_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Carcajada

Siempre tuvo mucho sentido del humor Augusto Pinochet, aunque ahora hace bien en reírse. La jugada le ha salido redonda. Primero asesinó sin compasión, en nombre de la doctrina de seguridad interna, a cuanto sospechoso le vino en gana. Mandó torturar, mutilar y enterrar. Y ahora se ríe porque sus esbirros economizaron en tumbas. Normal. La mejor broma fue quedarse de comandante en jefe del Ejército chileno después de quitarse el mandil de carnicero. Eso le da derecho a todo, incluido el de contar chistes.En Chile no cayeron los símbolos de la dictadura, y el mundo libre no se ha quejado por ello. Nadie agarró a don Augusto del pescuezo y le arrastró por la avenida: semejantes degradaciones se guardan para la estatua de Lenin, culpable de tantas y tantas cosas, entre otras de que en Moscú no haya delicatessen. Mala suerte para el calvo. En cambio, el general está sin novedad gracias a que los mismos que corren a asegurar la democracia en la inmensa tarta que fue roja sirvieron de valedores a su sangrienta toma del poder y le mantuvieron en él durante 17 años, los suficientes para que Chile cambiara tanto que a la gente le bastara con sentirse viva, con respirar en paz.

Su carcajada puede parecer siniestra; no es la del cínico, sino la del hombre contento, satisfecho, porque sabe que cumplió con su deber, con lo que le pidieron. Si reprimió y mató hasta hartarse, lo hizo para conjurar el peligro del comunismo internacional, y el tiempo ha acabado por darle la razón. Prestó un servicio inmenso a ese Occidente que, hipócritamente, se escandaliza porque se cachondea de sus muertos.

Pinocho nunca colgará cabeza abajo de la plaza de Armas, y él lo sabe: por eso se ríe. La vergüenza y la culpa quedan para otros hombres.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_