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Tribuna:LA 'RENTABILIDAD' DE LOS FERROCARRILES
Tribuna
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Carta abierta a la directora de la Renfe

Y, EN SU NOMBRE, A LOS EJECUTIVOS DE DIOS EN GENERAL.Señora: tenga a bien disculparme de que, con motivo de los nuevos trastornos de horarios de ferrocarriles, me haya fijado en usted como destinatario: igualmente podía haberme dirigido

a cualquier Directivo de la Telefónica que se dedica a reprogramar periódicamente y organizar un barullo descomunal de números en nombre del mañana, en que todo marchará bien para siempre,

a cualquier Genio Municipal (digno hijo de aquel que arrancó los raíles de los tranvías hace 50 años) que se propone seguir socavando las urbes para resolver el problema del tráfico que su propia sumisión integérrima a la producción y venta de autos va acrecentando diez veces más de prisa,

a cualquier Jefe de Magna Empresa Editorial que se disculpa de rendir cuentas a sus autores con medio año de retraso debido a la implantación de un nuevo sistema informático que le han metido,

a cualquier Ejecutivo de Dios que nos llena de grietas y de escombros los sitios donde se vivía, plantándonos el cartelón de "Disculpen las molestias: estamos trabajando por su futuro",

a cualquier Líder Sindical que promueve una huelga tremebunda, por ejemplo de ferroviarios, y se sienta a discutir con Usted o con otro Directivo las décimas del arreglo con que los Sindicatos contribuyen a la regular carrera de precios y salarlos, de la que el Capital vive, mientras los usuarios se hacen la puñeta en algún rincón de las desiertas estaciones;

pero, en fin, como supongo que usted tampoco estará en desacuerdo con ninguno de los mencionados y que sus actividades le parecerán democráticas y normales, tómese usted con ecuanimidad que hoy me dirija a usted en nombre de todos ellos.

Así que, según me dicen, adviene usted a su Cargo dispuesta a seguir manejando, y mejor aún, el criterio de la Rentabilidad como determinante de las dedicaciones y los abandonos de la Renfe.

Sigue usted convencida de que lo que importa es hacer que la Renfe sea rentable, como unos Grandes Almacenes, como una Banca; y se apresta usted a hacerle a su Señor el rendido obsequio de una cuenta positiva de los ferrocarriles que puedan quedar vivos, a fin de que Él, algo más tranquilo, dedique al despilfarro del AVE y las autopistas pilas ingentes de millones (usted en esa cuenta ya no entra).

Y ¿cómo se hace eso? Muy sencillo: concentrando el desarrollo en las cuatro grandes vías que atraviesan el mapa de conglomerado gordo a conglomerado gordo y en las redes suburbanas que mantienen el tráfago millonario de los cinturones de habitáculos a los centros de dichos conglomerados. Pues ésas son las dos dedicaciones que realmente rinden y que rentan.

¿Se ha dado usted cuenta de cómo se han puesto del revés las cosas? Porque antes era el ferrocarril, tendiéndose por despoblados y villorrios, y a costa de déficit notables para la época, el que llevaba vida a las tierras y creaba en torno a las estaciones nuevos pueblos y ciudades, entre ellos algunos de los centros industriales que hoy circunda usted como rentables con su lápiz rojo.

Pues ahora parece que, al revés, el ferrocarril ha de servir, en nombre de la Rentabilidad, a mantener y ratificar el tipo de mundo impuesto por el Señor del Auto y de las Opas: a saber, unas pocas enormes aglomeraciones de bloques de suburbios separadas por vastos desiertos que hay que cruzar lo más de prisa que se pueda, más en ciertas zonas dispersas urbanizaciones de chalecitos sólo asequibles al auto de cada quisque.

Ése es sin duda el ideal de mundo al que usted, como los Ejecutivos de Dios en general, presta íntegra fe y al que aspira a servir con sus medidas: como eso es lo que ha de ser, porque lo manda el Desarrollo, como así tiene que ser, puesto que así está previsto en los cálculos del Futuro, pues entonces hagamos que así sea; y no nos meta miedo esa contradicción de que tenga uno que dedicar sus esfuerzos a hacer que sea lo que ha de ser de todos modos: la fe no se para en tales perdederos de razonamiento.

Por lo bajo, está usted sintiendo que ese ideal de mundo no puede sostenerse; por debajo de usted misma, reconoce que no se puede estar mucho más de un siglo vendiéndole a la gente autos cada vez más inútiles, vendiéndole como ciudad un conglomerado de torreones y de tripas de atascos automóviles, como casa un nicho mortuorio con televisor incorporado, vendiéndole como riqueza y bienestar diversas clases de basura envuelta en plásticos multicolores.

Ese ideal no se tiene en pie, señora, y usted sabe, con lo que de razón le quede latiendo por lo bajo, que en menos de 80 años el derrumbamiento de ese Imperio de su fe se estará declarando y llenando de desolación el mundo; tal vez pueda usted oír ya ciertos crujidos ominosos con motivo de esa pifia ingente del 92 y del Alta Velocidad que la corona.

Morirá creyendo

Pero y ¿qué? -la tranquiliza a usted su ángel: como usted va a morirse antes de que el mundo de su fe se le derrumbe descaradamente, pues ¿qué diablos?: usted morirá creyendo, habrá cumplido con el deber que su fe le dicta, y salvará su alma.

¿Que, entre tanto, en nombre de ese Ideal y ese Futuro, se haga tanto daño presente, se destrocen tantos pueblos y tanta vida, se haga perecer en la estupidez televisiva a tantos millones de criaturas? Pues ¡qué se le va a hacer!: ésas son las víctimas que el Ideal se cobra, los gastos actuales del Futuro, el holocausto del Desarrollo; y no ha habido Imperio que no haya costado vidas y más vidas, no ha habido fe que no se haya impuesto machacando razón y corazones, y así es como hemos ido avanzando y llegando adonde hemos llegado, ¿no?

Y me dirá usted que eso no es cosa de aquí de España, que es lo que en todas partes está mandado y se obedece. Cierto, señora: es del Mundo Desarrollado del que le estoy hablando, y España dentro de eso ni luce ni huele ni se diferencia.

Sólo que, bueno, siempre se ha visto que los nuevos ricos son los peores para sus criados, los renegados que toman una nueva fe, los más furibundos inquisidores. En otras partes, unos cimientos más macizos de tradición burguesa y de progreso viejo hacen algo más de resistencia a la barbarie de sus Ejecutivos; sus ferrocarriles, más florecientes de un siglo antes, ceden más lentamente a la estupidez dominadora, mientras que aquí... Pero en fin, sí, ¡qué más da!: es de un ideal universal de lo que hablamos, y su fe, en efecto, señora, no tiene nada de parroquial: igual podía darse en el Japón o en Alemania.

Es del Ideal del Desarrollo vigente por doquiera de lo que se trata. Sólo que... si acaso justamente por habernos incorporado algo más tarde a eso, aquí mismo pudiera ser uno de los sitios donde empezara a despuntar el desengaño y el amor de lo palpable contra el Futuro y la compasión de tantas víctimas de la Rentabilidad y de la Nada, si usted misma, señora, fuera de los primeros que...

Ea, señora: antes de que no quede ya más recurso que la ira popular (que por ahora creen ustedes que los tienen muy seguros, reducidos todos a Masa de Individuos; y mirando a esos chicos y chicas tan obedientes, tan tragadores de lo que le echen, se prometen un futuro sonrosado; pero no se engañe: no son todos, ni mucho menos), antes de que no quede más que eso, por si acaso no es usted tan monolítica en su fe y sus ideales de mundo de futuro y rentabilidad, por si acaso le queda por debajo algo de razón de corazón...

No, no voy a pedirle que mude usted ahora de criterio y de política y que se ponga a hacer la contraria, a lanzar un plan de reapertura de vías y de estaciones, un plan de desarrollo de trenes poco rentables y de renuncia a los despilfarros a que la Renfe, como toda empresa, está obligada: ¿cómo iba a pedirle eso?: seamos realistas: usted tiene que seguir sirviendo a su Señor y aplicando el criterio de rentabilidad como medida áurea: si no, no sería usted, ni estaría ahí, ni tendría esta carta a quien dirigirse.

No, nada de eso: solamente, sugerirle que, de paso, como quien no quiere la cosa, casi como de un revés de la mano izquierda, distrayendo de las enormes cuentas del despilfarro estatal o empresarial unos pocos recortillos de casi nada, dedique usted también algunos ratos a hacer algo por la gente y por los ferrocarriles que son útiles para ella, volviendo a abrir alguna vía no rentable en vez de cerrar otra, remozando alguna estacioncilla por esos campos o ciudades en vez de dejarlas derruirse o de vendérselas a los Ministros de la Cultura o de los Grandes Almacenes; en fin, usted ya entiende, porque algo ha de tener de pueblo y algo saber de lo que es vida y utilidad y placer para la gente, ¿no?

Piense usted que, sólo de esa billonada descomunal que va a costar el AVE, que a nadie va a servirle para nada, con sólo una centésima parte le bastaría para cubrir la falta de rentabilidad de todos los trenes y ferrocarriles de España entera, sin tenerse que molestar en cerrar más líneas ni suprimir más trenes: con una centésima parte solamente, ¿se da cuenta?

No le pido que dude de su fe ni que deje de servir a su Señor: le recuerdo no más el ejemplo de aquellas ilustres devotas de la religión de antaño, que, cuando le encendían 100 candelas a la imagen de san Jorge resplandeciente en su armadura, de paso, por si acaso, le prendían también una velita negra al que estaba debajo del caballo.

Agustín García Calvo es catedrático de Latín de la Universidad Complutense de Madrid.

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