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El aplauso fácil de una ciudad muelle

Miguel Ángel Villena

Llegan complacidos y autosatisfechos, tras una comilona a base de arroz, en saladas y flanes, dispuestos a saborear una gran corrida de toros. Aunque lo bien cierto es que para muchos aficionados taurinos de Valencia el corridón sólo significa un pretexto, una coartada. En realidad, el público valenciano se siente irresistiblemente atraído por la puesta en escena, por el espectáculo, por las bambalinas. Moros y cristianos de Alcoy, fallas de Valencia, autos sacramentales de Elche o peregrinaciones de Castellón apuntan el vicio, la pasión de los valencianos por el teatro.Pueblo efectista y barroco, los valencianos suelen valorar más la plasticidad y el envoltorio que la calidad o la efectividad. De esta actitud saben mucho toreros, futbolistas y actores que encuentran aquí un público dispuesto al aplauso fácil, con ganas y, en general, poco riguroso. Grupos teatrales como Els Joglars estrenan desde hace años sus montajes en Valencia porque la plaza sirve como termómetro, al alza, de la reacción de otras ciudades. Miguel de Unamuno, adusto vasco recriado en la sequedad de Castilla, ya pronunció aquella prejuiciosa sentencia: "Pobres levantinos, les ahoga la estética". En fecha más reciente, el ensayista Joan Fuster definió a sus paisanos como un "pueblo muelle"y aludió al conformismo y a la ausencia de espíritu reivindicativo.

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Torear un toro de casta

Sin embargo, los valencianos suelen apostar por el colectivismo, de corte más bien gregario, en lo que se refiere a las fiestas y las diversiones. Por el contrario, el individualismo y la escasa vocación asociativa pesan como una losa cuando los proyectos atañen al negocio en lugar de al ocio. Tierra de frontera entre cristianos y árabes, entre catalanes y castellanos, agricultores y comerciantes durante siglos, los valencianos se han acostumbrado a caminar con su propio paso sin esperar las prebendas oficiales o las ayudas de la Administración.

Empresarios imaginativos, artistas de relieve y profesionales de talla recorren sus trayectorias y labran sus biografías en solitario. La sociedad civil actúa a su aire, en una actitud muy propia de los italianos, mientras las instituciones públicas caminan por otras vías.

Quizás este individualismo feroz y este carácter acomodaticio expliquen que los valencianos prefieran aplaudir a los forasteros antes que admirar a los indigenas. No en vano diversas glorias locales como el escritor Vicente Blasco Ibáñez, el pintor Joaquín Sorolla o el filósofo Luis Vives murieron lejos de Valencia, asqueados de la incomprensión de sus paisanos.

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