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48º FESTIVAL DE VENECIA

En una Europa agitada por convulsiones politicas, la Mostra opta por la estética

Casi toda la prensa italiana ha detectado la perplejidad que causa, en medio de las convulsiones políticas que hoy agitan a Europa, la orientación, descaradamente escorada hacia el cine estetizante y, al menos sobre el papel, inclinado hacia la irrealidad, de la programación de este festival, casi siempre muy sensible a lo que ocurre a su alrededor. La presencia, como autor de la novela inspiradora del filme Una historia simple, del genio insobornable de Leonardo Sciascia no logra atenuar esta impresión, ya que en la sesión inaugural dominaron las imágenes de Atlantis, de Luc Besson, un amaño visual tan inclinado a lo bonito, que resulta empalagoso de puro cursi y almibarado.

ENVIADO ESPECIAL, Luc Besson es un joven cineasta francés cada día más resultón, al menos en su país, en las consecuencias financieras de sus películas. Con El gran azul dio a sus productores dinero a espuertas, aunque nada aportó a la buena historia del cine francés. Con anterioridad, en Subway no hizo sino jugar con blandura a un juego duro, y engañó a mucha gente, mintiendo descaradamente con la cámara. Más tarde, con Nikita, no dijo nada, en un casi penoso silencio de ideas. Y ahora vuelve a la carga de su inanidad con esta Atlantis, que ha convertido al primer día de cine veneciano en un acuario de juguete: pulpos bailando el rigodón con besugos bajo las aguas de un océano degradado en piscina.Se trata de un documento de montaje, realizado bajo el agua en centenares de rincones del Atlántico, que le ha llevado a Besson años de trabajo miniaturesco y que finalmente ha desembocado en un filme-ballet de poco más de una hora de duración, que se hace una eternidad.

Derecho a existir

La película, como la bisutería, tiene derecho a existir, porque cumple una función. Pero otra cosa es que intente hacerse pasar por joya y otra, todavía más grave, que sea la película inaugural de un festival como la Mostra veneciana, que siempre se ha caracterizado por su sentido del riesgo y por su coraje, pues nunca ha eludido definirse, en tiempos difíciles y complejos, como éstos que corren, dando cara a la dificultad y a la complejidad.En lugar de ello, ayer se nos metió dentro de la riada de películas que se avecinan -y entre las que llaman la atención las obras de alquimia estética y cinefilismo que cabe esperar de Derek Jarman, Jean-Luc Godard, Peter Greeneway y otros de la misma cuerda- con una obra preciosista y menor, que se ve con gusto y nada más, que halaga los ojos con fantasías subacuáticas amafiadas y que, en definitiva sería ideal para abrir una Mostra de cine para adolescentes con desequilibrios nerviosos y que necesitan ver en la pantalla cine-valium.

Pero un festival de la enjundia y el pasado de éste, no es precisamente un conjunto de sesiones de cine club parroquial, sino otra cosa muy distante de este cursi y sedante Atlantis, que nada busca y nada encuentra; que nada por tanto hace aquí, salvo cumplir el papel de una vulgar coartada de la programación para escurrirse como una anguila de la presión hostil y abrupta de la realidad, de lo que le pasa hoy a la gente.

Para dar una de cal y otra de arena, complementó a Atlantis en las proyecciones inaugurales el filme italiano, dirigido por el joven Emidio Greco, Una historia simple, basada en el formidable y desazonador relato de Leonardo Sciascia del mismo título. Por desgracia, las imágenes no están a la altura de lo que pretenden representar.

Sombra de Sciascia

La sombra de Sciascia las aplasta y lo único que logran es despertar en el espectador las ganas de volver al libro en el que se inspiran, con escasa inspiración por cierto. Sólo algunos signos del talento de Gian Marla Volonté alcanzan, en algún instante insignificante de la película, a poner a ésta a la altura de su ambición. Pero estos instantes son sólo espejismos en un desierto, destellos de algo donde no hay nada.La combinación, mal calculada, entre una dosis de dulce mentira y amarga verdad, que pretendía lograr con este dúo de películas la inauguración de la Mostra, le ha salido a su director, Gugielmo Biraghi, que agota su mandato en esta edición, como un tiro por la culata. La insatisfacción reina aquí desde anoche y la mirada a la lista de las 33 películas que nos quedan por ver se vuelve recelosa y esquinada.

Por algún milagro de la sagacidad italiana, año tras año, era costumbre encontrar alguna secreta vinculación, en incluso interrelación, entre los grandes titulares de las primeras páginas de los periódicos y los más pequeños titulares que estos mismos periódicos dedican a su Mostra de cine. Nada de esto ocurrió ayer. Todo lo contrario: mientras las aperturas de los grandes rotativos hablaban del mundo y, hablando de él, asomaba en el papel el hocico del infierno, la Mostra se sumergía en el limbo. Y no hay demasiadas esperanzas de que sepa salir de él.

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