Miedo a volver a casa
Los guerrilleros impiden el retorno de los kurdos a Irak por temor a la policía secreta
Grupos de guerrilleros kurdos, con granadas de mano, pistolas, subfusiles Kalashnikov y cucharas de aluminio en correajes y guerreras, controlan los accesos a Zajo y no permiten que los cientos de miles de compatriotas refugiados en las montañas de la frontera turco-iraquí regresen a sus hogares. La razón esgrimida por estos milicianos es que la policía secreta de Sadam Husein, con intenciones represoras, se esconde todavía en aquella población iraquí pese a que el pasado jueves se retiraron los 700 policías enviados hace nueve días por Bagdad. "Tenernos órdenes de no dejarles pasar", dicen.
A unos 30 kilómetros del altiplano donde las guerrillas han establecido sus últimos puestos de vigilancia, en un campamento levantado por Estados Unidos que semeja un cámping de la Costa Brava para familias numerosas, refugiados kurdos solteros y sin responsabilidades aprenden a montar tiendas y a confiar en las garantías dadas por el mando internacional de que nada tienen que temer. Después volverán a las explanadas fétidas donde malviven medio millón de compatriotas y les contarán que se come y bebe bastante bien y que los marines hacen guardia.A este campamento de cinco estrellas llegarán pronto en una escala hacia su definitivo destino las tropas españolas enviadas a la zona. "Su entrada estará totalmente prohibida si no traen con ellos un buen cargamento de vino español", bromea Gordon Murchie, director de la oficina gubernamental norteamericana que abastece este campo.
Dejando atrás los campos de trigo sin madurar y las praderas verdes en que se asienta el balneario preparado para los kurdos, la carretera asciende hacia la localidad iraquí de Derkar, donde la guerrilla ha montado un cuartel de 200 hombres que vigilan varios centinelas con lanzagranadas y armas ligeras.
De caqui y bombachos, el capitán Mohamed, que poco después mantendrá una entrevista con oficiales estadounidenses para tratar sobre el retorno de los kurdos, se hace esperar, y cuando aparece insiste en que su pueblo necesita garantías de que no serán agredidos por los iraquíes. "Debemos hablar con nuestros líderes. Cuando nos lo ordenen, pediremos a nuestra gente que vuelva a Zajo".
El oficial de la guerrilla kurda promete que si encuentran algún iraquí en Zajo "no lo mataremos, lo entregaremos". El ayudante que hace de traductor agrega: "A veces se visten como nosotros, pero les distinguimos al hablar". El capitán dice que los dirigentes que negocian con Sadam Husein tienen toda su confianza. "Allí estamos representados todos".
Desde el cuartel guerrillero instalado en una de las casas deshabitadas de Derkar, con escolta de amapolas y margaritas, la carretera del éxodo sube hacia el altozano rompiendo laderas tan verdes como las campiñas de un valle de aldeas pequeñas y ocres que se admira intenso y limpio desde las alturas.
El conductor de la camioneta, que cobrará sus buenos dólares por escalar de nuevo las alturas del Gólgota que hace un mes ascendieron en estampía miles de kurdos, tiene miedo a los peshmergas. "Soy cristiano, y los musulmanes no nos tratan bien", se lamenta. Los guerrilleros controlan todos los vehículos, al igual que lo hacen en esta misma ruta y en busca de armas los soldados franceses o británicos de la fuerza internacional. La convivencia de todos estos hombres de armas parece cordial y tolerante.
Después del último control donde una patrulla de guerrilleros niega el paso a los pocos kurdos que llegan del lado turco, surge en las cunetas el rastro de la desesperación. Huellas que recuerdan la huida iraquí de Kuwait: ropas sucias, colchonetas sucias, almohadas reventadas, camiones volcados, despiezados, una cisterna de bomberos en el centro de la calzada, vehículos inservibles que se amontonan durante más de 10 kilómetros. Cuatro o cinco enormes cementerlos de coches cuyos propietarios los abandonaron cuando la fuga sólo fue posible a pie. En una de la cimas hay un enorme helicóptero CH-35-E de la Marina norteamericana que se estrelló mientras sobrevolaba los campos.
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