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La razón apasionada

Pertenece María Zambrano a ese escogido grupo de pensadores modernos dispuestos a liberar la palabra de la cautividad y a restaurar su dimensión perdida. Son Filósofos que se pillan la historia a contrapelo. No hay en ellos ni sombra de renuncia al siglo de las luces ni a las luces de Atenas o Roma, pero sí la clara conciencia de que con el triunfo moderno de la razón "caminamos a la negación de la propia existencia". Nos hemos empeñado en identificar a esos críticos de la modernidad con apellidos alemanes o franceses; hora es de acostumbrarnos al sonoro nombre de María Zambrano.De María Zambrano conservamos un arriesgado intento de resumen autobiográfico. Podía haberse remitido a su vida y a sus obras, pero, como "la vida necesita de la palabra", asumió el riesgo de verbalizar quién era ella misma. No era tarea fácil, ya que la vida es gloria y fracaso De la gloria es fácil decir algo, del fracaso, sin embargo, es más difícil. No por pudor, sino porque en los momentos oscuros el hombre no está presente a sí mismo. La Zambrano acepta, sin embargo, el envite de la autobiografía porque "parece como si uno no pudiera ir tranquilo a esos otros mundos que le esperan y desde los cuales es llamado, sin haberse dado a sí mismo en esta última dimensión". Hubiera dado cualquier cosa por un Miguel de Cervantes que le revelara a ella, como lo hizo con Sancho, su verdadero ser. Ella, por su cuenta, tenía, pues, que intentar revelar su vocación, aquello que no podía dejar de ser.

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Centinela

De niña quiso ser una caja de música hasta que se dio cuenta de que no podía serlo. Su caja de música siempre tocaba la misma canción, y ella tenía que ser una música inédita. Luego descubre en Segovia a los templarlos También quiso ser templarlo pero no podía serlo porque eran caballeros y ella mujer. A su condición femenina no quería renunciar, esto es, a la fecundidad y la amargura de su nombre -"María es el nombre de las aguas amargas"-, porque acercan a la verdad y a la creación Luego quiso ser centinela de no che, pero no podía serlo porque eran soldados y ella no. Cuando se dio cuenta de que no podía ser nada encontró la filosofía. Pero tampoco podía ser filósofa porque: le habían dicho que a la entrada de la academia platónica estaba escrito que "nadie entre aquí sin saber geometría" y ella no sabía geometría. Entonces descubre su verdadera y definitiva vocación: "La de ser, no la de ser algo, sino la de pensar, la de ver, la de mirar".

Fruto de esa vocación son sus escritos, que hoy acepta a disgusto. De algunos habla con más gusto, por ejemplo, Por qué se escribe, su colaboración en Revista de 0ccidente. Ahora lo recuerda como un homenaje a Ortega y Gasset, su "maestro y padre". Aranguren, a quien hay que agradecer el impulso de la Zambrano en una juventud que apenas nada sabía de ella, la considera discípula heterodoxa de Ortega. Ortega y Zambrano cultivan el lenguaje, pero ésta crea una relación íntima entre la palabra y el concepto que no se da en aquél. Estamos ante una filosofía poética o poesía filosófica empeñada en dar vida a la palabra, en hacer habla de los vocablos. Si lo propio de Ortega es el ensayo, con su despliegue argumentativo sin sistema que lo justifique, lo que caracteriza a la filosofía poética es que sus preguntas son fragmentos autobiográficos, pero que llegan a ser universales.

A María Zambrano le duele que se olvide su descubrimiento de los tres modos de razón: la razón cotidiana, la razón mediadora (en el prólogo de El pensamiento vivo de Séneca) y la razón poética (en Hacia un saber sobre el alma).

La razón poética es algo más que un nombre: significa la rebelión de la vida contra la soberbia de la razón y es una propuesta para que Europa recupere una parte de historia, despreciada por la razón moderna. Esa invitación a una experiencia total, mediante la recuperación de lo olvidado, toma en El hombre y lo divino la forma de defensa de la piedad como de un sentir originario, anterior a la lucidez de la razón discursiva, y que jamás ésta ha conseguido acallar del todo.

¿Hay un punto arquimédico en su filosofía? Lo hay: "La transformación de lo sagrado en divino", que dice ella. Se compara a un perro de arqueólogo capaz de descubrir bajo ruinas memorables (lo sagrado) tesoros transfigurados por la luz (lo divino). Lo divino es como la luz que pone el pensamiento en pasados entrañables y oscuros. El fin de su filosofía es "consumir a uno para convertirle en cuerpo luminoso". La experiencia del exilio es como el rito iniciático de su particular gnosis. El exilio es, por un lado, un despojarse de la sinrazón, de las máscaras y papeles que a uno le toca en el teatro de la vida, para que se muestre la verdad de lo que se ha vivido. Y, por otro, ser memoria, memoria de lo pasado en España. Es una tarea desagradecida porque el recuerdo de lo que hemos sido suscita pavor, y todo el mundo tiende a olvidar para protegerse del pasado. Grave error, pues la historia que no se actualiza en la memoria, ni se asume, es un fantasma que amenaza con su vuelta.

María Zambrano asumió su papel de exiliada para conjurar los fantasmas nacionales, gracias a una filosofía concentrada en traspasar el infierno de la historia y llegar a la luz. "Lo que yo quería", decía en su escrito autobiográfico, "es que toda la historia se acabe y que comience la vida, la vida sin historia en la ciudad de los hermanos".

Hay una secreta connivencia entre el pensamiento de María Zambrano y el de ciertos filósofos judíos, como Walter Benjamin. Todos han encontrado en la mística un impulso cálido con el que completar la razón moderna, tan imprescindible como apática. Cabe desear que no decaiga y que quien se interese recurra a esta filósofa que está por descubrir, en buena parte.

es director del Instituto de Filosofía.

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