Segunda muerte
Fue durante muchos años el protagonista invisible de las veladas familiares. Corrían los primeros años cincuenta, el racionamiento acababa de terminar, pero aún eran normales los cortes de electricidad. La televisión no era ni una leyenda todavía. La familia que reza unida, decía una jaculatoria publicitaria, permanece unida. Pero quien verdaderamente lograba unirla era un cómico argentino, Pepe Iglesias, El Zorro y el programa radiofónico semanal que emitía la Cadena SER.El ritual está tan extinguido como los dinosaurios, pero permanece vivísimo en la memoria de todos los que, a partir de 1952, se partieron de risa escuchando el humor blanco y algo absurdo -algo así como surrealismo naif- del hombre de las mil voces que acaba de fallecer en Chile. Para que los hijos de la era televisiva lo comprendan habrá que explicar que los miembros de la familia formaban un semicírculo en torno a la radio -un cacharro bastante grandote con mucho ruido de fondo- y, en actitud de reverente concentración personal que no excluía un sentido de lo comunitario muchísimo más marcado que el de un grupo de personas viendo la televisión, esperaban el inicio del programa con la misma expectación que si fuese a producirse ante ellos un milagro.
Como una rana afónica
El Zorro silbaba con la precisión y complejidad de un coro polifónico, cantaba como una rana afónica, y, sobre todo creaba personajes diversísimos de todos los sexos autorizados por el llamado Régimen. Su creación se llamaba Hotel la sola cama, y estaba habitado por posaderos absurdos, niñas ridículas, solteronas histéricas y toda clase de engendros comparables -por acercar de nuevo ese mundo al nuestro- con los emblemáticos monstruos del 13, Rue Percebez.Por extraño que parezca aquella sarta de ingenuidades poseía una fuerza cómica tremenda. Frases hechas y ripiosas, repetidas rítmicamente por una de las disparatadas voces de El Zorro, provocaban en los cuarentones de hoy, entonces niños, y en sus papás, mamás y hermanos, virulentos ataques de hilaridad. Hablarle a un oyente de aquellos programas de "el finado Fernández", del que "nunca más se supo", o recordarle la frase "tomaste la pastilla", es suficiente para encender en él una sonrisa nostálgica evocadora de algún paraíso perdido.
El Hotel la sola cama fue un éxito de audiencia extraordinario, pero su magia sonora no se adaptaba al mundo de la imagen.
Pepe Iglesias fracasó en la televisión sobre todo porque pertenecía a una forma de entender el mundo que murió con los primeros Seat 600, con los primeros bikinis de las turistas rubias del norte, con la inusitada furia modernizadora de una sociedad que, de repente, abandonó casi sin proponérselo la civilización rural que la había sostenido siglos.
Babelia
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