Durisimo y formidable 'El padrino III
Francis Coppola, acude a la Berlinale
ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS, ENVIADO ESPECIAL, Francis Ford Coppola, sin duda el más grande cineasta norteamericano en activo, ha roto la vergonzosa racha de deserciones de sus compatriotas, que se niegan a volar a Europa por miedo a la guerra del Golfo, y presentó a primeras horas de la tarde de ayer ante la prensa, y en la gala nocturna ante los invitados de la Berlinale, la tercera parte de su aventura de El padrino, que le dio fama mundial.
Se presumía que este su retorno a los personajes de la Mafia neoyorquina tenía como objeto exclus'vamente amortizar las deudas contraídas en filmes posteriores, de enorme calidad, pero de audiencia minoritaria, a causa de su exquisitez y su desprecio por las leyes del consumo. Lejos de ello, Coppola ha preferido ser fiel a sí mismo y ha realizado tal vez su obra formalmente más audaz, resuelta en el borde mismo de la maestría y en las cercanías de la perfección.Quienes consIderaban que El padrino III era para Coppola una película de las llamadas alimenticias, han quedado perplejos ante la autoexigencia con que el cineasta ha desarrollado el magnífico guión de Marlo Puzo sobre el destino de los personajes creados por él en la novela. Son muchos los espectadores que no saben a qué atenerse ante este filme, de un rigor aplastante, tal como exige la creación de una terrible y solemne tragedia visual.En las primeras semanas de su exhibición en Estados Unidos se formaron enormes colas, que crearon el espejismo de que esta tercera p arte de la saga iba a ser tan rentable como sus dos hermanas. El tirón remitió enseguida, y lo que prometía a la Paramount ser una inagotal)le cosecha de dólares se encuentra en recaudaciones de simple amortizacion.
El río de oro se ha secado en su país de origen, y sólo les queda a los financiadores del filme la esperanza de que su eco en Europa reactive la curiosidad ante el filme en Estados Unidos. No es la primera vez que ocurre, pero es poco probable. La dureza de esta película puede resultar disuasoria para muchos espectadores europeos, cada día más incli nados hacia el cine predigerido.
El caso de Coppola es casi único n el cine estadounidense actual. Habría que remontarse a Orson Welles y John Ford para encontrar ejemplos de fidelidad a sí mismo superiores al que nos ofrece este superdotado cineasta, capaz de embarcarse a regañadientes en un proyecto destinado a ganar dinero, y apasionarse por la lógica de su imaginación y la dignidad de su oficio para componer una obra de gran envergadura, un despliegue casi abstracto, a causa de su perfección geométrica.
No es Coppola sólo un genio del cine. Es también un creador total, incapaz de traicionarse a sí mismo, uno de los escasos depositarios del cine como actitud y actividad moral, como arte puro y, por ello, insobornable.
Por primera vez en esta edición de la Berlinale, la sala de proyección del Kongresshalle y el salón de las conferencias de prensa se abarrotaron en un silencio que en unos era sagrado y en otros simplemente respetuoso, que contrastaba vivamente con los días anteriores. No es casual que Coppola ignore, con un expresivo encogimiento de hombros, los supuestos riesgos que corren los norteamericanos que osan viajar a Europa a causa de la guerra del Golfo. Toda su película es un continuo riesgo.
Coppola se la juega en cada plano. Hubo una sensación contagiosa de orgullo entre los receptores de su obra ayer en Berlín, al poder dialogar no sólo con un hombre, sino con un artista que película tras película se ha convertido en un príncipe de su oficio y de su arte.
De tal estilo de vida, tal obra: este tercer Padrino, cuya sola secuencia final vale por toda la hermosa saga entera. na secuencia digna de la pureza de Griffith, es decir, de la reinvención del cine. Tal vez estemos ante uno de los instantes más sublimes de Coppola, convertido en el honor del cine de Estados Unidos y del cine
Babelia
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