 de agosto. Y en el mejor de los casos la ayuda occidental podría haber evitado el desabastecimiento, y dado más tiempo a Gorbachov para seguir su política gradualista, pero en ausencia de una reforma radical no permitiría sacar al país de la crisis, sino que ésta se haría cada vez más grave (con la posibilidad de un golpe quizá mejor planeado que el de agosto).

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4. La Unión Soviética ha hecho su perestroika, y el capitalismo no. Ésta es una idea muy extendida entre los comunistas occidentales, y que parte de dos falacias evidentes. La primera es que el capitalismo actual es idéntico al de hace un siglo en su injusticia social y en su funcionamiento; la segunda, que el capitalismo tiene que llegar a una ruptura radical como la que ha supuesto la perestroika. No se ve por qué debería ser así: el capitalismo es compatible con la democracia, y a la larga los ciudadanos cambian la lógica de crecimiento favoreciendo la redistribución o la eficiencia. Esta es la experiencia, pese al terrible retroceso de los fascismos, del capitalismo en Europa occidental: un siglo de incesante perestroika, por decirlo así.

5. La crisis de la Unión Soviética convierte a EE UU en una superpotencia incontrolada. Es una visión un poco exagerada. Desde luego, Estados Unidos es hoy la primera potencia militar del mundo, y probablemente los países de la actual URSS van a dedicar muy poco esfuerzo económico a la competencia militar. Pero la economía norteamericana tiene las mayores dificultades estructurales de su historia, lo que significa que para una intervención militar en gran escala (por ejemplo, la guerra del Golfo) deben contar con el apoyo político y financiero de sus aliados. No es nada probable que puedan contar con dicho apoyo sin una clara legitimidad, sin el consenso en el Consejo de Seguridad y un firme compromiso global en favor de la democracia y los derechos humanos. Eso no significa necesariamente que vayamos a llegar a un orden mundial civilizado en los próximos años, pero se diría que algo se puede mejorar. Por ejemplo, puede crecer el peso real de la ONU.

6. La disolución de la OTAN favorecería la consolidación de la democracia en la URSS. Esta tesis es claramente la expresión de un reflejo condicionado contra la Alianza como quintaesencia del mal. Abandonado el esquema bipolar, una organización multilateral de seguridad es una garantía para todos frente a políticas aventureras y expansionistas. Lo que podría favorecer a la democracia en el Este y en la URSS es el establecimiento de tratados bilaterales o multilaterales de seguridad con la OTAN, para avanzar cada vez más hacia un organismo de seguridad colectiva de los Gobiernos democraticos en el mundo. Y eso no quita liara que la Alianza deba reconvertirse o reducir sus gastos, ni para que se siga avanzando por la vía de la desnuclearización, o en la creación de una organización de seguridad propiamente europea.

7. La crisis de la Unión Soviética significa el triunfo del capitalisnio. Una afirmación tan rotunda es necesariamente también ambigua. Es cierta si quiere decir que hoy casi nadie cree ya en alternativas totalitarias a la economía de mercado. Pero, si se interpreta en el sentido de que ha terminado el socialismo, es sumamente inverosímil: los deseos de libertad son en los seres humanos tan fuertes como los de justicia y seguridad. Hoy el capitalismo se enfrenta al mayor desafío de su historia: incorporar el crecimiento eccnórnico a un mundo en rápida dernocratización, y en el que esos deseos se manifestarán con irriparable fuerza. Ese reto formidable no puede ser resuelto por ningún capitalismo salvaje, neoconservador o excluyente, aunque esas tendencías puedan estar hoy en boga, e imponerse a corto plazo. En una democracia estable arraigan inevitiblemente los valores de solidaridad e igualdad de oportunidades: el capitalismo sólo triunfará, a fin de cuentas, si se generaliza el modelo socialdemócrata de sociedad.

Ludolfo Paramio es director de la Fundación Pablo Iglesias, del PSOE.

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