La revolución permanente
Para muchos, Pushkin es el máximo escritor en el idioma ruso: colmo para nosotros Cervantes, o para los ingleses Shakespeare, repetía Liubimov, director de esta versión de Boris Godunov, antes de que comenzase. Desde un conocimiento escaso, o nulo, del idioma, los versos y la prosa suenan con enorme belleza, como un concierto. La dirección de Liubimov está concebida, en efecto, como un concierto, como una cantata: y los actores son extraordinarios.Pushkin escribió esta obra teniendo presente a Shakespeare y a los grandes autores europeos (fue niño prodigio y lo leyó todo). Entendió, cuentan sus biógrafos y él mismo, que el drama nacional ruso debía tener la grandeza de Shakespeare, pero de un Shakespeare ruso, es decir, basado en las leyendas, en la historia, en el folclor de su país. La idea de esta obra es política: el pueblo ruso y sus eternos tiranos, ambiciosos, asesinos, impostores... No puede sorprender la utilización de esta primera gran tragedia para la joven perestroika, sobre todo por un director como Liubimov, exiliado y dolorido por su país, y regresado al fin.
Boris Godunov
De Alexandr Serguéievich Pushkin (1825, estrenada en 1870). Intérpretes: Félix Antipov, Lidia Boiko, Víktor Bojon, Yun Beliaev, Alexéi Grabbe, Ekaterina Grabbe, Rasmi Dshabrailov, Konstantín Sheldin, Valeri Zolotujin, N,atalia Kovaleva, Tatiana Luluanova, Igor Nikolaev. Compañía del teatro Taganka de Moscú. Teatro Albéniz, de la Comunidad de Madrid, 26 de rnarzo.
Luchas
En el Festival de Madrid de 1988, Liubimov y la compañía del Taganka se volvieron a encontrar, y allí se gestionó la vuelta del director a Moscú. Esta versión de Boris Godunov fue su fruto. Cargado, naturalmente, de sentido para ellos, de lucha contra la tiranía, la censura (Pushkin ya fue víctima de ella en su tiempo), cualquier dictadura. Cargada también de sentido para todos: cada pueblo tiene sus tiranos, y Pushkin escribía como un revolucionario universal. Lo era no sólo políticamente, sino también en la misma creación del teatro. La idea con la que ha sido dirigida esta versión no está lejos de la del autor, aunque parezca muy distinta por la reducción a un solo lugar escénico: tiene un hálito de Shakespeare, un individualismo épico al mismo tiempo que un gran sentido coral. La estética es impresionista -las luces vuelven a crear la batería o las candilejas del teatro antiguo para agrandar las sombras y proyectarlas como gigantes en el fondo, las manos abiertas se alzan como en los viejos griegos-, las canciones del antiguo folclor están presentes en toda la representación y los protagonistas surgen, de ese barro de la masa para celebrar -es como una celebración- sus diálogos. Es casi innecesario decir que las voces son soberbias, en cada actor y en el conjunto -el coro está cuidadosamente dirigido en escena-, que las actitudes y los gestos responden limpiamente a la intención del director, y que cada actor principal es un maestro, a partir naturalmente de Nikolái Gubenko (la fonética del cirílico a la prosodia castellana está hecha por la propia compañía), que interpreta un Boris Godunov extraordinario, aunque no desmerece ninguno de los demás.
Es una representación llena de riqueza, a la que acudieron los profesionales españoles de teatro y, afortudamente, los Jóvenes alumnos de la Escuela de Arte Dramático, a los que cada vez se ve más en estas representaciones extraordinarias. Fue acogida con bravos, con grandes ovaciones. Merecidas.
Babelia
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