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La nueva izquierda lationoamericana

La euforia neoliberal provocada por la irrupción de los Collor, Menem, Fujimori y otros gobernantes por el estilo en América Latina y el Caribe está postergando el reconocimiento de otro fenómeno: la emergencia de una nueva izquierda democrática, con perfil y propuestas aún imprecisas, pero que es ya una alternativa clara.El Partido de los Trabajadores de Ignacio da Silva (Lula) estuvo a un paso de ganar las últimas elecciones presidenciales en Brasil y, de hecho, gobierna en ciudades importantes, como Sâo, Paulo. Después del notable resultado obtenido en las últimas elecciones presidenciales, el Partido Revolucionario Democrático de Cuauhtémoc Cárdenas es un recambio posible, inimaginable hace menos de cinco años. El M-19 de Enrique Navarro Wolf, una organización guerrillera hasta hace pocos meses, ganó las elecciones constituyentes en Colombia. El Frente Nacional para el Cambio y la Democracia de Jean-Bertrand Aristide, sacerdote afín a la teología de la liberación, arrasó en Haití. El sandinismo sigue siendo el mayor y más organizado partido de Nicaragua. Un eventual tratado de paz dejaría al frente Farabundo Martí de Liberación Nacional salvadoreño como el principal oponente y probable vencedor de la derecha tradicional. El socialismo chileno podría desplazar a la democracia cristiana en las próximas elecciones y el Frente Amplio uruguayo es una fuerza expectante y en ascenso.

Ésas son las alternativas socialdemócratas tangibles, pero no es aventurado suponer que, con mayor o menor rapidez, surjan movimientos similares en países como Argentina, Bolivia, Paraguay, Perú e incluso, desde los antípodas, Cuba. Debe obviarse, por el momento, la mención de las socialdemocracias en el poder (Venezuela, Ecuador, Jamaica), porque su política de ajuste, desregulación y privatizaciones es básicamente la misma que las de los Gobiernos declaradamente liberales.

El desarrollo de la izquierda latinoamericana fue impedido o frenado durante décadas por el populismo, que siempre se pretendió progresista, y que, de hecho, en ciertos periodos de bonanza ejerció una acción positiva sobre la calidad de vida de grandes sectores sociales. La propia izquierda contribuyó a su aislamiento con los permanentes conflictos entre sus distintas tendencias, su maximalismo y un ateísmo elemental y sectario. Pero en estos tiempos de Vacas raquíticas y decadencia, el populismo, representado por personajes picarescos e improvisados que ocupan el centro de una escena caótica, se ha establecido con desparpajo en el campo de la derecha neoliberal. La izquierda, por su parte, emerge lentamente del fracaso guerrillero y de la catástrofe mundial de la ortodoxia comunista, mientras la práctica social de millares de católicos latinoamericanos ha engendrado nada menos que la teología de la liberación, apartándolos de la Iglesia oficial. El proceso actual es entonces la madura confluencia de guevaristas, comunistas, trotskistas, socialistas, cristianos y nacionalistas en un proyecto democrático y transformador.

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Si Gobiernos populistas democráticamente electos aplican políticas económicas que en el siglo pasado eran propias de las fraudulentas oligarquías conservadoras y en éste lo han sido de las dictaduras militares, es normal que esa izquierda ocupe el espacio vacante. Sólo el integrismo nacionalista del estilo de los carapintadas argentinos o el mesianismo tipo Sendero Luminoso están en condiciones de disputarle parte del terreno, en las actuales condiciones de marginalización de grandes sectores sociales. Pero eso depende en buena medida de la propia izquierda. También la política tiene horror al vacío.

Enunciada de este modo, la evolución de las flamantes democracias latinoamericanas parece una beatífica preñez, destinada a un parto normal, rápido y sin dolor, sólo amenazada por lo imprevisible. ¿Qué mejor alternativa se ofrece hoy en el mundo que la de la alternancia entre izquierda y derecha en el contexto de las instituciones democráticas? Pero América Latina no es Europa, sino el Tercer Mundo. Ni el pasado ni el futuro inmediato permiten augurar un tránsito fácil hacia la democracia y el desarrollo.

El golpe de Estado en Chile es el hito más notorio de las experiencias de socialismo democrático abortadas brutalmente. Pero también hubo invasiones preventivas, como la de la República Dominicana; bloqueos y guerras financiadas desde el exterior, como la que sufrió la Nicaragua sandinista, y cientos, miles de asesinatos. Sólo en la década pasada, fueron asesinados Marcelo Quiroga Santa Cruz, en Bolivia; Ignacio Ellacuría, sus cinco compañeros jesuitas y Héctor Oquelí, en El Salvador; Carlos PIzarro y Bernardo Jaramillo, en Colombia; Chico Méndez, en Brasil. En Guatemala, el asesinato de Fernando Colom Ergueta fue uno más de la serie que liquidó prácticamente a la cúpula socialdemócrata de ese país. Éstos sólo son algunos de los casos más recientes y notorios, pero la lista incluye a miles de dirigentes sindicales, rurales, universitarios, a curas, monjas y laicos ignotos.

Algunos optimistas impenitentes dicen que ese pasado ha concluido junto con la guerra fría. Ojalá tengan razón, aunque el presente se la siga negando. Pero, además de peligroso, el camino que tiene ante sí la izquierda latinoamericana es complicado. En primer lugar, deberá seguir definiendo con éxito una política de unidad capaz de mantener en un mismo cauce sus distintas vertientes y evitar la acechaza de la demagogia, el populismo e incluso la del retroceso a alguno de sus antiguos esquemas, en un contexto de fuertes presiones sociales. Es posible: confiar en que lo logre, ya que esta izquierda se caracteriza por una creativa heterodoxia, pegada a la realidad local e internacional, pero sobre todo a las expectativas de la más amplia base social, y atenta a la formulación de propuestas de gobierno viables. El sandinismo nicaragüense, con su ejemplar parábola desde la guerrilla hasta la oposición democrática, pasando por el poder y la tentación de la ortodoxia comunista, es el precedente de izquierda heterodoxa que más lejos ha llegado y el que más ha contribuido a modernizar a un país latinoamericano de arcaicas estructuras. Un elemento capital en la comprensión de esa nueva izquierda son sus antecedentes heterodoxos históricos y teóricos: arrancan en algunos personajes de principios del siglo pasado, como el argentino Marlano Moreno, y se prolongan, para citar sólo a algunos, en el cubano José Martí, el mexicano Emillano Zapata, los peruanos José Carlos Marlategui y Gustavo Gutiérrez, el latinoamericano Che Guevara, el español Ignacio Ellacuría, el salvadoreño Arnulfo Romero y el chileno Salvador Allende.

¿Y cuál es el contexto objetivo en el que esta izquierda debe trabajar y elaborar sus propuestas? Hay dos escenarios posibles. El primero, que las actuales políticas neoliberales de ajuste logren contener la inflación, achiquen el déficit del Estado, posibiliten la reducción efectiva de la deuda externa y sienten las bases de la reactivación económica, al cabo de un proceso que está expulsando brutalmente de los mercados de trabajo y consumo a millones de personas, la mayoría por el resto de sus vidas. Esta hipótesis supone que Estados Unidos, el socio que ha tocado a América Latina en el reparto de influencias mundiales en curso, logre evitar una. recesión profunda y duradera, que se reactive el comercio mundial y se invierta el actual flujo firíanciero Sur-Norte. El segundo escenarío es, visto desde América Latina, dantesco: -proteccionismo y guerra comercial planetaria, Estados Unidos, ejerciendo su supremacía militar como herramienta política internacional y aspirando más y más capitales para seguir maquillando su declive (o bien en recesión profunda, asumiendo su propio ajuste), y bruscos sobresaltos e imprevisibilidad mundial como resultado de la multiplicación de confl letos nacionales, regionales o internacionales.

Las perspectivas actuales no dan más que para estas hipótesis (quizá la segunda sea la más probable), y es en esas coordenadas entre las que tendrá que moverse la izquierda alternativa al liberalismo. Deberá contar con poco más que sus propias fuerzas, al margen de los apoyos morales y retóricos. La socialdemocracia europea ha reemplazado, por pragmatismo o defección ideológica -poco importa en este caso-, su proyecto de desarrollo e igualdad planetaria por un discurso democrático universal cada día más vacío de contenido. Los problemas nacionales, el proceso de integración europea y los cambios en los países del Este echaron al saco del olvido los buenos propósitos formulados por la Comisión Norte-Sur, presidida por Willy Brandt, a finales de los setenta. Los dirigentes socialistas latinoamericanos asumen progresivamente que sus pares europeos sólo mantienen conflicto con la derecha en el contexto nacional. En cuanto al Vaticano, es posible que su sensibilidad social se agudice ahora que el comunismo está demolido, pero el papado de Juan Pablo 11 no permite abrigar esperanzas.

Antes de que un militar golpista lo apartara de una fila de indefensos prisioneros civiles para ametrallarlo, Marcelo Quiroga Santa Cruz había definido a su partido, el Socialista Uno, como "dernocrático y de combate". Su propia muerte hace innecesario explicar que el último término no se refiere a la lucha armada como forma de conquistar el poder, sino a la preparación necesaria para defender la democracia y avanzar hacia el socialismo en un contexto brutal. Cuando llegue, si llega, el turno de gobernar para esa izquierda que emerge desde lo más profundo de la historia latinoamericana y al cabo de enormes sacrificios, se verá si la democracia puede ser algo más que un espejismo entre dos dictaduras, conveniente a la hora de pagar deudas y amnistiar crímenes.

es ensayista y periodista argentino.

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