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España en Barcelona

Con prisa y sin pausa, porque el tiempo apremia, Barcelona se dispone a la preparación del más universal de los eventos de su historia, la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. Inmediata o televisivamente, toda España va a estar en Barcelona durante estos días. Pero ¿saben o recuerdan muchos barceloneses que las tres máximas hazañas de la historia de España -geográfica una, literaria otra, científica la tercera- han tenido en Barcelona su sede? Voy a mostrarlo.Que, con sus luces y sus sombras, la hazaña colombina y sus consecuencias han sido lo más importante de toda nuestra historia, nadie lo negará. Quitado el nacimiento de Cristo, ninguna otra sería equiparable a ella desde los mismísimos Adán y Eva, según la grandilocuente sentencia de López de Gómara. ¿Cómo la llamaremos? ¿Descubrimiento, como siempre se ha dicho? ¿Encuentro, como ahora proponen algunos? ¿Destrucción, con el apocalíptico fray Bartolomé de las Casas? Pienso que lo decisivo en ella fueron dos eventos: la incorporación de la futura América a la historia universal y la expansión de España, de todo lo que era España, lo bueno y lo malo, hacia el continente que Colón descubrió. Dejemos, sin embargo, ese polémico problema y atengámonos a los hechos. El descubrimiento del Nuevo Mundo aconteció, todos lo saben, en las costas de Guanahaní. Pero el ingreso oficial de ese descubrimiento en la historia universal, la solemne declaración coram nationibus de la existencia de ese nuevo y prometedor Nuevo Mundo tuvo lugar, como no todos saben, en el Palau del Tinell de Barcelona, porque en él, y con toda la parafernalia del caso, lo presentó Colón a los Reyes Católicos y a Europa entera. En Barcelona, no en Madrid o en Toledo, quedó firmada el acta de nacimiento de América. Tanto como sus Juegos Olímpicos debería celebrar Barcelona, dentro de un año, ese magno y singular suceso.

La máxima hazaña literaria de España ha sido, nadie lo discutirá, la publicación del Quijote. Don Quijote nació en La Mancha, y de una de sus aldeas salió a redimir al mundo de la injusticia y la ignorancia. Pero el lugar más remoto de sus andanzas fue Barcelona, y en Barcelona logró alcanzar sus más altas y significativas experiencias. Allí descubrió, en efecto, el mar, la imprenta y la melancolía.

El mar. "Vieron Don Quijote y Sancho el mar", escribe Cervantes, "hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, hasta más que las lagunas de Ruidera que en la Mancha habían visto". El poeta Joan Maragall veía en un verso de La divina comedia la más viva y sugestiva expresión de. contemplar la belleza del mundo: "Connovi il tremolar della marina". Con el recuerdo de las lagunas de Ruidera, irónicamente injerido por Cervantes para quitar toda solemnidad al subyugante descubrimiento de su héroe viendo el mar descubre el hombre la grandeza, el riesgo y el límite de existir humanamente sobre la tierra-, viviría el alma, poética de Don Quijote esa deliciosa y animadora experiencia dantesca.

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La imprenta. "Yendo por una calle [cuál sería] abrió los ojos Don Quijote y vio escrito sobre una puerta con letras muy grandes: 'Aquí se imprimen libros', de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto imprenta alguna". Se adentra en la imprenta, conversa con sus operarios, hace gala de su italiano y, en definitiva, enriquece su mente.

La imprenta ha sido el signo más distintivo y el más poderoso instrumento de la cultura moderna. Desde su mundo propio -anacrónico, caballeresco, soñado- a él se asoma por vez primera Don Quijote. No parece un azar que fuera precisamente en Barcelona.

La melancolía. En la playa de Barcelona es derrotado Don Quijote por el Caballero de la Blanca Luna, y allí comienza a padecer el flujo de melancolía que le moverá a regresar a su aldea, para en ella agravarse y conducirle, tras la cordura, a su muerte ejemplar. "Melancolía y desabrimientos le acababan", fue el dictamen del médico. Enseñó Arístóteles que un puntito de exceso de la melancolía en la proporción de los humores del organismo es condición casi necesaria para que se constituya y manifieste la eminencia anímica de los hombres. Así habrá de mostrarlo Don Quijote en Barcelona -para él, como para Maragall, "la gran encisera"-, lugar el más extremado de cuantos su locura le hizo recorrer.

¿Cuál ha sido la máxima aportación de los españoles a la historia del saber científico? Para mí, y creo que para muchos, la creación de la teoría de la neurona como fundamento factual y doctrinal de la neurofisiología, y en consecuencia del psiquismo humano. De tal creación debo decir algo análogo a lo que sobre el descubrimiento del Nuevo Mundo antes dije: muchos saben que su autor fue Ramón y Cajal, pero rnuy pocos que la hazaña tuvo lugar en una calle de la Barcelona vieja, la del Noviciado, modesta morada y modestísimo laboratorio del sabio entre los años 1888 y 1889. "Mi año cumbre, mi año de fortuna", llamará Ramón y Cajal, décadas más tarde, al de 1888. Febrilmente desvelado sobre el ocular de su microscopio, ese año y en la calle del Noviciado -en el más barcelonés de los barrios de Barcelona- vio Ramón y Cajal por primera vez las "ramas trepadoras", los "nidos pericelulares", las "fibras musgosas" y las "eflorescencias rosáceas" que habían de conducirle a la inmortalidad.

América, el Quijote y la teoría de la neurona serán en 1992, con toda la pasada y presente vida barcelonesa, parte egregia del hispánico soporte cultural de los Juegos Olímpicos.

es miembro de la Real Academia Española.

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