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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ariadna en Madrid

El Teatro Lírico Nacional se ha apuntado un triunfo notable con la Ariadna en Naxos, de Hofmannsthal-Strauss, según producción del Festival de Spoleto, 1984. Esta singular ópera se estrenó en Madrid, con medio siglo de retraso, en mayo de 1969, con la Seefried, en el papel de Compositor; Stich-Randall, en Ariadna, y Kofub, en Baco. Sin figuras parejas, la nueva representación de Ariadna en la Zarzuela, el año 1983, estuvo a cargo de la ópera de Dresde y tuvo todas las ventajas propias de un gran teatro estable.Por tercera vez llega ahora la creación filobarroca del autor de Salomé, en un montaje primoroso. El Festival de Spoleto tiene detrás a un extraordinario hombre de teatro como es Menotti, por lo que nada extraña el acierto en todo: dirección, escenarios, luces y, lo más difícil, un clima en el que lo heterogéneo cobra carta de naturaleza coherente y en el que el drama y la comedia del arte parecen haber sido siempre una sola cosa. Hofmannsthal y Strauss, como escribe Salazar, "desde la quietud de su gabinete emprenden dilatadas correrías por los países de la imaginación. Acción, conflicto sentimental, lugar, tiempo e idioma podían mezclarse en el mortero de su voluntad".

Teatro Lírico Nacional

Ariadna en Naxos, de Hofmannsthal-Strauss. Intérpretes: Frank Hoffmann, W. Berry, W. Meler, P. Frey, S. Mariátegui, E. Weldlng, A. Tomowa-Sintow, Georg Tichy, Jorge Perdigón, Guido Saks, D. Keith Wods, D. Wirtz, C. Overmayr y R. Vlljakainen. Escenarios y trajes: U. Santicci. Orquesta Sinfónica de Madrid. Dirección escénica: G. Chazalettes. Dirección musical: M. A. Gómez Martínez. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 14 de marzo.

En el prólogo se plantea una vez más y de modo felicísimo el antiguo conflicto entre la música y la palabra, que la ópera resuelve en una brillante solución de síntesis. En los pentagramas Strauss parece viajar desde Wagner a Mozart con originalidad sustancial y espíritu renovador parejo al del libretista.

Si exceptuamos a Paul Frey, un Baco rudo y destemplado, todo el reparto actuó con máxima calidad: la siempre magnífica Tomowa-Sindow, prima donna y Ariadna, convenció y emocionó; Ruth Welting, en Zerbinetta, hizo diabluras de técnica, estilo y acción; el legendario Walter Berry dio al profesor de música los justos accentos que requiere, y Waltraud Meler, en el papel travestido del compositor, no anduvo a la zaga. Exactísimo Suso Mariátegui en el Maestro de Baile, y perfectamente impostados, en sus diversificadas intervenciones, Arlequín, Ecaramueco y Trufaldín, así como el trío de ninfas.

En todo se vio la mano inteligente y creadora del regista Gulio Chazalettes, que contó con la fantasía poética del escenógrafo Ulisse Santicchi. Miguel Ángel Gómez Martínez, en la dirección musical, demostró su larga experiencia operística. Lástima que en los pasajes de cámara los instrumentistas no alcanzasen la deseable corrección. Exito total y sin fisuras.

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