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Bradbury: "No debemos llevar nuestros pecados a otros mundos"

El escritor de ciencia ficción participa en El Escorial en un curso de literatura fantástica

Jacinto Antón

El escritor Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920), una de las figuras emblemáticas de la ciencia ficción moderna, es la principal atracción del curso de la Universidad Complutense sobre Literaturas fantásticas que se desarrolla esta semana en El Escorial. "La búsqueda de la inmortalidad como especie es lo que nos dirige a las estrellas", dijo el autor de las Crónicas marcianas, que advirtió: "Si visitamos otros mundos no debemos llevar nuestros pecados".

María Kodama, presidenta de la Fundación Jorge Luis Borges y directora del curso, presentó a Ray Bradbury de manera sumamente pertinente: recordó las palabras que le dedicara Borges en el prólogo de las Crónicas marcianas (Editorial Minotauro). "¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto", escribió Borges, "para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?". "Debo volver a leerme", señaló Bradbury ante éste y otros elogios, mostrando su vena humorística; "la verdad es que yo descubrí bastante tarde que tenía cerebro y precisamente gracias a personas como Borges, Aldous Huxley y Bertrand Rusell, que valoraron las Crónicas marcianas".Bradbury, un hombre orondo, de aspecto amable y patriarcal, con el pelo totalmente cano, habló ayer sobre los inicios de su carrera como escritor, sobre su pasión de contar y, cómo no, sobre la conquista del espacio. "Yo no pude ir a la universidad por falta de dinero, tuve que convertirme en una rata de biblioteca pública; fui un niño de libros, de hecho, mi obra Fahrenheit 451 es una historia de amor con los libros, la historia de un hombre que se enamora no de una mujer sino de una biblioteca. Yo escribí ese libro sin saber lo que estaba haciendo, normalmente actuo así, soy muy impulsivo".

El discurso de Ray Bradbury, admirador confeso de George Bernard Shaw, está repleto de sentencias morales llenas de paternalismo, muchas de ellas tan rasantes como aquel famoso "diez minutos de lágrimas o un helado de chocolate o todo junto es la mejor medicina". Este tipo de sentimentalismo de calendario a lo Norman Rocwell también lastra sus libros mezclándose de manera indisoluble con la nostalgia, la inocencia y la poesía más elevadas.

"Los autores de ciencia ficción somos la mayoría autores de fábulas morales, como Esopo, mostramos cómo hay que comportarse", dijo ayer sobre el particular. El escritor no dejó de mostrar un lado bastante reaccionario cuando achacó, como suele hacer, los problemas de Estados Unidos a grupos radicales de "feministas, negros y homosexuales". Aparentemente, Bradbury no es consciente del asombro que provocan esas declaraciones suyas, sobre todo sacadas de contexto. Sorprendente es también escuchar del boca del autor de Fharenheit 451 la siguiente frase: "Todos tenemos algún libro que nos gustaría ver arder", aplicada a la necesidad de dejar de lado los prejuicios.

"Escribo ciencia ficción porque no hay otra cosa que se pueda escribir", dice Ray Bradbury. "Observen el mundo, los artefactos se han ido acumulando y el resultado es algo como el hundimiento de la URSS. Eso es consecuencia de la ciencia ficción. Toda la historia de los hombres puede ser considerada ciencia ficción, parafraseando a Yeats, 'es lo que ha pasado, lo que está pasando, lo que va a pasar'. La técnica del fuego fue primero ciencia ficción. Cuando el hombre no sabía cómo matar a un mamut, cómo meterlo en la cueva o cómo cocinarlo, era ciencia ficción. El hombre sueña y se levanta con respuestas".

"Los viajes espaciales son el único sustituto para la guerra", indicó Ray Bradbury; "ofrecen al hombre la posibilidad de hacer algo grande, hermoso y destructor "en el sentido de que es algo que cuesta vidas."

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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