Un coro enloquecido

El músico Carles Santos ha tomado 34 personas del Coro de Valencia, las ha sometido a su propia música vocal, a unos trajes de fantasía de María Elena Roque, a la coreografía de García Meneu -un nombre predestinado- y ha creado un espectáculo al que llamamos teatro porque está incluido en el XI Festival de Teatro de Madrid, y la denominación de origen es siempre atendible, pese a cualquier perplejidad. Y porque voz, palabras más o menos confusas, disfraces y algunas formas de saltos y posturas pueden constituir teatro.El autor dice que el punto de partida es la voz, y conviene acompañarle en esto: lo que encontré mejor fueron sus melodías y la utilización de las excelentes voces del Coro de Valencia: melodías son, quizá animadas por algo del minimalismo, por lo repetitivo, o por recuerdos americanos entre dos polos, como serían John Cage y Bernstein, y hasta ciertas remembranzas del musical, incluso del de Broadway. Estas cosas antiguas son todavía valiosas aquí.

Colegiales

No es happening, sin embargo, por lo que le falta de improvisación. Y porque no tiene fantasía, imaginación, Queda un poco so sito, un poco colegial, de fin de curso. Lo que más llamó la atención: el dúo de chica y chico dándose las lengüecitas interminablemente -rosita la de ella, morada la de él-, metiéndose mano y acabando en un beso devora dor, sin dejar de cantar una be lla, romántica melodía. Y el ahogo del maestro, forzado por una walkiria, con la cabeza metida en un recipiente de cristal lleno de agua: casi, también, sin dejar de cantar.El público rió mucho. No sé bien si es una cosa de reír, a pesar de sus parodias, o de simplemente escuchar: el oído se beneficia de lo que oye y le gusta.Algunas de las piezas causarían excelente impresión en concierto. Aquí, mejor con los ojos cerrados. Algunos espectadores también encontraron digno de elogio el impudor del caso. El caso es que los aplausos y los bravos funcionaron con la intensidad clásica de los conciertos, y acallaron algunas protestas mínimas.